Saturday, October 18, 2025

El optimismo como política pública

El optimismo como política pública

Javier Treviño

@javier_trevino

En tiempos de incertidumbre global, hablar con optimismo de México puede parecer contracorriente. Pero el optimismo, cuando está sustentado en hechos y en una lectura realista de las tendencias, no es ingenuidad: es una forma de liderazgo. Hoy, frente a los desafíos que enfrenta nuestro país —desde la seguridad hasta la competencia global, desde la productividad hasta la cohesión institucional—, el vaso no está medio vacío. Está medio lleno. Es cuestión de hacer bien las cosas.

El jueves pasado participé en el panel “Mexico’s Business Environment Today”, en la conferencia “Mexico Country Outlook 2026” organizada por el Baker Institute for Public Policy de la Universidad Rice, en Houston. Quise compartir una mirada positiva sobre el futuro inmediato de México. No una visión complaciente, sino una fundada en tres grandes argumentos: un nuevo estilo de gobierno, una relación bilateral con Estados Unidos más estable y pragmática, y una estrategia de seguridad más firme.

1. Un nuevo estilo de gobierno: tecnocrático, disciplinado y menos polarizante

El cambio más visible desde el inicio del nuevo sexenio ha sido el estilo de gobernar. La presidenta Sheinbaum ha introducido un enfoque más tecnocrático y basado en evidencia, con un gabinete que muestra mayores niveles de preparación y experiencia. Es una administración que, sin abandonar su raíz política, apuesta por la planeación, los datos y la evaluación.

En contraste con su antecesor, la presidenta ha optado por una comunicación más institucional y menos confrontativa. Su formación científica se refleja en una preferencia por los hechos verificables, por la coordinación técnica entre dependencias, y por una interlocución más estable con el sector privado.

Esta nueva narrativa no ha eliminado las diferencias, pero ha abierto espacios de diálogo. Las reuniones con empresarios nacionales y extranjeros son constantes; los canales de comunicación con cámaras, asociaciones y empresas globales se han reactivado. Hay una clara intención de reconstruir confianza y de proyectar estabilidad.

2. La relación México-Estados Unidos: pragmatismo, integración y visión compartida

La relación entre México y Estados Unidos es una de las más complejas e importantes del mundo. No sólo por la frontera más activa del planeta, sino porque nuestras economías están profundamente entrelazadas. La integración económica no es un discurso: es una realidad cotidiana. Cada producto que cruza la frontera cuenta una historia de interdependencia.

A pesar de los temores iniciales sobre una posible tensión con Washington, la presidenta Sheinbaum ha sabido mantener una relación funcional y pragmática con la administración estadounidense. Ha evitado crisis innecesarias y ha comprendido que los intereses de México se fortalecen cuando están alineados con una visión regional de largo plazo.

El proceso de revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ya ha comenzado. Si se maneja con inteligencia, puede consolidar a América del Norte como el bloque más dinámico y competitivo del mundo. El éxito del tratado dependerá menos de las renegociaciones técnicas y más de la voluntad política de los tres gobiernos de convertirlo en una plataforma de prosperidad compartida.

Juntos, los tres países forman un ecosistema sin rival si logran mantener reglas claras, energía suficiente, y movilidad laboral bien gestionada. Por eso, en lugar de ver el T-MEC como una fuente de fricción, debemos verlo como una herramienta de certidumbre. La integración económica es parte esencial de la solución a los retos comunes: empleo, migración, seguridad y competitividad.

3. Una estrategia de seguridad más firme e inteligente

El tercer argumento para ver el vaso medio lleno tiene que ver con la seguridad. Durante años, la política de “abrazos, no balazos” reflejó un enfoque equivocado. Hoy, el país necesita un equilibrio entre la prevención social y la capacidad operativa del Estado.

La presidenta ha marcado distancia de esa doctrina, y bajo el liderazgo del secretario Omar García Harfuch, la nueva administración ha desplegado una estrategia de seguridad basada en inteligencia, focalización territorial y coordinación interinstitucional.

Se ha fortalecido la cooperación con las agencias estadounidenses y se han incrementado las detenciones de alto perfil. Lo importante, sin embargo, no es la cifra sino la dirección y la tendencia: México parece haber recuperado el impulso por reconstruir la capacidad del Estado.

Una política de seguridad moderna no se basa sólo en fuerza, sino en información, tecnología y justicia. Si esta estrategia logra consolidarse, México podrá romper el círculo vicioso entre inseguridad y falta de inversión, y recuperar la confianza de los ciudadanos y de los mercados.

Las ventajas comparativas que a veces olvidamos

A menudo, las conversaciones sobre México comienzan con los problemas: corrupción, violencia, impunidad. Pero pocas veces empezamos con lo que realmente tenemos. Y México tiene ventajas estructurales que muchos países envidiarían.

Primero, el talento. Nuestro país cuenta con una fuerza laboral joven, con habilidades técnicas en ingeniería, logística, manufactura y retail. Pese a los incrementos recientes en salarios, sigue siendo un entorno competitivo. Lo más importante: es una población que aprende rápido, resuelve problemas y valora la calidad.

Segundo, la ubicación. Ningún otro país ofrece la combinación de cercanía, infraestructura y conectividad que México tiene con Estados Unidos. Con más de 50 cruces fronterizos y puertos modernos, México es literalmente la “cadena de suministro del mismo día” de América del Norte.

Tercero, el mercado. Con 130 millones de consumidores y una clase media en expansión, México no sólo exporta: también consume e innova. Al formar parte de un bloque de comercio de 28 billones de dólares, cada mejora en logística, infraestructura y digitalización amplifica su poder económico.

Cuarto, los recursos naturales e industriales. El país posee energía solar, eólica, minerales estratégicos, tierras fértiles y una red de clústeres industriales diversificados: automotriz, aeroespacial, electrónico, médico. No son plantas aisladas, sino ecosistemas completos.

Y quinto, la aceleración digital. México es una de las historias más fascinantes en fintech y comercio electrónico. Las billeteras digitales, los pagos instantáneos y la inclusión financiera están transformando las cadenas de valor y permitiendo que pequeñas y medianas empresas se integren al sistema productivo nacional.

En conjunto, estas cinco ventajas —talento, ubicación, mercado, recursos y digitalización— representan una base sólida. Si las acompañamos con políticas públicas inteligentes y ejecución eficiente, México no será sólo una alternativa viable para el nearshoring: será la primera opción para la competitividad norteamericana.

El papel del sector privado: pragmatismo, coherencia y propósito

Una de las fortalezas menos reconocidas de México es su sector privado pragmático y resiliente. Las empresas mexicanas, grandes y pequeñas, no esperan condiciones ideales. Invierten, innovan y entrenan a sus equipos incluso en entornos adversos.

Lo que hoy distingue a los líderes empresariales del país es la comprensión de que la competitividad depende de la colaboración: entre industrias, dentro de las cadenas de suministro, y entre el sector público y el privado.

Existe una nueva mentalidad: la de que la prosperidad compartida requiere responsabilidad compartida. Las empresas están apostando por la sostenibilidad, la digitalización y la inclusión laboral no como estrategias de relaciones públicas, sino como ejes de su modelo de negocio.

México todavía necesita una narrativa común sobre su competitividad nacional: una agenda que trascienda los ciclos electorales y que ponga la ejecución por encima del discurso.

Debemos hablar menos de obstáculos y más de resultados. Menos de lo que falta y más de lo que podemos lograr si alineamos nuestro propósito. El capital, el talento y la creatividad ya están aquí. Lo que falta es convertir esa energía en un proyecto nacional de productividad, competitividad y bienestar.

Si tuviera que mencionar una sola acción del gobierno federal que podría detonar todo el potencial del país, sería ésta: garantizar certidumbre.

Los inversionistas no buscan privilegios. Buscan reglas claras, tiempos definidos, decisiones consistentes. Quieren saber que las licencias saldrán en plazo, que los contratos se respetarán, que la infraestructura planeada se construirá.

La certidumbre multiplica el valor de todo lo demás: de la capacitación, de las cadenas productivas, de los incentivos a la innovación. Un entorno predecible convierte la intención en inversión, y la inversión en empleo.

México no tiene un problema de potencial: tiene un desafío de ritmo. Y ese ritmo depende de la capacidad de alinear incentivos, de acelerar la toma de decisiones y de garantizar estabilidad. Cuanto más rápido facilitemos la inversión, más pronto México se convertirá en el motor de crecimiento de América del Norte.

El optimismo como política pública

El vaso medio lleno no significa ignorar los retos. Significa reconocer que tenemos una oportunidad histórica. En un mundo fragmentado, México puede ser un punto de conexión: entre democracias, entre economías, entre generaciones.

La presidenta Sheinbaum ha demostrado apertura y pragmatismo. El sector privado tiene el talento, la inversión y la energía. La sociedad mexicana, su resiliencia. Si logramos alinear esas fuerzas con una visión compartida, podemos consolidar una década de crecimiento sostenido.

El optimismo no es una emoción: es una estrategia. En el fondo, se trata de creer que el país puede funcionar mejor, y de actuar en consecuencia.

México tiene ante sí una oportunidad irrepetible. Una generación de jóvenes preparada, una geografía privilegiada, un entorno regional favorable y una agenda digital en expansión. Si combinamos visión política, eficiencia institucional y colaboración empresarial, podremos convertir ese optimismo en progreso tangible.

El vaso, al fin y al cabo, no sólo está medio lleno: está esperando que lo llenemos entre todos.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-optimismo-como-politica-publica/


Saturday, October 11, 2025

El punto de no retorno

El punto de no retorno

Javier Treviño

@javier_trevino

En la vida política de los países hay momentos que dividen la historia en un antes y un después. Son decisiones, discursos o reformas que parecen normales—hasta inevitables—pero marcan un cambio de rumbo irreversible. 

Los instantes en que un gobierno, un partido o un movimiento cruzan una línea invisible —legal, moral o institucional— y ya no pueden regresar sin destruir la base de su propio poder son “los puntos de no retorno”. La acumulación de decisiones pasadas produce una dinámica que ya no admite marcha atrás.

No es solo una crisis ni un error táctico. Es el punto en que las instituciones, las alianzas y la narrativa que sostenían a un proyecto dejan de sostenerse entre sí. Desde ahí, cada paso se convierte en justificación del anterior; toda rectificación parece traición; y el poder, que alguna vez fue instrumento, se vuelve un fin en sí mismo. 

Lo paradójico es que casi nunca se reconoce en el momento. Los protagonistas creen actuar por racionalidad o urgencia, y solo después comprendemos que ese día se selló el destino. Como recordaba E. H. Carr, la historia es, en buena medida, “el estudio de las causas de los puntos de inflexión”.

La ciencia política ha estudiado estos quiebres bajo la noción de “coyuntura crítica”. Siguiendo a Giovanni Capoccia y R. Daniel Kelemen, se trata de periodos breves de fluidez institucional en los que las restricciones estructurales se relajan, el margen de acción de los actores aumenta y sus decisiones abren trayectorias auto-reforzantes difíciles de revertir. 

En ese marco, “el punto de no retorno” puede entenderse como el instante dentro de la coyuntura en que las decisiones adoptadas bloquean de facto la reversión: incluso si los actores quisieran desandar el camino, hacerlo implicaría costos políticos, sociales o económicos prohibitivos. Para volver al estado anterior no bastaría con modificar una ley o reemplazar a un ministro; habría que rearmar pactos, reglas informales y confianzas que el propio proceso erosionó.

Lo que anuncia el umbral: señales tempranas

Los “puntos de no retorno” rara vez son un relámpago aislado. Suelen anunciarse. Entre las señales más recurrentes de ejemplos históricos en diversos países destacan:

1. Erosión de contrapesos: intentos de someter al poder judicial, neutralizar organismos autónomos o colonizar instituciones de control.

2. Devaluación de normas informales: pérdida de tolerancia mutua, desaparición de la contención institucional, normalización del “todo se vale”.

3. Reescritura de reglas del juego: cambios ad hoc en leyes electorales, reformas constitucionales con nombre y apellido, manipulación del acceso a medios.

4. Retórica de excepción permanente: invocación continua de amenazas existenciales que justifican medidas extraordinarias como regla.

5. Persecución de la crítica: uso del aparato estatal para amedrentar opositores, periodistas, jueces, académicos o sociedad civil.

Cada señal por sí sola puede parecer gestionable. Juntas, componen el mapa de aproximación al umbral.

El mecanismo del no retorno: carisma, instituciones y miedo

Bajo historias nacionales distintas reaparecen tres engranes comunes:

1. Carisma. Max Weber lo definió como “autoridad que no necesita justificación más allá de sí misma”. Cuando un liderazgo logra encarnar el “destino nacional”, las instituciones se vuelven decorativas. El carisma sustituye la deliberación por la identificación afectiva y reduce los costos políticos de cruzar límites.

2. Debilidad institucional. Las constituciones no se sostienen solo en el papel: requieren hábitos, creencias y lealtades a reglas compartidas. Los frenos y contrapesos funcionan si los actores creen en ellos. Si la política comienza a tratarlos como obstáculos, se degradan rápidamente.

3. Miedo colectivo. Ningún régimen se vuelve irreversible sin un miedo movilizador: al enemigo interno, al caos, al colapso económico o moral. Ese miedo legitima la concentración de poder y sospecha de la prudencia; convierte la moderación en tibieza y el disenso en traición.

El punto de no retorno rara vez es una orden desde arriba: es una decisión colectiva en la que convergen el abuso del poder y la tolerancia social a ese abuso. Cuando el miedo supera a la esperanza, la democracia pierde su sentido.

Factores internos que empujan el cruce

1. Movimientos de ruptura: sabotaje del juego electoral, boicots, insurrección o adopción abierta de tácticas violentas.

2. Concentración de poder: reformas que disuelven contrapesos, subordinan tribunales y transforman a reguladores en satélites del Ejecutivo.

3. Cultura radicalizada: facciones que miden la lealtad por la disposición a aplaudir extremos; disidencia equiparada con deslealtad.

4. Escalada de legitimación: para sostener la mística, cada gesto radical exige otro mayor; reconocer errores se vuelve anatema.

Factores externos al régimen

1. Crisis agudas (económicas, sanitarias, de seguridad) que, si se gobiernan con la lógica de emergencia perpetua, normalizan lo excepcional.

2. Presiones internacionales que, mal procesadas, activan el reflejo nacionalista.

3. Polarización social que elimina zonas grises: si la mitad del país es “enemiga”, la excepción parece gobernabilidad.

4. Desgaste del modelo: crecimiento ínfimo, desigualdad persistente, corrupción extendida; con el edificio resquebrajado, cualquier empujón lo derriba.

Lo que ocurre después

Al otro lado del umbral se activa un circuito de retroalimentación que encarece cada día la marcha atrás:

1. Bloqueo institucional: nombramientos vitalicios, mayorías legislativas disciplinadas, redes clientelares; los incentivos de insiders bloquean reformas.

2. Escalada simbólica: toda concesión “debilita”; el lenguaje se militariza; el adversario se vuelve “usurpador”, “traidor”, “agente externo”.

3. Cierre del espacio civil: leyes restrictivas, censura, vigilancia y judicialización del disenso; el miedo como arquitectura de la conversación pública.

4. Desgaste moral: el autoengaño se vuelve método; la propaganda desplaza a los hechos; la ciudadanía cede terreno por cansancio o cinismo.

El estadista británico Harold Macmillan lo formuló con sobriedad: “Los gobiernos no se derrumban por una decisión, sino por una cadena de autoengaños”. Esa cadena, hecha de pequeñas renuncias, es el verdadero mecanismo del no retorno.

Los costos de lo irreversible

1. Políticos: se evapora el centro. Todo se convierte en lealtad o traición; la alternancia se percibe como amenaza existencial y no como rotación normal.

2. Institucionales: contrapesos y normas no escritas tardan décadas en reconstruirse; la ingeniería constitucional no basta sin cultura de legalidad.

3. Económicos: la incertidumbre jurídica disuade inversión, encarece crédito y fomenta informalidad; el riesgo soberano se vuelve política de Estado.

4. Sociales: la polarización fragmenta familias y comunidades; la conversación pública se llena de sospecha.

5. Culturales y morales: se normaliza la mentira útil; la reputación vale menos que la obediencia; el ideal cívico se achica. 

Octavio Paz advirtió la dinámica lenta y corrosiva: “La libertad no muere en un golpe de Estado; muere lentamente en la indiferencia”.

El arte de la reversibilidad: cómo no cruzar el umbral (o cómo regresar)

La grandeza de la democracia no está en evitar toda crisis, sino en poder corregir errores sin derramar sangre. Para preservar esa reversibilidad, tres defensas son cruciales:

1. Instituciones autónomas. El poder judicial independiente es la última frontera antes de la irreversibilidad. Cuando el juez teme al gobernante, el ciudadano pierde su defensa. Lo mismo vale para órganos reguladores, medios libres y universidades: son el sistema inmunológico del pluralismo.

2. Cultura cívica. La educación debe enseñar que disentir no es destruir y que el adversario no es un enemigo al que extirpar, sino un rival con quien pactar reglas compartidas. La democracia vive de normas informales: tolerancia, contención, autocontrol en la victoria y reconocimiento en la derrota.

3. Liderazgo prudente. Max Weber distinguió la ética de la convicción de la ética de la responsabilidad, propia del político que mira consecuencias. Gobernar con prudencia es entender que no toda victoria merece ser ganada, ni toda batalla debe librarse. Raymond Aron lo resumió en clave realista: gobernar es “elegir entre lo desastroso y lo preferible”.

Si el umbral ya fue cruzado

La salida no suele ser nostálgica (“volver a como estábamos”), sino transicional:

1. Pactos de reconstrucción que fijen reglas mínimas y calendarios de reforma.

2. Comisiones de verdad y procesos de justicia proporcionales que reconcilien sin humillar ni amnistiar lo imperdonable.

3. Reformas gradualistas: cerrar primero las válvulas críticas (captura judicial, arbitrariedad regulatoria), antes de rediseñar el edificio completo.

4. La clave es bajar los costos de la reversión para quienes temen perderlo todo si moderan: garantías, salidas honrosas y reformas escalonadas pueden desactivar la lógica del “todo o nada”.

Charles de Gaulle lo dijo sin grandilocuencia: “El poder no consiste en avanzar siempre, sino en saber cuándo detenerse”.

La política como custodia de la reversibilidad

El punto de no retorno es el espejo moral de la política contemporánea. Ningún país es inmune; ninguna sociedad puede darse el lujo de ignorarlo. Los regímenes más poderosos han colapsado cuando dejaron de reconocer sus límites. La lección es simple y difícil: la fuerza de un Estado no se mide por su capacidad de avanzar, sino por su disposición a corregir sin destruir.

La democracia es la única invención que convierte el error en aprendizaje colectivo. Preservarla es defender la reversibilidad: que una sociedad pueda retroceder un paso para no perder el camino. Porque el poder que no puede rectificar termina por devorarse a sí mismo; y cuando eso sucede —como tantas veces— ya se ha cruzado el punto de no retorno.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-punto-de-no-retorno/


Saturday, October 04, 2025

Stubb y el futuro del orden internacional

Stubb y el futuro del orden internacional

Javier Treviño

@javier_trevino

Finlandia es considerado un país admirable y, en 2025, ha sido reconocido por octavo año consecutivo como el más feliz del mundo. Su éxito radica en un sólido sistema de bienestar social, con sanidad universal, educación de calidad accesible y una amplia red de apoyos que garantizan seguridad y estabilidad a la población.

La sociedad finlandesa se distingue por un fuerte sentido de comunidad, altos niveles de confianza y una cultura de generosidad y bondad. A esto se suma una estrecha conexión con la naturaleza, que fomenta el bienestar físico y mental.

Con instituciones eficaces, baja corrupción, libertad de expresión y una democracia consolidada, Finlandia ofrece un entorno en el que las personas pueden vivir de manera plena y satisfactoria. Por ello, se ha convertido en un modelo global de calidad de vida, cohesión social y buena gobernanza.

Por todo ello, cuando los líderes de Finlandia hablan, es recomendable escucharlos.

El 24 de septiembre de 2025, el presidente de la República de Finlandia, Alexander Stubb, se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas en su 80ª sesión. Su discurso fue inspirador. Mucho más que un acto ceremonial, fue un recordatorio de que incluso los países pequeños tienen una responsabilidad en la construcción de un nuevo orden mundial. 

En un contexto global turbulento, las ideas de Stubb resuenan como advertencias y propuestas a la vez:

El orden cambiante

Stubb comenzó con una afirmación contundente: el orden internacional posterior a la Guerra Fría ya no existe, y el nuevo aún no termina de nacer. Probablemente, dijo, tardará entre cinco y diez años en tomar forma. En ese proceso de transición, todos los Estados, grandes y pequeños, tienen la posibilidad —y la responsabilidad— de influir en lo que vendrá.

Señaló que el multilateralismo basado en el derecho y los valores está bajo presión frente a un multipolarismo crecientemente transaccional. Entiende la lógica del pragmatismo estratégico, pero advierte que, sin un anclaje en principios universales, esa aproximación “se estrella contra la pared”.

Otro eje de su diagnóstico es el desplazamiento del poder hacia el Sur y el Este globales. África, Asia y América Latina han ganado peso económico, demográfico y político. Stubb no espera consensos plenos en todo, pero sí exige bases compartidas: respeto a la soberanía, no agresión y defensa de los derechos humanos y libertades fundamentales.

También subrayó que la ONU refleja todavía el mundo de 1945 y no el de 2025. Denunció que el Consejo de Seguridad, las inconsistencias en la aplicación del derecho internacional y la falta de coordinación obstaculizan la misión de la organización de garantizar paz, estabilidad y justicia.

Guerras, crisis humanitarias y clima

El presidente finlandés lamentó que, pese a contar con capacidades tecnológicas y científicas sin precedentes, la humanidad atraviesa hoy más guerras que en ningún otro momento desde 1945. Aumentan las divisiones, los desplazamientos, las hambrunas y la inestabilidad climática y social.

Fue enfático sobre la guerra de Rusia contra Ucrania, calificándola como una negación de los principios básicos del sistema internacional. Recalcó que no se trata de un conflicto local, sino de un golpe a la seguridad europea y a la credibilidad del orden basado en reglas.

Respecto al conflicto entre Israel y Gaza, pidió un alto al fuego inmediato, acceso humanitario y liberación de rehenes. Subrayó que la única solución viable es la creación de dos Estados y el fortalecimiento de las instituciones palestinas.

Nombró además otros escenarios olvidados: Sudán, Congo, Haití, Myanmar, Mali. Allí, recordó, millones de civiles sufren violencia, desplazamiento y ausencia de Estado. Reconoció avances como el acuerdo de paz en el este del Congo, pero insistió en que el reto está en su implementación.

Un punto singular de su discurso fue la defensa de la libertad de prensa. Condenó ataques a periodistas y afirmó que no se trata de un lujo, sino de una piedra angular de la democracia, la rendición de cuentas y la defensa de los derechos humanos.

Reformas y propuestas

Entre las medidas que propuso destacan:

Reforma del Consejo de Seguridad: ampliación de miembros permanentes (dos asientos para Asia, dos para África y uno para América Latina), eliminación del derecho de veto y suspensión de voto a quienes violen la Carta de la ONU.

Reforma integral de la ONU: respaldó la “Iniciativa ONU80” del Secretario General y llamó a cambios ambiciosos.

Reenfocar prioridades: volver a la mediación como núcleo, proteger derechos humanos y orientar el desarrollo sostenible.

Candidatura finlandesa al Consejo: Finlandia buscará un asiento en 2029-2030 y, de lograrlo, se compromete a actuar con “principios y pragmatismo”.

Para cerrar, citó a Nelson Mandela: la verdad y la reconciliación son imprescindibles para sanar divisiones. Y recordó que las decisiones de hoy marcarán el mañana.

¿Por qué este discurso importa?

Reivindicar el multilateralismo

Uno de los mensajes más poderosos del discurso fue la defensa del multilateralismo como necesidad, no como ornamento. Stubb confrontó la tentación del “transaccionalismo” —políticas exteriores de conveniencia, sin compromiso con valores— y advirtió que ese camino erosiona la confianza y mina la cooperación a largo plazo.

En un mundo de alianzas cambiantes y bloques rivales, su mensaje es claro: los valores no son un lujo, son un activo práctico. La autoridad moral también es poder blando.

Los pequeños Estados como arquitectos

Stubb no pretende que Finlandia sea una potencia global. Su mensaje es que los países pequeños tienen influencia si actúan con coherencia, construyen coaliciones y se convierten en mediadores. Frente a la lógica de “los grandes deciden, los pequeños acatan”, su discurso reivindica el mensaje esencial del orden internacional: cada Estado cuenta.

La reforma de la ONU: idealismo urgente

La propuesta de ampliar asientos permanentes, eliminar vetos y sancionar violaciones es audaz y necesaria. El riesgo de que la ONU quede atrapada en un esquema de 1945 es real. Sin embargo, el camino es arduo: los actuales miembros permanentes difícilmente cederán privilegios. Aun así, plantear el tema con claridad ayuda a mantener viva la presión reformista.

Conflictos y crisis olvidadas

Stubb fue valiente al hablar de Ucrania, Gaza y los conflictos “periféricos” de África y Asia. Lo hizo sin ambigüedades, responsabilizando a los agresores y recordando la urgencia de atender a las víctimas. Su énfasis en la libertad de prensa es especialmente relevante en un contexto de creciente censura y desinformación, incluso en democracias.

Idealismo y realismo equilibrados

El discurso navega entre principios e intereses. Stubb admite que los Estados actúan por intereses, pero pide que esos intereses se enmarquen en normas compartidas. No es utopía, sino pragmatismo moral. En tiempos de cinismo político, esa voz intermedia resulta refrescante.

Resonancia con el presente

El discurso de Stubb dialoga con las tensiones actuales:

Fragmentación global: el mundo multipolar necesita nuevas reglas y mediadores.

Erosión de normas: la impunidad de agresores amenaza la credibilidad del derecho internacional.

Crisis de legitimidad de la ONU: la inercia institucional la acerca a la irrelevancia.

Vacío de liderazgo: ante potencias que dudan, voces de democracias medianas pueden marcar la pauta.

Desilusión ciudadana: el mensaje puede reconectar diplomacia y opinión pública.

¿Cuáles son las críticas que ya se escuchan en torno al discurso de Stubb?

Exceso de idealismo: algunos dirán que subestima la fuerza del poder duro.

Viabilidad baja de reformas: el fin del veto es casi impensable con los actuales equilibrios.

Selectividad moral: toda condena enfrenta el reproche de omitir otros abusos.

Activismo vs neutralidad: países pequeños pueden perder margen de mediación si adoptan posturas demasiado firmes.

Reflexión final

Los líderes de la diplomacia mexicana podrían coincidir con algunas lecciones de la visión del presidente de Finlandia: una política exterior basada en valores, respeto al derecho internacional y construcción de confianza entre naciones. Esa visión de relaciones internacionales firmes y responsables es un ejemplo de liderazgo que podría enriquecer la forma en que México se proyecta en el mundo. 

El discurso de Alexander Stubb trasciende los rituales de la ONU. Afirma que la arquitectura del futuro no puede ser definida solo por grandes potencias. Reivindica la responsabilidad de los pequeños Estados. Y recuerda que los valores importan no por ingenuidad, sino porque sin ellos los intereses pierden sustento.

Finlandia, al buscar un asiento en el Consejo de Seguridad, se ofrece como un actor “de principios y a la vez pragmático”. El desafío será convertir la retórica en resultados. Pero, en un tiempo de incertidumbre, escuchar a una democracia pequeña hablar con claridad, convicción y humildad es ya, en sí mismo, un aporte valioso al debate mundial.

https://www.sdpnoticias.com/opinion/stubb-y-el-futuro-del-orden-internacional/