Javier Treviño Cantú
El Norte
24 de octubre de 2007
La reunión del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial reflejó los límites de la arquitectura financiera internacional construida hace poco más de medio siglo, y confirmó el surgimiento de nuevos equilibrios entre los países más desarrollados y las llamadas economías "emergentes".
Como todos los años, la élite financiera mundial se dio cita en Washington para asistir a la reunión conjunta de dos de las principales instituciones surgidas en Bretton Woods. Y, como ya es costumbre, el evento estuvo marcado por profundos desencuentros.
La crisis desatada por el colapso del mercado hipotecario de alto riesgo de Estados Unidos, sin duda ha demostrado la creciente complejidad del sistema financiero internacional. Como señaló recientemente el semanario inglés The Economist, desde el año pasado un economista del Banco Internacional de Pagos (www.bis.org/publ/work216.htm) advirtió que los cambios producidos por la liberación financiera, el éxito de las políticas anti-inflacionarias y la propia globalización, exigían acciones mucho más firmes para evitar tensiones a gran escala.
Las advertencias no fueron escuchadas por las instituciones encargadas de prevenir este tipo de situaciones. Y los reclamos no se han dejado esperar. El Ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, destacó lo "irónico" que resulta el hecho de que hasta ahora la reciente turbulencia financiera haya afectado principalmente a los países que han impuesto los criterios sobre buen gobierno financiero.
La reunión también permitió comprobar el gran peso que han ganado las economías emergentes. El crecimiento acelerado de países como China o la India; el incremento en los precios del petróleo, alimentos y otros productos básicos; los avances macroeconómicos; y el evidente cambio en las percepciones de riesgo entre los inversionistas, les están dando más capacidad de influencia que nunca.
Estas fortalezas se están traduciendo en alternativas concretas al FMI. Un caso se está dando en Asia, con la "Iniciativa de Chiang Mai", lanzada en el 2000 por los países de la Asociación del Sudeste Asiático, Japón, China y Corea del Sur. Otro ejemplo es el "Banco del Sur". Su lanzamiento está programado para el próximo 3 de noviembre, y gracias a las aportaciones de Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay tendrá un capital inicial aproximado de 7 mil millones de dólares.
Además, algunas economías emergentes buscan canalizar los recursos financieros que han acumulado a través de "fondos soberanos de inversión". Según algunos cálculos, estos instrumentos representarían activos de entre dos y tres mil billones de dólares. Son cifras gigantescas, que podrían llegar a desequilibrar los mercados globales. Por ello están tratando de ser regulados por organismos como el FMI, con la consecuente oposición de los países que los controlan.
Quizás uno de los aspectos más destacados de la reunión anual del Fondo y del Banco ha sido la discusión generada sobre los modelos de desarrollo. Las propias cifras del Panorama Económico que dio a conocer el FMI lo dicen todo: mientras se espera que China crezca este año 11.5 por ciento y la India 8.9 por ciento, América Latina en su conjunto previsiblemente lo hará 5 por ciento. Para México, la cifra anticipada es un desalentador 2.9 por ciento.
Ante esta realidad, algunos expertos consideran que habría que cambiar el viejo "consenso de Washington" por uno "mejor". Kuan Lee, de la Universidad Estatal de Seúl, John Matheus de la Universidad Macquarie de Australia, y Robert Wade de la London School of Economics, plantearon un enfoque basado en las políticas seguidas por Beijing, Seúl y Tokio, bautizándolo en inglés como el "BeST Consensus".
La propuesta, publicada hace unos días en el diario Financial Times, incluiría impulsar políticas para apoyar el desarrollo de las capacidades empresariales y tecnológicas de compañías locales. Considera que los gobiernos deben jugar un papel activo para compensar las deficiencias en la estructura de los mercados; no sólo a través de instituciones dedicadas a promover exportaciones, sino también de la sustitución de importaciones con mecanismos que aseguren la competitividad de las empresas beneficiadas.
También incluiría esquemas de financiamiento complementarios, y el suministro de información oportuna y de calidad sobre oportunidades de negocio. Sobre todo, este mejor consenso pone énfasis en impulsar una educación superior de excelencia, un punto que, como señalan los autores, nunca estuvo entre las prioridades del anterior esquema surgido en Washington.
A final de cuentas, el nuevo Director Gerente del Fondo, el francés Dominique Strauss-Kahn, heredará asuntos pendientes tan complejos como la reestructuración del organismo para reducir su déficit presupuestal y la reforma al sistema de cuotas para elevar el grado de representación de las economías emergentes. Con todo, en esta reunión también empezaron a perfilarse nuevos y mejores consensos que, con un poco de suerte y mucho trabajo, podrían ayudar a que países como el nuestro enfrenten las nuevas condiciones de una economía y un sistema financiero global radicalmente diferentes a los de la época cuando se crearon el FMI y el Banco Mundial.
Wednesday, October 24, 2007
Wednesday, October 10, 2007
Desencanto global
Javier Treviño Cantú
El Norte
10 de octubre de 2007
Después de una campaña que dividió y enfrentó al país, Costa Rica finalmente votó a favor del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Era el único país que no había ratificado el tratado negociado en el 2004, junto con Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y la República Dominicana.
La forma en la que se resolvió el asunto representó un proceso único, ya que es la primera vez que la aceptación o el rechazo a un instrumento de este tipo se decide mediante un referéndum. Sin embargo, también es un ejemplo de un proceso mucho más amplio, que está reflejando las tensiones y los temores provocados por la globalización. No sólo entre los países "emergentes", sino también en naciones desarrolladas como la de nuestros vecinos del norte.
Someter el acuerdo a un referéndum representó una prueba de fuego para la democracia costarricense. El Presidente Óscar Arias, consciente del riesgo que significaba para su país quedar aislado de un mecanismo en el que participan todos sus vecinos centroamericanos -excepto Belice y Panamá, que negociaron su propio TLC con Estados Unidos-, decidió jugarse todo a una carta muy arriesgada.
El ejercicio democrático acabó contando con todos los elementos para darle un tono dramático a la contienda. Se enfrentaron dos bandos claramente definidos, con el gobierno, la mayoría del sector privado e incluso Washington a favor del "sí", y un grupo muy diverso a favor del "no". Entre ellos estaban sindicatos, grupos de académicos y estudiantes, sectores políticos de centro-izquierda, miembros de la iglesia católica y organizaciones sociales.
El proceso estuvo marcado por el escándalo. El vicepresidente Kevin Casas tuvo que renunciar, tras la filtración de un memorándum en el que recomendaba emprender una campaña para provocar temor entre los trabajadores afectados por el rechazo al acuerdo. El grupo opositor también buscó generar miedo, argumentando que la apertura de sectores como el agropecuario o el de las telecomunicaciones traería consecuencias devastadoras.
Además, las encuestas generaron incertidumbre. Dos meses antes, los sondeos daban como ganador al "sí", pero en las últimas semanas el "no" cerró la brecha y, a unos días de la votación, el periódico Al Día le daba una mínima ventaja a los oponentes del acuerdo. Las encuestas fueron atinadas, ya que el resultado final fue muy cerrado: con un 60 por ciento de participación, 51.6 por ciento estuvo a favor y 48.4 por ciento en contra, según los últimos datos disponibles.
Lo más delicado es que los estrategas de ambos lados convirtieron el referéndum en una lucha de clases entre "ricos y pobres"; entre aquellos dispuestos a competir en el terreno de la dura economía globalizada, contra los defensores de una economía nacionalista y de una cultura con características propias.
En realidad esto no es sorprendente. Como lo muestra una encuesta sobre percepciones globales del Centro Pew (http://pewresearch.org/pubs/607/global-trade-immigration), el temor a los efectos del libre comercio y la migración internacional está manifestándose con más fuerza que nunca.
En los 47 países donde se realizó el estudio, la mayoría de los participantes reconoció los beneficios del comercio global y la economía de mercado. Esto fue más notorio en regiones como Asia y América Latina; sin embargo, destacó que el "entusiasmo" por el libre comercio ha disminuido significativamente durante los pasados cinco años en países como Estados Unidos, Italia, Francia y el Reino Unido.
Prácticamente en todos los lugares incluidos en la encuesta la gente dijo temer una pérdida de su cultura tradicional e identidad nacional. Por la misma razón, la mayoría también manifestó que éstas deberían ser protegidas contra las "amenazas externas".
El aspecto más preocupante de la encuesta es que el temor a otras influencias culturales y el desencanto con las ventajas que ofrece el libre comercio se reflejan en una inquietud generalizada por los efectos de la migración internacional. Tanto en países ricos como en los que están en proceso de desarrollo, una amplia mayoría de los encuestados -incluyendo 71 por ciento en México- se mostró a favor de imponer controles migratorios más estrictos.
Como lo hemos visto en nuestro país, desde mediados de los años 80, y especialmente a raíz del TLC con Estados Unidos y Canadá, la globalización nos ha brindado muchas oportunidades. Al mismo tiempo, nos ha planteado retos que no hemos logrado enfrentar con la velocidad y la precisión necesarias para que sus beneficios alcancen a la gran mayoría de los mexicanos.
Esto se muestra con todo su dramatismo en el éxodo de los millones de migrantes indocumentados que se han ido a Estados Unidos para encontrar trabajos mejor pagados. Ahora, ellos son los que están sufriendo a nivel local las consecuencias del fracaso para alcanzar una reforma migratoria integral en Washington.
La ratificación por parte de Costa Rica del acuerdo comercial tendrá consecuencias no sólo para ese país, sino para toda la región en donde México está buscando recuperar su liderazgo. Esperemos que nuestra experiencia, y las de tantos otros países que están luchando por aprovechar lo mejor de la globalización, les sirva para no cometer los mismos errores que nosotros no hemos sabido reconocer, ni superar.
El Norte
10 de octubre de 2007
Después de una campaña que dividió y enfrentó al país, Costa Rica finalmente votó a favor del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Era el único país que no había ratificado el tratado negociado en el 2004, junto con Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y la República Dominicana.
La forma en la que se resolvió el asunto representó un proceso único, ya que es la primera vez que la aceptación o el rechazo a un instrumento de este tipo se decide mediante un referéndum. Sin embargo, también es un ejemplo de un proceso mucho más amplio, que está reflejando las tensiones y los temores provocados por la globalización. No sólo entre los países "emergentes", sino también en naciones desarrolladas como la de nuestros vecinos del norte.
Someter el acuerdo a un referéndum representó una prueba de fuego para la democracia costarricense. El Presidente Óscar Arias, consciente del riesgo que significaba para su país quedar aislado de un mecanismo en el que participan todos sus vecinos centroamericanos -excepto Belice y Panamá, que negociaron su propio TLC con Estados Unidos-, decidió jugarse todo a una carta muy arriesgada.
El ejercicio democrático acabó contando con todos los elementos para darle un tono dramático a la contienda. Se enfrentaron dos bandos claramente definidos, con el gobierno, la mayoría del sector privado e incluso Washington a favor del "sí", y un grupo muy diverso a favor del "no". Entre ellos estaban sindicatos, grupos de académicos y estudiantes, sectores políticos de centro-izquierda, miembros de la iglesia católica y organizaciones sociales.
El proceso estuvo marcado por el escándalo. El vicepresidente Kevin Casas tuvo que renunciar, tras la filtración de un memorándum en el que recomendaba emprender una campaña para provocar temor entre los trabajadores afectados por el rechazo al acuerdo. El grupo opositor también buscó generar miedo, argumentando que la apertura de sectores como el agropecuario o el de las telecomunicaciones traería consecuencias devastadoras.
Además, las encuestas generaron incertidumbre. Dos meses antes, los sondeos daban como ganador al "sí", pero en las últimas semanas el "no" cerró la brecha y, a unos días de la votación, el periódico Al Día le daba una mínima ventaja a los oponentes del acuerdo. Las encuestas fueron atinadas, ya que el resultado final fue muy cerrado: con un 60 por ciento de participación, 51.6 por ciento estuvo a favor y 48.4 por ciento en contra, según los últimos datos disponibles.
Lo más delicado es que los estrategas de ambos lados convirtieron el referéndum en una lucha de clases entre "ricos y pobres"; entre aquellos dispuestos a competir en el terreno de la dura economía globalizada, contra los defensores de una economía nacionalista y de una cultura con características propias.
En realidad esto no es sorprendente. Como lo muestra una encuesta sobre percepciones globales del Centro Pew (http://pewresearch.org/pubs/607/global-trade-immigration), el temor a los efectos del libre comercio y la migración internacional está manifestándose con más fuerza que nunca.
En los 47 países donde se realizó el estudio, la mayoría de los participantes reconoció los beneficios del comercio global y la economía de mercado. Esto fue más notorio en regiones como Asia y América Latina; sin embargo, destacó que el "entusiasmo" por el libre comercio ha disminuido significativamente durante los pasados cinco años en países como Estados Unidos, Italia, Francia y el Reino Unido.
Prácticamente en todos los lugares incluidos en la encuesta la gente dijo temer una pérdida de su cultura tradicional e identidad nacional. Por la misma razón, la mayoría también manifestó que éstas deberían ser protegidas contra las "amenazas externas".
El aspecto más preocupante de la encuesta es que el temor a otras influencias culturales y el desencanto con las ventajas que ofrece el libre comercio se reflejan en una inquietud generalizada por los efectos de la migración internacional. Tanto en países ricos como en los que están en proceso de desarrollo, una amplia mayoría de los encuestados -incluyendo 71 por ciento en México- se mostró a favor de imponer controles migratorios más estrictos.
Como lo hemos visto en nuestro país, desde mediados de los años 80, y especialmente a raíz del TLC con Estados Unidos y Canadá, la globalización nos ha brindado muchas oportunidades. Al mismo tiempo, nos ha planteado retos que no hemos logrado enfrentar con la velocidad y la precisión necesarias para que sus beneficios alcancen a la gran mayoría de los mexicanos.
Esto se muestra con todo su dramatismo en el éxodo de los millones de migrantes indocumentados que se han ido a Estados Unidos para encontrar trabajos mejor pagados. Ahora, ellos son los que están sufriendo a nivel local las consecuencias del fracaso para alcanzar una reforma migratoria integral en Washington.
La ratificación por parte de Costa Rica del acuerdo comercial tendrá consecuencias no sólo para ese país, sino para toda la región en donde México está buscando recuperar su liderazgo. Esperemos que nuestra experiencia, y las de tantos otros países que están luchando por aprovechar lo mejor de la globalización, les sirva para no cometer los mismos errores que nosotros no hemos sabido reconocer, ni superar.
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