Javier Treviño Cantú
El Norte
25 de abril de 2007
La semana pasada se realizó un importante seminario internacional en la Ciudad de México para analizar si América Latina está en proceso de fragmentarse, o si, por el contrario, está en camino de avanzar en el viejo propósito de una mayor integración regional.
El seminario estuvo patrocinado por la Fundación Grupo Mayan y fue organizado por el ITAM, la revista Foreign Affairs en Español y el Centro Woodrow Wilson de Estados Unidos. Entre otras destacadas personalidades, participaron el escritor Mario Vargas Llosa, los historiadores Enrique Krauze y Eric Hobsbawm, el reconocido analista Francis Fukuyama, el Alto Representante de la Unión Europea Javier Solana, el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, y el ex Presidente de Chile Ricardo Lagos, a quien tuve el honor de presentar, antes de que cerrara el evento con una conferencia sobre el tema principal del Seminario.
La discusión en torno a si América Latina se está fragmentando o integrando se ha intensificado a últimas fechas. Sin duda, parte de la razón tiene que ver con el activismo que ha desplegado el Presidente Hugo Chávez de Venezuela, y con la decisión que han tomado países como Cuba, Bolivia, Argentina, Nicaragua y Ecuador de sumarse a las iniciativas de Caracas.
La idea de que el subcontinente se encuentra ante una disyuntiva también tiene que ver con la construcción de un escenario mediático de confrontación. Las buenas noticias, como sería el caso de los avances en materia de integración, nunca resultan demasiado atractivas para llamar la atención de lectores, radioescuchas o televidentes. En cambio, las que se enfocan en las diferencias de los modelos económicos y políticos que se siguen en la zona, o en los choques de personalidades entre mandatarios, siempre ocupan las primeras planas.
La supuesta opción radical que tendría América Latina ante sí, obedece en buena medida a ese afán "reduccionista" al que se ha referido el ex Presidente Lagos. Hace unos días, en el discurso que pronunció en la ceremonia donde la UNAM le otorgó un Doctorado Honoris Causa junto a otros seis galardonados, Lagos volvió a plantear que es necesario enfrentar estos reduccionismos para encontrar soluciones complejas a los retos igualmente complejos que enfrentan nuestros países.
Por una parte, a pesar de compartir una herencia cultural común, la complejidad de América Latina se expresa en la multiplicidad de historias nacionales y experiencias singulares. Como apuntó Vargas Llosa, los esfuerzos de integración deben partir de la premisa que significa la falta de homogeneidad que caracteriza a la región, por lo que buscar un "colectivo uniforme" representaría el primer obstáculo a la integración.
Por otra parte, considerar que América Latina estaría en riesgo de "fragmentarse" implicaría desconocer la complejidad del entramado institucional que con tantos esfuerzos se ha ido construyendo a todos niveles desde hace más de medio siglo.
En el plano económico, por ejemplo, hoy se cuenta con acuerdos comerciales y aduaneros bilaterales, subregionales y multinacionales, que además de vincular a los países del área, unen a muchos de ellos con América del Norte, la Unión Europea o la Cuenca del Pacífico. Como sostuvo Jaime Zabludovski, "el TLC ha hecho más por la integración latinoamericana que 20 años de discursos retóricos integracionistas".
De hecho, una muestra de la voluntad que existe para seguir impulsando la unidad regional se dio en forma paralela al Seminario: su celebración coincidió con la cumbre sobre energía en Venezuela, donde los países de la rebautizada Unión de Naciones Sudamericanas acordaron establecer una secretaría permanente para este organismo en Quito, y adoptaron la "Declaración de Isla Margarita: Construyendo la Integración Energética del Sur".
Igualmente, en el terreno del diálogo político y la concertación se ha establecido toda una serie de instrumentos que incluso se traslapan. El Mecanismo de Tuxtla, el Sistema de Integración Centroamericana, el Grupo de Río, la Cumbre de las Américas, la Cumbre Iberoamericana y muchos otros se suman a una arquitectura basada en organismos multilaterales como la OEA.
Además, en el plano cultural se manifiesta con toda su fuerza el grado de identificación que existe entre los pueblos de Latinoamérica. De nueva cuenta, como dijo Mario Vargas Llosa, "sólo en el ámbito de la cultura hemos logrado una integración real. Es ahí donde se descubre que lo que nos une es más importante que lo que nos separa".
Más que prevenir una posible fragmentación, el reto pareciera consistir en darle un sentido renovado al esfuerzo que realizan los países latinoamericanos a través de todos estos mecanismos, para reducir el tamaño de las burocracias que los sustentan y agilizar sus respectivas tareas en favor de objetivos más precisos y alcanzables.
Debido a la extrema complejidad que implica, la plena integración de América Latina quizás sea una utopía. Pero, al menos, después de este excelente Seminario, hoy tenemos una idea más clara de que, como señaló el ex Presidente Ricardo Lagos, si nos lo proponemos y nos esforzamos, sigue siendo posible que algún día nuestra región "pueda hablar con una voz común".
Wednesday, April 25, 2007
Wednesday, April 11, 2007
Cumbre trascendente
Javier Treviño Cantú
El Norte
11 de abril de 2007
La decisión de realizar la Cumbre de Campeche para revigorizar al Plan Puebla-Panamá (PPP), como parte del esfuerzo del gobierno del Presidente Felipe Calderón por recuperar espacios de interlocución y liderazgo en América Latina, puede llegar a tener un impacto trascendental.
Este proyecto siempre estará asociado a su antecesor, Vicente Fox, quien lo lanzó en 2001, con todo lo que eso significa. Como en muchos otros casos, el ex Mandatario primero generó grandes expectativas con esta iniciativa, luego dejó de darle el seguimiento necesario para que fructificara, y acabó por generar la percepción de que resultó inoperante para fomentar el desarrollo y una mayor integración de toda el área.
Desde el inicio de su administración, Felipe Calderón ha hecho del contraste con la forma de operar que tenía el gobierno anterior una de sus principales herramientas de política. En este sentido, el "relanzamiento" del PPP puede verse como un esfuerzo más para reafirmar un estilo personal de gobernar. En realidad, es una oportunidad para demostrar que, si se le dedica una atención prioritaria, el Plan puede convertirse en un pilar de la política exterior mexicana.
Es difícil subestimar la importancia estratégica que tiene el PPP para nuestro país. Si bien el Presidente Calderón ha reiterado la intención de que México juegue un papel de liderazgo en toda América Latina, el "área natural de influencia" donde México puede, y debe, demostrar esta capacidad, es precisamente en la zona vecina.
A diferencia de América del Sur, en donde la actuación de México se verá equilibrada -o contrarrestada- por factores como el peso de Brasil, Mesoamérica ofrece la mejor opción para proyectar nuestra dimensión económica y geopolítica. No se trata tan sólo de una cuestión de tamaño o de recursos, sino de la capacidad para definir y conducir un proyecto viable, que contribuya al avance de los temas que conforman la agenda regional.
Después de la Cumbre de Campeche, esta agenda es un reflejo fiel de lo que nos une y, paradójicamente, nos distancia de la otra región clave para todos los países del área: América del Norte. En esencia, la agenda se centra en los mismos puntos clave: seguridad, migración y competitividad.
La cooperación en materia de seguridad se impuso en la Cumbre de Campeche. La amenaza planteada por las organizaciones dedicadas al narcotráfico y bandas criminales se ha manifestado con toda su fuerza este año en los límites de los tres "círculos concéntricos" que formarían el "perímetro de seguridad" regional:
1) La frontera entre México y Estados Unidos; 2) la frontera de México con Guatemala, país en donde, por ejemplo, a mediados de febrero fueron asesinados tres diputados salvadoreños al Parlamento Centroamericano, y luego los mismos policías que habrían cometido el crimen murieron en una cárcel de alta seguridad; y 3) el borde sur de Mesoamérica, entre Panamá y Colombia, donde cada vez surgen más muestras de la presencia de los cárteles mexicanos.
El segundo tema de la agenda, la migración, busca ser atendido por el PPP impulsando el desarrollo regional, pero también debe ser puesto en el contexto de las acciones emprendidas por el gobierno del Presidente Bush para reforzar el control sobre su frontera sur y lograr así una reforma migratoria integral.
En la medida en que el paso hacia el mercado laboral estadounidense se dificulte, la presión irá incrementándose para todos los países del área. Pero sobre todo para México. No sólo por el cierre de la "válvula de escape" para nuestros trabajadores, sino por los miles de migrantes provenientes de Latinoamérica que irán quedándose en territorio nacional ante la imposibilidad de cruzar a Estados Unidos.
Por último, la red de acuerdos comerciales que ya existen entre los países de Norte y Mesoamérica, aunada a los recientes acuerdos con Panamá, Colombia y Perú que deben ser ratificados por el Congreso estadounidense, ofrece bases para una integración económica mucho más profunda. Cada uno de los países mesoamericanos, empezando por México, tiene que hacer su propia tarea y, a la vez, trabajar coordinadamente en el marco del PPP para aprovechar al máximo las ventajas que ofrece este andamiaje institucional.
México ha buscado estrechar sus lazos con Mesoamérica de distintas formas. Desde los esfuerzos en los 80 para poner fin a los conflictos armados, pasando por la creación de la Comisión para la Cooperación con Centroamérica en 1990 y del Mecanismo de Tuxtla en 1991, hasta el PPP, se han acumulado una serie de instrumentos y experiencias que deberían permitir un salto cualitativo en la integración regional.
Por su importancia fundamental para la seguridad, estabilidad y prosperidad de toda la región, y en especial por el impacto que puede tener para recobrar el papel de liderazgo que nuestro país busca jugar en América Latina, los nueve puntos acordados para fortalecer al PPP deben recibir una atención verdaderamente prioritaria durante los próximos años.
El tiempo dirá si la Cumbre de Campeche marcó un auténtico parteaguas. Pero es un hecho que, de todas las áreas en las que el nuevo gobierno mexicano puede tener éxito diferenciándose del anterior, ésta es una de las más trascendentes.
El Norte
11 de abril de 2007
La decisión de realizar la Cumbre de Campeche para revigorizar al Plan Puebla-Panamá (PPP), como parte del esfuerzo del gobierno del Presidente Felipe Calderón por recuperar espacios de interlocución y liderazgo en América Latina, puede llegar a tener un impacto trascendental.
Este proyecto siempre estará asociado a su antecesor, Vicente Fox, quien lo lanzó en 2001, con todo lo que eso significa. Como en muchos otros casos, el ex Mandatario primero generó grandes expectativas con esta iniciativa, luego dejó de darle el seguimiento necesario para que fructificara, y acabó por generar la percepción de que resultó inoperante para fomentar el desarrollo y una mayor integración de toda el área.
Desde el inicio de su administración, Felipe Calderón ha hecho del contraste con la forma de operar que tenía el gobierno anterior una de sus principales herramientas de política. En este sentido, el "relanzamiento" del PPP puede verse como un esfuerzo más para reafirmar un estilo personal de gobernar. En realidad, es una oportunidad para demostrar que, si se le dedica una atención prioritaria, el Plan puede convertirse en un pilar de la política exterior mexicana.
Es difícil subestimar la importancia estratégica que tiene el PPP para nuestro país. Si bien el Presidente Calderón ha reiterado la intención de que México juegue un papel de liderazgo en toda América Latina, el "área natural de influencia" donde México puede, y debe, demostrar esta capacidad, es precisamente en la zona vecina.
A diferencia de América del Sur, en donde la actuación de México se verá equilibrada -o contrarrestada- por factores como el peso de Brasil, Mesoamérica ofrece la mejor opción para proyectar nuestra dimensión económica y geopolítica. No se trata tan sólo de una cuestión de tamaño o de recursos, sino de la capacidad para definir y conducir un proyecto viable, que contribuya al avance de los temas que conforman la agenda regional.
Después de la Cumbre de Campeche, esta agenda es un reflejo fiel de lo que nos une y, paradójicamente, nos distancia de la otra región clave para todos los países del área: América del Norte. En esencia, la agenda se centra en los mismos puntos clave: seguridad, migración y competitividad.
La cooperación en materia de seguridad se impuso en la Cumbre de Campeche. La amenaza planteada por las organizaciones dedicadas al narcotráfico y bandas criminales se ha manifestado con toda su fuerza este año en los límites de los tres "círculos concéntricos" que formarían el "perímetro de seguridad" regional:
1) La frontera entre México y Estados Unidos; 2) la frontera de México con Guatemala, país en donde, por ejemplo, a mediados de febrero fueron asesinados tres diputados salvadoreños al Parlamento Centroamericano, y luego los mismos policías que habrían cometido el crimen murieron en una cárcel de alta seguridad; y 3) el borde sur de Mesoamérica, entre Panamá y Colombia, donde cada vez surgen más muestras de la presencia de los cárteles mexicanos.
El segundo tema de la agenda, la migración, busca ser atendido por el PPP impulsando el desarrollo regional, pero también debe ser puesto en el contexto de las acciones emprendidas por el gobierno del Presidente Bush para reforzar el control sobre su frontera sur y lograr así una reforma migratoria integral.
En la medida en que el paso hacia el mercado laboral estadounidense se dificulte, la presión irá incrementándose para todos los países del área. Pero sobre todo para México. No sólo por el cierre de la "válvula de escape" para nuestros trabajadores, sino por los miles de migrantes provenientes de Latinoamérica que irán quedándose en territorio nacional ante la imposibilidad de cruzar a Estados Unidos.
Por último, la red de acuerdos comerciales que ya existen entre los países de Norte y Mesoamérica, aunada a los recientes acuerdos con Panamá, Colombia y Perú que deben ser ratificados por el Congreso estadounidense, ofrece bases para una integración económica mucho más profunda. Cada uno de los países mesoamericanos, empezando por México, tiene que hacer su propia tarea y, a la vez, trabajar coordinadamente en el marco del PPP para aprovechar al máximo las ventajas que ofrece este andamiaje institucional.
México ha buscado estrechar sus lazos con Mesoamérica de distintas formas. Desde los esfuerzos en los 80 para poner fin a los conflictos armados, pasando por la creación de la Comisión para la Cooperación con Centroamérica en 1990 y del Mecanismo de Tuxtla en 1991, hasta el PPP, se han acumulado una serie de instrumentos y experiencias que deberían permitir un salto cualitativo en la integración regional.
Por su importancia fundamental para la seguridad, estabilidad y prosperidad de toda la región, y en especial por el impacto que puede tener para recobrar el papel de liderazgo que nuestro país busca jugar en América Latina, los nueve puntos acordados para fortalecer al PPP deben recibir una atención verdaderamente prioritaria durante los próximos años.
El tiempo dirá si la Cumbre de Campeche marcó un auténtico parteaguas. Pero es un hecho que, de todas las áreas en las que el nuevo gobierno mexicano puede tener éxito diferenciándose del anterior, ésta es una de las más trascendentes.
Subscribe to:
Posts (Atom)