Thursday, February 23, 2006
Los artículos de Javier Trevino
A continuación encontrarás un listado de los títulos de mis artículos publicados en las páginas editoriales del periódico El Norte. En este blog podrás leer el texto de cada uno de ellos.
Alianzas diplomáticas
El triunfo del poder suave
La promesa del águila
Embajador en Washington
México y el mundo en el 2030
Clima helado
Talento mexicano
El nuevo Espíritu de San Luis
¿Cuál es el futuro de los medios?
Y ahora... la transición
Energía a la transición
Acuerdo migratorio regional
Ajonjolí de todos los moles
México partido
Elecciones desde la ventana
Un ancla en el centro
Encrucijada ilógica
Sin enfoque
El futuro de los periódicos
Generación M
Tres amigos en Cancún
Vivir en cámara lenta
El regreso del Penacho
¿Estado débil?
Recuperar el poder
Candidatos y robots
Declaracionitis aguda
Marca México
Sólo un espejo
La zona 11
Relaciones tormentosas
Guerras por Internet
Herencia insuficiente
Desilusión democrática
Extraño enemigo
El poder de la música
Blog-elección
Rompecabezas
¿Fusión o adquisición?
Límites de la Alianza
Decisión 2006
Efecto CNN
El gigante olvidado
Regreso al futuro
La blogósfera
Duelo en Washington
82 días
Pensar en el porvenir
El Tigre celta
Harvard
Decisiones difíciles
Cabildear en Washington
Maremoto global
Meros espectadores
Un mundo más seguro
Grandes metas
México - EU: Seguridad
Por una nariz
Consenso de Monterrey
Europa: nuevo horizonte
¿Independencia?
Nuevo periodismo
Poder de las Olimpiadas
El mejor modelo
Convención demócrata
Responsabilidad social
La Nueva República del Río Grande
Crear o destruir valor
Ideas claras y liderazgo
Buscando la brújula
'Out' del 'outsourcing'
La Invención de Norteamérica
Los 10 Mandamientos
Petro-Estado
Camino a Crawford
Mala imagen
Reforma migratoria
La montaña rusa
El Futuro de las Américas
2004: ¿Otro año perdido?
Autismo político
Suma cero: todos pierden
Comisión Binacional: El oso y el puercoespín
Las ideas del Gobernador
Descubrimiento
De lo global a lo local
El voto de México
La Cumbre de las ideas
¿La Cumbre de la globalización?
Perspectivas de la economía en el 2000
El mundo no va a esperar a nadie
Gobernabilidad y economía
México y E.U. en el 2000
Gustavo Petricioli
Wednesday, February 15, 2006
¿Estado débil?
Javier Treviño Cantú
El Norte
15 de febrero de 2006
Desde los tiempos de David y Goliat sabemos que los conceptos de fuerza y debilidad son relativos. Esto se ha magnificado en la era global que vivimos. Como se comprobó en septiembre de 2001, un solo individuo puede organizar un ataque asimétrico letal contra la nación más poderosa del mundo y desatar una guerra internacional contra el terrorismo con consecuencias incalculables para el resto del mundo.
Uno de los primeros efectos que tuvieron los atentados orquestados por Osama bin Laden contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono fue la redefinición de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El 17 de septiembre de 2002, la Casa Blanca dio a conocer el nuevo marco para tratar de evitar nuevas agresiones y anticipar otros peligros transnacionales.
La decisión fue actuar con todos los recursos a disposición del gobierno estadounidense en contra de cualquier amenaza, incluso antes de que se concretara. Es decir, Estados Unidos se reservó el derecho de utilizar la fuerza en forma "preventiva" contra aquellos países que apoyaran a una organización terrorista.
Sin embargo, la estrategia incluía otro aspecto que recibió menos atención. Se trataba de la definición del "Estado débil" como factor de riesgo. Como se señala en la introducción del documento, "los eventos del 11 de septiembre nos enseñaron que los Estados débiles... pueden plantear un peligro tan grave... como los Estados fuertes. La pobreza no convierte a la gente en terroristas y asesinos. Pero la pobreza, las instituciones débiles y la corrupción hacen que los Estados débiles sean vulnerables frente a las redes terroristas y los cárteles de las drogas (que operan) dentro de sus propias fronteras".
A partir de ese momento comenzaron a realizarse diversos análisis para precisar las características de los "Estados débiles" e identificar los riesgos que suponía la posibilidad de que sus problemas se "desbordaran". Uno de los más interesantes fue el reporte "Al borde: los Estados débiles y la seguridad nacional de EU", publicado por el Centro para el Desarrollo Global en junio de 2004.
Entre sus principales conclusiones, el estudio consideraba que las "redes transnacionales ilícitas, particularmente de terroristas y grupos criminales, explotan a los Estados débiles por la porosidad de sus fronteras y la mínima capacidad que tienen de aplicar la ley, lo cual permite el movimiento de dinero, gente, drogas y armas". Según este estudio, la debilidad de un Estado se puede explicar por muchas razones, pero la clave se encuentra en la falta de un desarrollo equilibrado que genere instituciones sólidas.
Para medir el grado de debilidad, los autores del reporte identificaron tres funciones que todo Estado "eficaz" debe poder llevar a cabo: 1) garantizar la seguridad de los ciudadanos; 2) satisfacer las necesidades básicas de la población; y 3) proteger las libertades y los derechos civiles elementales. La incapacidad para cumplir alguna de estas tareas o, en el peor de los casos, todas ellas, lleva al surgimiento de "brechas" que deslegitiman a los gobiernos en turno y que debilitan al Estado en su conjunto.
A principios de enero de este año, el mismo Centro para el Desarrollo Global publicó un nuevo estudio de Stewart Patrick, el cual busca aclarar si existen evidencias que sustenten la hipótesis de que los problemas de los Estados débiles pueden "desbordarse" y poner en riesgo la seguridad de otros países y del sistema internacional. Por supuesto, su conclusión es en sentido afirmativo.
Patrick señala que la debilidad no sólo es una cuestión de capacidad, sino también de voluntad para realizar las funciones que le corresponden al Estado. Esto es particularmente delicado cuando considera que los Estados débiles son un espacio ideal para las organizaciones criminales, las cuales buscan sitios donde "el estado de derecho es inexistente o la ley se aplica de manera imperfecta; donde el control sobre las fronteras es laxo, los sistemas regulatorios son débiles, los contratos no se cumplen, los servicios públicos son poco confiables, la corrupción es rampante y el Estado mismo puede ser presa de los delincuentes".
Patrick no menciona a nuestro país por su nombre, pero el saco parece hecho a la medida de lo que ha venido ocurriendo en México desde hace tiempo. Y es precisamente en este contexto que el Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, John Negroponte, nos incluyó en la lista de naciones cuyos problemas amenazan con desbordarse y afectar la seguridad nacional de su país.
Como ciudadanos, podemos estar de acuerdo o no con su caracterización. Pero lo que es un hecho indiscutible, es que la etiqueta de "Estado débil" que nos acaba de poner el embajador Negroponte es de las que no se borran fácilmente.
Cambiar la percepción que se tiene actualmente de México en Washington debería ser una tarea prioritaria, tanto para la presente administración como para el nuevo gobierno que tome posesión el 1 de diciembre. No por favorecer al vecino del norte, sino porque eso es lo que más conviene a nuestros propios intereses nacionales. ¿Lo entenderán así nuestros actuales y próximos gobernantes?
El Norte
15 de febrero de 2006
Desde los tiempos de David y Goliat sabemos que los conceptos de fuerza y debilidad son relativos. Esto se ha magnificado en la era global que vivimos. Como se comprobó en septiembre de 2001, un solo individuo puede organizar un ataque asimétrico letal contra la nación más poderosa del mundo y desatar una guerra internacional contra el terrorismo con consecuencias incalculables para el resto del mundo.
Uno de los primeros efectos que tuvieron los atentados orquestados por Osama bin Laden contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono fue la redefinición de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El 17 de septiembre de 2002, la Casa Blanca dio a conocer el nuevo marco para tratar de evitar nuevas agresiones y anticipar otros peligros transnacionales.
La decisión fue actuar con todos los recursos a disposición del gobierno estadounidense en contra de cualquier amenaza, incluso antes de que se concretara. Es decir, Estados Unidos se reservó el derecho de utilizar la fuerza en forma "preventiva" contra aquellos países que apoyaran a una organización terrorista.
Sin embargo, la estrategia incluía otro aspecto que recibió menos atención. Se trataba de la definición del "Estado débil" como factor de riesgo. Como se señala en la introducción del documento, "los eventos del 11 de septiembre nos enseñaron que los Estados débiles... pueden plantear un peligro tan grave... como los Estados fuertes. La pobreza no convierte a la gente en terroristas y asesinos. Pero la pobreza, las instituciones débiles y la corrupción hacen que los Estados débiles sean vulnerables frente a las redes terroristas y los cárteles de las drogas (que operan) dentro de sus propias fronteras".
A partir de ese momento comenzaron a realizarse diversos análisis para precisar las características de los "Estados débiles" e identificar los riesgos que suponía la posibilidad de que sus problemas se "desbordaran". Uno de los más interesantes fue el reporte "Al borde: los Estados débiles y la seguridad nacional de EU", publicado por el Centro para el Desarrollo Global en junio de 2004.
Entre sus principales conclusiones, el estudio consideraba que las "redes transnacionales ilícitas, particularmente de terroristas y grupos criminales, explotan a los Estados débiles por la porosidad de sus fronteras y la mínima capacidad que tienen de aplicar la ley, lo cual permite el movimiento de dinero, gente, drogas y armas". Según este estudio, la debilidad de un Estado se puede explicar por muchas razones, pero la clave se encuentra en la falta de un desarrollo equilibrado que genere instituciones sólidas.
Para medir el grado de debilidad, los autores del reporte identificaron tres funciones que todo Estado "eficaz" debe poder llevar a cabo: 1) garantizar la seguridad de los ciudadanos; 2) satisfacer las necesidades básicas de la población; y 3) proteger las libertades y los derechos civiles elementales. La incapacidad para cumplir alguna de estas tareas o, en el peor de los casos, todas ellas, lleva al surgimiento de "brechas" que deslegitiman a los gobiernos en turno y que debilitan al Estado en su conjunto.
A principios de enero de este año, el mismo Centro para el Desarrollo Global publicó un nuevo estudio de Stewart Patrick, el cual busca aclarar si existen evidencias que sustenten la hipótesis de que los problemas de los Estados débiles pueden "desbordarse" y poner en riesgo la seguridad de otros países y del sistema internacional. Por supuesto, su conclusión es en sentido afirmativo.
Patrick señala que la debilidad no sólo es una cuestión de capacidad, sino también de voluntad para realizar las funciones que le corresponden al Estado. Esto es particularmente delicado cuando considera que los Estados débiles son un espacio ideal para las organizaciones criminales, las cuales buscan sitios donde "el estado de derecho es inexistente o la ley se aplica de manera imperfecta; donde el control sobre las fronteras es laxo, los sistemas regulatorios son débiles, los contratos no se cumplen, los servicios públicos son poco confiables, la corrupción es rampante y el Estado mismo puede ser presa de los delincuentes".
Patrick no menciona a nuestro país por su nombre, pero el saco parece hecho a la medida de lo que ha venido ocurriendo en México desde hace tiempo. Y es precisamente en este contexto que el Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, John Negroponte, nos incluyó en la lista de naciones cuyos problemas amenazan con desbordarse y afectar la seguridad nacional de su país.
Como ciudadanos, podemos estar de acuerdo o no con su caracterización. Pero lo que es un hecho indiscutible, es que la etiqueta de "Estado débil" que nos acaba de poner el embajador Negroponte es de las que no se borran fácilmente.
Cambiar la percepción que se tiene actualmente de México en Washington debería ser una tarea prioritaria, tanto para la presente administración como para el nuevo gobierno que tome posesión el 1 de diciembre. No por favorecer al vecino del norte, sino porque eso es lo que más conviene a nuestros propios intereses nacionales. ¿Lo entenderán así nuestros actuales y próximos gobernantes?
Wednesday, February 01, 2006
Recuperar el poder
Javier Treviño Cantú
El Norte
1 de febrero de 2006
El mayor problema del Partido es que muchos de sus miembros creen que no existe problema alguno para recuperar el poder. Pero negar la realidad no solamente es un síntoma: es la enfermedad misma. Por ello, la cura no pasa por tomar simplemente un par de aspirinas, sino por someterse a una cirugía mayor.
El Partido ha fracasado en su misión electoral básica: definir un mensaje claro y consistente, cuestionar a sus oponentes con solidez, e inspirar a los electores para que voten por él. La cuestión no es que la gente exprese su desacuerdo con lo que propone el Partido: los ciudadanos no tienen la menor idea de lo que representa y, por ello, existe la percepción de que no sabe hacia dónde dirigir al país.
Lo anterior significa que, si en verdad quiere regresar al poder, el Partido primero tiene que recuperar su sentido de ubicación y de dirección. Su problema central no es ideológico; es anatómico. No tiene columna vertebral, por lo que necesita -y con urgencia- un trasplante de espina dorsal.
Ésta es la conclusión sobre el Partido Demócrata a la que llegan James Carville y Paul Begala. Los dos son Demócratas de hueso colorado y acaban de publicar un nuevo libro, "Take it Back", que puede servir de guía a los candidatos de su partido para retomar su futuro y recuperar el gobierno. Y, quizás, también a partidos de otros países.
De acuerdo con su análisis, los Republicanos mantuvieron el poder en la elección del 2004 por dos razones. Primero, debido a su capacidad para articular una narrativa coherente, en donde todos los temas de la agenda electoral seguían un mismo "hilo conductor". Segundo, porque el Partido Demócrata básicamente los dejó ganar, al no dejar en claro lo que representa y aquello a lo que se opone.
Según Carville y Begala, en lugar de definir un mensaje "paraguas" conciso, desde el inicio de la campaña los Demócratas hablaron de la economía, de la salud, del medio ambiente, de Iraq, de la seguridad social, de la igualdad y de otra gran cantidad de temas. Era un listado -o letanía, como le llaman los autores del libro- de asuntos, no una narrativa. En lugar de contar una historia, los demócratas se enfocaron en los grandes temas nacionales, pero nunca definieron el "marco" para ordenarlos. Hablaron de todas las "ramas" imaginables, pero los electores nunca vieron el tronco de su propuesta.
En cambio, el Presidente Bush y su equipo creían que la elección era fundamentalmente sobre el carácter y el liderazgo. Por ello, todo lo que dijeron se relacionó con tres puntos básicos: fortaleza, confianza y valores. Los Republicanos nunca se desviaron del mensaje central y lograron definir la campaña en términos de una opción entre la seguridad de lo conocido contra el peligro de la inconsistencia. Una vez que lo hicieron, fue relativamente fácil alinear cada tema a esta columna vertebral.
Detrás de este hecho existe una realidad que a muchos ciudadanos nos cuesta trabajo aceptar: la gran mayoría de los electores no votan por las posturas específicas de cada abanderado partidista sobre una serie de temas individuales, sino por la personalidad del candidato y la historia que cuenta.
La lección es evidente: una campaña presidencial no se puede basar en una "lista de supermercado". Es cierto que las ideas son fundamentales, pero sin un contexto que les dé sentido, pierden relevancia. Se requiere esa historia central, que le transmita al votante la certeza de que el candidato tiene un mapa para navegar el laberinto de pasillos que llevarán a la salida.
La "narrativa maestra", por lo tanto, debe ser definida antes que las posiciones sobre cada tema particular. De esa manera, los electores pueden entender mejor lo que propone el candidato. Carville y Begala citan al politólogo Sam Popkin, quien dice que los electores infieren y llegan a conclusiones con la información limitada a la que tienen acceso. Es como una constelación, sostiene Popkin: una estrella aquí, otra allá y luego cada uno las conecta de manera que tengan algún sentido.
¿Por qué ganaron los Republicanos la elección presidencial de 2004? Porque tenían un mensaje bien definido. ¿Por qué les funcionaron los ataques contra su contendiente? Porque a pesar de haber sido condecorado durante la guerra de Vietnam, el candidato Demócrata no logró proyectar una imagen de liderazgo. ¿Por qué obtuvieron más votos? Porque lograron motivar a los electores para ir a las casillas.
Lo único que probablemente sea peor que no tener una historia que contar, es pretender que se pueden posponer las definiciones sobre los asuntos que más le interesan a la sociedad hasta después de llegar al poder. En muchos sentidos, así funcionaban los esquemas del antiguo sistema político mexicano, pero la elección presidencial del 2000 en México también sirvió para demostrar que hay que ser claros con los electores.
Como dicen Carville y Begala, "la política no es química orgánica. No hay que pensar demasiado las cosas. El éxito tiene que ver menos con el cerebro y más con las entrañas. Lo que es difícil es la ejecución (de la estrategia electoral)". Tal vez quienes rodean a algunos candidatos presidenciales en México pueden aprender algo de este libro.
El Norte
1 de febrero de 2006
El mayor problema del Partido es que muchos de sus miembros creen que no existe problema alguno para recuperar el poder. Pero negar la realidad no solamente es un síntoma: es la enfermedad misma. Por ello, la cura no pasa por tomar simplemente un par de aspirinas, sino por someterse a una cirugía mayor.
El Partido ha fracasado en su misión electoral básica: definir un mensaje claro y consistente, cuestionar a sus oponentes con solidez, e inspirar a los electores para que voten por él. La cuestión no es que la gente exprese su desacuerdo con lo que propone el Partido: los ciudadanos no tienen la menor idea de lo que representa y, por ello, existe la percepción de que no sabe hacia dónde dirigir al país.
Lo anterior significa que, si en verdad quiere regresar al poder, el Partido primero tiene que recuperar su sentido de ubicación y de dirección. Su problema central no es ideológico; es anatómico. No tiene columna vertebral, por lo que necesita -y con urgencia- un trasplante de espina dorsal.
Ésta es la conclusión sobre el Partido Demócrata a la que llegan James Carville y Paul Begala. Los dos son Demócratas de hueso colorado y acaban de publicar un nuevo libro, "Take it Back", que puede servir de guía a los candidatos de su partido para retomar su futuro y recuperar el gobierno. Y, quizás, también a partidos de otros países.
De acuerdo con su análisis, los Republicanos mantuvieron el poder en la elección del 2004 por dos razones. Primero, debido a su capacidad para articular una narrativa coherente, en donde todos los temas de la agenda electoral seguían un mismo "hilo conductor". Segundo, porque el Partido Demócrata básicamente los dejó ganar, al no dejar en claro lo que representa y aquello a lo que se opone.
Según Carville y Begala, en lugar de definir un mensaje "paraguas" conciso, desde el inicio de la campaña los Demócratas hablaron de la economía, de la salud, del medio ambiente, de Iraq, de la seguridad social, de la igualdad y de otra gran cantidad de temas. Era un listado -o letanía, como le llaman los autores del libro- de asuntos, no una narrativa. En lugar de contar una historia, los demócratas se enfocaron en los grandes temas nacionales, pero nunca definieron el "marco" para ordenarlos. Hablaron de todas las "ramas" imaginables, pero los electores nunca vieron el tronco de su propuesta.
En cambio, el Presidente Bush y su equipo creían que la elección era fundamentalmente sobre el carácter y el liderazgo. Por ello, todo lo que dijeron se relacionó con tres puntos básicos: fortaleza, confianza y valores. Los Republicanos nunca se desviaron del mensaje central y lograron definir la campaña en términos de una opción entre la seguridad de lo conocido contra el peligro de la inconsistencia. Una vez que lo hicieron, fue relativamente fácil alinear cada tema a esta columna vertebral.
Detrás de este hecho existe una realidad que a muchos ciudadanos nos cuesta trabajo aceptar: la gran mayoría de los electores no votan por las posturas específicas de cada abanderado partidista sobre una serie de temas individuales, sino por la personalidad del candidato y la historia que cuenta.
La lección es evidente: una campaña presidencial no se puede basar en una "lista de supermercado". Es cierto que las ideas son fundamentales, pero sin un contexto que les dé sentido, pierden relevancia. Se requiere esa historia central, que le transmita al votante la certeza de que el candidato tiene un mapa para navegar el laberinto de pasillos que llevarán a la salida.
La "narrativa maestra", por lo tanto, debe ser definida antes que las posiciones sobre cada tema particular. De esa manera, los electores pueden entender mejor lo que propone el candidato. Carville y Begala citan al politólogo Sam Popkin, quien dice que los electores infieren y llegan a conclusiones con la información limitada a la que tienen acceso. Es como una constelación, sostiene Popkin: una estrella aquí, otra allá y luego cada uno las conecta de manera que tengan algún sentido.
¿Por qué ganaron los Republicanos la elección presidencial de 2004? Porque tenían un mensaje bien definido. ¿Por qué les funcionaron los ataques contra su contendiente? Porque a pesar de haber sido condecorado durante la guerra de Vietnam, el candidato Demócrata no logró proyectar una imagen de liderazgo. ¿Por qué obtuvieron más votos? Porque lograron motivar a los electores para ir a las casillas.
Lo único que probablemente sea peor que no tener una historia que contar, es pretender que se pueden posponer las definiciones sobre los asuntos que más le interesan a la sociedad hasta después de llegar al poder. En muchos sentidos, así funcionaban los esquemas del antiguo sistema político mexicano, pero la elección presidencial del 2000 en México también sirvió para demostrar que hay que ser claros con los electores.
Como dicen Carville y Begala, "la política no es química orgánica. No hay que pensar demasiado las cosas. El éxito tiene que ver menos con el cerebro y más con las entrañas. Lo que es difícil es la ejecución (de la estrategia electoral)". Tal vez quienes rodean a algunos candidatos presidenciales en México pueden aprender algo de este libro.
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