Javier Treviño Cantú
El Norte
15 de febrero de 2006
Desde los tiempos de David y Goliat sabemos que los conceptos de fuerza y debilidad son relativos. Esto se ha magnificado en la era global que vivimos. Como se comprobó en septiembre de 2001, un solo individuo puede organizar un ataque asimétrico letal contra la nación más poderosa del mundo y desatar una guerra internacional contra el terrorismo con consecuencias incalculables para el resto del mundo.
Uno de los primeros efectos que tuvieron los atentados orquestados por Osama bin Laden contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono fue la redefinición de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El 17 de septiembre de 2002, la Casa Blanca dio a conocer el nuevo marco para tratar de evitar nuevas agresiones y anticipar otros peligros transnacionales.
La decisión fue actuar con todos los recursos a disposición del gobierno estadounidense en contra de cualquier amenaza, incluso antes de que se concretara. Es decir, Estados Unidos se reservó el derecho de utilizar la fuerza en forma "preventiva" contra aquellos países que apoyaran a una organización terrorista.
Sin embargo, la estrategia incluía otro aspecto que recibió menos atención. Se trataba de la definición del "Estado débil" como factor de riesgo. Como se señala en la introducción del documento, "los eventos del 11 de septiembre nos enseñaron que los Estados débiles... pueden plantear un peligro tan grave... como los Estados fuertes. La pobreza no convierte a la gente en terroristas y asesinos. Pero la pobreza, las instituciones débiles y la corrupción hacen que los Estados débiles sean vulnerables frente a las redes terroristas y los cárteles de las drogas (que operan) dentro de sus propias fronteras".
A partir de ese momento comenzaron a realizarse diversos análisis para precisar las características de los "Estados débiles" e identificar los riesgos que suponía la posibilidad de que sus problemas se "desbordaran". Uno de los más interesantes fue el reporte "Al borde: los Estados débiles y la seguridad nacional de EU", publicado por el Centro para el Desarrollo Global en junio de 2004.
Entre sus principales conclusiones, el estudio consideraba que las "redes transnacionales ilícitas, particularmente de terroristas y grupos criminales, explotan a los Estados débiles por la porosidad de sus fronteras y la mínima capacidad que tienen de aplicar la ley, lo cual permite el movimiento de dinero, gente, drogas y armas". Según este estudio, la debilidad de un Estado se puede explicar por muchas razones, pero la clave se encuentra en la falta de un desarrollo equilibrado que genere instituciones sólidas.
Para medir el grado de debilidad, los autores del reporte identificaron tres funciones que todo Estado "eficaz" debe poder llevar a cabo: 1) garantizar la seguridad de los ciudadanos; 2) satisfacer las necesidades básicas de la población; y 3) proteger las libertades y los derechos civiles elementales. La incapacidad para cumplir alguna de estas tareas o, en el peor de los casos, todas ellas, lleva al surgimiento de "brechas" que deslegitiman a los gobiernos en turno y que debilitan al Estado en su conjunto.
A principios de enero de este año, el mismo Centro para el Desarrollo Global publicó un nuevo estudio de Stewart Patrick, el cual busca aclarar si existen evidencias que sustenten la hipótesis de que los problemas de los Estados débiles pueden "desbordarse" y poner en riesgo la seguridad de otros países y del sistema internacional. Por supuesto, su conclusión es en sentido afirmativo.
Patrick señala que la debilidad no sólo es una cuestión de capacidad, sino también de voluntad para realizar las funciones que le corresponden al Estado. Esto es particularmente delicado cuando considera que los Estados débiles son un espacio ideal para las organizaciones criminales, las cuales buscan sitios donde "el estado de derecho es inexistente o la ley se aplica de manera imperfecta; donde el control sobre las fronteras es laxo, los sistemas regulatorios son débiles, los contratos no se cumplen, los servicios públicos son poco confiables, la corrupción es rampante y el Estado mismo puede ser presa de los delincuentes".
Patrick no menciona a nuestro país por su nombre, pero el saco parece hecho a la medida de lo que ha venido ocurriendo en México desde hace tiempo. Y es precisamente en este contexto que el Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, John Negroponte, nos incluyó en la lista de naciones cuyos problemas amenazan con desbordarse y afectar la seguridad nacional de su país.
Como ciudadanos, podemos estar de acuerdo o no con su caracterización. Pero lo que es un hecho indiscutible, es que la etiqueta de "Estado débil" que nos acaba de poner el embajador Negroponte es de las que no se borran fácilmente.
Cambiar la percepción que se tiene actualmente de México en Washington debería ser una tarea prioritaria, tanto para la presente administración como para el nuevo gobierno que tome posesión el 1 de diciembre. No por favorecer al vecino del norte, sino porque eso es lo que más conviene a nuestros propios intereses nacionales. ¿Lo entenderán así nuestros actuales y próximos gobernantes?
No comments:
Post a Comment