Uno de los
aspectos más novedosos del proceso electoral, que está por concluir el 1 de
julio, ha sido que los asuntos internacionales tuvieron un peso significativo.
Esto se reflejó, por ejemplo, en el segmento que se le dedicó al tema en el
segundo debate entre los candidatos a la Presidencia, en la publicación
simultánea de las propuestas de política exterior de los tres principales
partidos en la prestigiada revista Foreign Affairs Latinoamérica, o en los
numerosos foros que se realizaron entre especialistas, incluyendo el de la
Fundación Colosio del PRI sobre el Futuro Internacional de México.
Sin embargo,
esto apenas es la “antesala” de la importancia central que seguramente tendrá
todo lo relacionado con la política exterior para el nuevo gobierno. Sobre
todo, porque cada uno de los grandes retos que enfrenta México —ya sea para
abatir la violencia y combatir con más eficacia al crimen organizado, impulsar
un crecimiento económico que genere más y mejores empleos, o alcanzar un mayor
desarrollo social— están directamente relacionado con el entorno internacional.
El creciente
interés por los temas de política exterior que hemos visto a últimas fechas en
México se debe a varios factores. Primero, a que el 2012 es un año
eminentemente electoral. Aparte de lo que ocurra en México, a los resultados ya
conocidos de elecciones en países clave para la estabilidad mundial —como Francia,
Rusia y, ahora, Grecia—, en los próximos meses se sumarán el relevo
generacional en la dirigencia del Partido Comunista y el gobierno de China, así
como la decisión de los votantes en Estados Unidos para reelegir a Barack
Obama, o mandar a despachar desde la Casa Blanca a Mitt Romney.
En este
sentido, el próximo gobierno mexicano tendrá la ventaja que significará
posicionarse en un escenario global renovado, donde los principales actores
buscarán reconfigurar sus propias políticas exteriores. Esto le abre una
estrecha “ventana de oportunidad” a la siguiente administración en México, que
deberá definir con claridad sus objetivos estratégicos, poner en práctica
acciones concretas de inmediato, e imprimirle un sello distintivo a su política
exterior.
El segundo
factor que explica la creciente relevancia de los temas internacionales en
nuestro país es que, a los profundos reacomodos geopolíticos que están
ocurriendo entre los países más desarrollados y las nuevas “potencias
emergentes”, se sumó el controvertido activismo internacional del Presidente
Felipe Calderón. Así, el nuevo gobierno mexicano también se encontrará con un
margen de maniobra internacional acotado por los polémicos compromisos
internacionales que han sido adquiridos por la actual administración panista.
Un ejemplo es
la reciente cumbre del G-20 que se realizó en Los Cabos. El saldo inicial
parecería favorable para nuestro país, pero las cuentas finales que entregue
México cuando termine su presidencia pro témpore del mecanismo —justo un día
antes de que concluya el actual sexenio del Presidente Calderón— influirá en
las expectativas que se tengan de la siguiente administración.
Pero éste no
será el único proceso en marcha que heredará el próximo gobierno mexicano. Y,
por supuesto, los más delicados tienen que ver con el tema de seguridad. Las
dos administraciones panistas en la primera etapa de la alternancia democrática
en México establecieron una cercanía sin precedentes en este terreno con
nuestros vecinos del norte. Primero, mediante la Alianza para la Seguridad y la
Prosperidad de América del Norte y, luego, a través de la Iniciativa Mérida.
Hay que ser
muy claros: la cooperación internacional para combatir con éxito al crimen
organizado transnacional es absolutamente indispensable. Pero la opacidad de la
Iniciativa Mérida ha despertado dudas legítimas sobre el verdadero contenido de
los acuerdos entre ambos países. El próximo gobierno de México deberá mantener
una cooperación en materia de seguridad eficaz, basada en un auténtico compromiso
con la co-responsabilidad. Tanto con los Estados Unidos, como con todos los
demás países que enfrentan este mismo reto global. Sin embargo, lo deberá hacer
con base en diagnósticos y criterios propios, y asegurando que las condiciones
de la cooperación coincidan plenamente con las leyes y el más elevado interés
nacional.
Además,
presuntamente México sería la sede del centro que coordinaría el nuevo Esquema
Hemisférico de Combate a la Delincuencia Organizada Transnacional. Resultado de
una propuesta mexicana en la reciente Cumbre de las Américas, todavía es poco
claro su alcance, cómo operaría en la práctica, y quién supervisaría su
funcionamiento. Nuevamente, es indudable que está en el interés de México
contribuir a una mayor colaboración entre todos los países del continente
americano para combatir con mayor eficacia al crimen, pero será necesario
clarificar qué compromisos implica este “Esquema”, para evitar falsas
expectativas o condiciones inaceptables.
De igual
forma, el próximo gobierno tendrá que darle seguimiento al nuevo Acuerdo del
Pacífico que acaba de formalizar nuestro país junto con Colombia, Perú y Chile
—y que en principio iría mucho más allá de cuestiones meramente comerciales—,
al mismo tiempo que deberá ser incluido desde el periodo de transición en la
incorporación de México a las negociaciones del Acuerdo de Asociación
Transpacífica (AAT). Este Acuerdo tiene aspiraciones muy ambiciosas, que se
basan en criterios muy rigurosos que deberán, otra vez, ser cuidadosamente
valorados para asegurar que respondan al interés nacional y evitar posibles
impactos negativos para la industria de nuestro país.
Además, el
Acuerdo de Asociación Transpacífica ha sido visto por algunos especialistas
como parte central de la reorientación estratégica hacia el Pacífico Asiático
que lleva a cabo la actual administración del Presidente Obama. Incluso, hay
quienes lo consideran como la pieza clave en una nueva política estadounidense
de “contención” hacia China. Por ello, el próximo gobierno mexicano deberá
extremar precauciones para evitar que nuestra posible incorporación al AAT
dificulte la renovación de una relación bilateral con China mucho más
productiva para nuestro país.
En suma, la
nueva administración federal que resulte electa el próximo 1 de julio en México
se encontrará con un escenario global extraordinariamente complejo, en proceso
de reacomodos geopolíticos estructurales. Es en ese escenario donde tendrá que
impulsar una política exterior seria, eficaz y propositiva, que contribuya de
manera integral al desarrollo de nuestro país.
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*El autor fue
Subsecretario de Relaciones Exteriores y actualmente es el Coordinador de la
Campaña de Enrique Peña Nieto en Nuevo León.
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9151762