Wednesday, February 01, 2006

Recuperar el poder

Javier Treviño Cantú
El Norte
1 de febrero de 2006

El mayor problema del Partido es que muchos de sus miembros creen que no existe problema alguno para recuperar el poder. Pero negar la realidad no solamente es un síntoma: es la enfermedad misma. Por ello, la cura no pasa por tomar simplemente un par de aspirinas, sino por someterse a una cirugía mayor.

El Partido ha fracasado en su misión electoral básica: definir un mensaje claro y consistente, cuestionar a sus oponentes con solidez, e inspirar a los electores para que voten por él. La cuestión no es que la gente exprese su desacuerdo con lo que propone el Partido: los ciudadanos no tienen la menor idea de lo que representa y, por ello, existe la percepción de que no sabe hacia dónde dirigir al país.

Lo anterior significa que, si en verdad quiere regresar al poder, el Partido primero tiene que recuperar su sentido de ubicación y de dirección. Su problema central no es ideológico; es anatómico. No tiene columna vertebral, por lo que necesita -y con urgencia- un trasplante de espina dorsal.

Ésta es la conclusión sobre el Partido Demócrata a la que llegan James Carville y Paul Begala. Los dos son Demócratas de hueso colorado y acaban de publicar un nuevo libro, "Take it Back", que puede servir de guía a los candidatos de su partido para retomar su futuro y recuperar el gobierno. Y, quizás, también a partidos de otros países.

De acuerdo con su análisis, los Republicanos mantuvieron el poder en la elección del 2004 por dos razones. Primero, debido a su capacidad para articular una narrativa coherente, en donde todos los temas de la agenda electoral seguían un mismo "hilo conductor". Segundo, porque el Partido Demócrata básicamente los dejó ganar, al no dejar en claro lo que representa y aquello a lo que se opone.

Según Carville y Begala, en lugar de definir un mensaje "paraguas" conciso, desde el inicio de la campaña los Demócratas hablaron de la economía, de la salud, del medio ambiente, de Iraq, de la seguridad social, de la igualdad y de otra gran cantidad de temas. Era un listado -o letanía, como le llaman los autores del libro- de asuntos, no una narrativa. En lugar de contar una historia, los demócratas se enfocaron en los grandes temas nacionales, pero nunca definieron el "marco" para ordenarlos. Hablaron de todas las "ramas" imaginables, pero los electores nunca vieron el tronco de su propuesta.

En cambio, el Presidente Bush y su equipo creían que la elección era fundamentalmente sobre el carácter y el liderazgo. Por ello, todo lo que dijeron se relacionó con tres puntos básicos: fortaleza, confianza y valores. Los Republicanos nunca se desviaron del mensaje central y lograron definir la campaña en términos de una opción entre la seguridad de lo conocido contra el peligro de la inconsistencia. Una vez que lo hicieron, fue relativamente fácil alinear cada tema a esta columna vertebral.

Detrás de este hecho existe una realidad que a muchos ciudadanos nos cuesta trabajo aceptar: la gran mayoría de los electores no votan por las posturas específicas de cada abanderado partidista sobre una serie de temas individuales, sino por la personalidad del candidato y la historia que cuenta.

La lección es evidente: una campaña presidencial no se puede basar en una "lista de supermercado". Es cierto que las ideas son fundamentales, pero sin un contexto que les dé sentido, pierden relevancia. Se requiere esa historia central, que le transmita al votante la certeza de que el candidato tiene un mapa para navegar el laberinto de pasillos que llevarán a la salida.

La "narrativa maestra", por lo tanto, debe ser definida antes que las posiciones sobre cada tema particular. De esa manera, los electores pueden entender mejor lo que propone el candidato. Carville y Begala citan al politólogo Sam Popkin, quien dice que los electores infieren y llegan a conclusiones con la información limitada a la que tienen acceso. Es como una constelación, sostiene Popkin: una estrella aquí, otra allá y luego cada uno las conecta de manera que tengan algún sentido.

¿Por qué ganaron los Republicanos la elección presidencial de 2004? Porque tenían un mensaje bien definido. ¿Por qué les funcionaron los ataques contra su contendiente? Porque a pesar de haber sido condecorado durante la guerra de Vietnam, el candidato Demócrata no logró proyectar una imagen de liderazgo. ¿Por qué obtuvieron más votos? Porque lograron motivar a los electores para ir a las casillas.

Lo único que probablemente sea peor que no tener una historia que contar, es pretender que se pueden posponer las definiciones sobre los asuntos que más le interesan a la sociedad hasta después de llegar al poder. En muchos sentidos, así funcionaban los esquemas del antiguo sistema político mexicano, pero la elección presidencial del 2000 en México también sirvió para demostrar que hay que ser claros con los electores.

Como dicen Carville y Begala, "la política no es química orgánica. No hay que pensar demasiado las cosas. El éxito tiene que ver menos con el cerebro y más con las entrañas. Lo que es difícil es la ejecución (de la estrategia electoral)". Tal vez quienes rodean a algunos candidatos presidenciales en México pueden aprender algo de este libro.

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