Javier Treviño Cantú
El Norte
30 de enero de 2008
El Presidente George W. Bush presentó el lunes su séptimo y último "informe" sobre la situación en que se encuentra Estados Unidos. El ejercicio del poder es desgastante, y sin duda el mandatario llega a la etapa final de su gobierno en condiciones menos favorables de las que seguramente hubiera deseado.
Los niveles de aprobación del Presidente apenas superan el 30 por ciento, y más del 70 por ciento de la población estadounidense considera que su país va en la dirección equivocada. Pero nada de esto resultó evidente la noche del lunes. George W. Bush intentó mostrarse más seguro que nunca, y mantuvo un tono desafiante frente al Congreso dominado por una titubeante oposición demócrata.
A casi un año de que termine una de las etapas más controvertidas y dramáticas en la historia del vecino país del norte, el legado del gobierno encabezado por el segundo Presidente Bush todavía está por escribirse. Aun así, el momento se aprovecha para evaluar si su gestión ha representado un verdadero cambio.
Algunos consideran que no hay nada nuevo bajo el sol. Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia, y el resto del mundo tiene que ajustarse a sus decisiones. Por ejemplo, para la consultoría Stratfor (Net Assessment: US, 31/12/07) los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 no afectaron su posición global. Su "preeminencia" se mantiene "intacta", lo cual hace que no sufra amenazas "estratégicas".
Mientras Estados Unidos mantenga el control de los mares y su economía equivalga al 25 por ciento del PIB global, lo que el resto del mundo piense de ellos es irrelevante. Según Stratfor, "los Estados Unidos son más poderosos de lo que parecen, más importantes para el sistema internacional de lo que muchos creen y, si bien no son tan 'listos', tampoco son tan estúpidos como otros los consideran".
En cambio, investigadores como Parag Khanna, de la New American Foundation, opinan que la distribución del poder geopolítico ha cambiado fundamentalmente durante los dos periodos de gobierno del Presidente Bush. Para él, ahora Estados Unidos compite (y va perdiendo) con otras dos superpotencias globales: la Unión Europea y China.
En un ensayo publicado en la revista dominical del New York Times (Weaving goodbye to hegemony, 27/01/08), Khanna considera que la batalla entre los "tres grandes" se está dando en el "segundo mundo": los países con importancia regional por su dimensión (Rusia), sus recursos energéticos y naturales (Brasil) o su influencia regional (Turquía).
Algunos de estos países son los que estarían obteniendo mayores ventajas, al equilibrar sus relaciones para atraer inversiones y concesiones en terrenos como la seguridad, pero sin generar condiciones de dependencia excesiva respecto a uno solo de los tres grandes.
Nuestro país no es mencionado por Khanna. Pero la perspectiva se ajusta precisamente a las condiciones en las que México sigue encontrándose, en un entorno global que sí ha cambiado, mientras nuestra forma de enfocar la posición que queremos ocupar apenas comienza a hacerlo.
Para nosotros, Estados Unidos se mantiene como nuestro referente obligado. Y, al igual que siempre, nuestro objetivo estratégico también sigue siendo el mismo. México necesita sacar el mayor provecho posible de una vecindad que le ofrece grandes ventajas, y a la vez le genera algunos de los principales retos para su supervivencia como un Estado capaz de garantizar bienes públicos esenciales para su sociedad, empezando por la seguridad.
Al mismo tiempo, México necesita mantener el mayor grado posible de independencia frente a la superpotencia vecina, para darle viabilidad a un proyecto de nación que lo ubique como un actor relevante y soberano, así sea en términos relativos. En pocas palabras, quizá debemos ubicarnos en ese segundo mundo, aplicando la misma estrategia para equilibrar nuestras relaciones entre Estados Unidos, Europa y China.
Nuestra cercanía geográfica dificulta el proceso, pero la racionalidad es clara. La Unión Europea y China ofrecen opciones reales para reducir lo que el propio Presidente Felipe Calderón ha llamado nuestra "vulnerabilidad" frente a Estados Unidos. No sólo en el terreno económico y comercial, sino también en el de la seguridad.
En su informe, el Presidente Bush anunció que la próxima reunión de la ASPAN será en Nueva Orleans. Uno de los temas a tratar será la Iniciativa Mérida, que todavía no se concreta. Paradójicamente, eso puede ser lo mejor que le suceda a nuestro país. No se trata de si son 500 millones de dólares o mil 500. La clave de la propuesta es cualitativa. Una vez que se abra la puerta a la integración de los sistemas operativos de comunicación y control informático, no habrá marcha atrás. Europa ofrece una opción clara en materia de equipamiento tecnológico, e incluso China puede representar una alternativa.
Tenemos que atrevemos a pensar en grande, como todo un país del segundo mundo. Si no estamos dispuestos a jugar ahora en el nuevo tablero geopolítico, lo único seguro es que dentro de cinco años, cuando las campañas electorales por la Presidencia estén en su apogeo, algún candidato nos va a volver a ofrecer la "diversificación de las relaciones internacionales de México" como la solución a nuestra dependencia norteamericana.
Wednesday, January 30, 2008
Wednesday, January 16, 2008
Quemar puentes
Javier Treviño Cantú
El Norte
16 de enero de 2008
La breve visita del Presidente Felipe Calderón a Guatemala sirvió para reiterar el mensaje: América Latina es prioritaria en el diseño de su política exterior. Sin embargo, la realidad es terca. Durante la reciente reunión anual de Embajadores y Cónsules de México, se demostró que la relación con Estados Unidos sigue ocupando el espacio más importante.
A lo largo de su primer año, el Gobierno del Presidente Calderón logró mantener cierto equilibrio en su política exterior. América Latina recibió una atención destacada para empezar a recuperar los espacios perdidos. Las dos giras por Europa demostraron la intención de profundizar las relaciones. Aparte de una productiva visita a la India, Asia quedó como una asignatura pendiente.
En el ámbito multilateral, México tuvo una actuación relevante. Ocupamos, por derecho propio, un lugar entre las principales economías emergentes del G5, y se decidió buscar un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU para el periodo 2009-2010.
A pesar de que no se realizó el acostumbrado viaje presidencial a Estados Unidos, el Gobierno mexicano fue capaz de imprimirle un sello propio a la relación bilateral más compleja y demandante. Logró poner sobre la mesa de negociaciones temas relevantes para el interés nacional, sin recurrir a la famosa, y engañosa, "química personal" entre los respectivos mandatarios.
Este año, el reto para la política exterior de nuestro país será acabar de resolver los pendientes heredados, y dotar de verdadero contenido a sus diversas iniciativas, en especial al aún fallido Plan Puebla-Bogotá. Además, habrá que prepararse para enfrentar el desafío que significará ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad, justo cuando comenzarán a producirse serias redefiniciones en el sistema internacional por el cambio de Gobierno en Estados Unidos.
El Presidente Calderón ya había dejado en claro que buscaría darle un enfoque más práctico a la política exterior. Ahora, vimos que ya llegaron los instrumentos para medir el éxito de las políticas y la actuación de nuestros funcionarios públicos.
En la reunión con los Embajadores y Cónsules del pasado 7 de enero, el director de ProMéxico, Bruno Ferrari, anunció que se han propuesto "alcanzar metas numéricas tanto en atracción de inversiones como en exportaciones para cada región del mundo". Además, sostuvo que "será necesaria la implementación de mecanismos eficaces de evaluación (y dar) seguimiento a los indicadores de desempeño mes a mes, para poder alinear estrategias y tácticas, corregir el rumbo y tener muy claros los avances realizados y dónde tenemos que redoblar esfuerzos".
Más allá del estrecho enfoque numérico, el Presidente Calderón habló sobre comercio y migración. Puntualizó que la desaceleración estadounidense no sólo "presenta un panorama complejo para nuestra economía", sino que "es, al mismo tiempo, una oportunidad para diversificar nuestro sector externo y reducir nuestra vulnerabilidad respecto de nuestro país vecino".
Con esa frase, Felipe Calderón resumió la difícil posición en la que se encuentra México. Las dos economías están más integradas que nunca, y lo que ocurra de aquel lado de la frontera tiene un efecto inmediato aquí.
El Presidente defendió, atinada y oportunamente, el TLC de América del Norte. Con todos sus defectos, el TLCAN ha sido un instrumento clave para México. En ambos países, los llamados populistas para que sea "renegociado" son una falsa opción que debe ser resistida a toda costa.
Además, la relación con Estados Unidos trasciende el ámbito comercial. Las remesas de los paisanos son un pilar básico de la estabilidad social en algunas de las zonas más rezagadas de México y, hasta que la frontera común no se selle por completo, la migración seguirá funcionado como una válvula de seguridad nacional. Por ello, la firmeza con la que el Gobierno ha retomado la defensa de los derechos de los migrantes también fue una de las señales más positivas de la reunión. Pero hay formas de hacer las cosas.
El tono de reclamo adoptado para replantear la cooperación sobre seguridad fue asimilado por los estadounidenses sin mayores problemas, debido a que la "Iniciativa Mérida" está perfectamente alineada con la agenda definida por Washington desde la creación de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte.
El caso migratorio, en la coyuntura electoral y ante la contracción económica que ya está ocurriendo, es diferente. Por su naturaleza, el fenómeno exige un enfoque internacional. Aún así, no se puede desconocer que el tema migratorio se ha convertido en un asunto de política interna para Estados Unidos. Si el Gobierno mexicano insiste en quejarse cada vez que alguno de los candidatos a la Presidencia propone alguna medida "antiinmigrante", está cayendo en su propia trampa.
Para nuestro país, el cambio de Gobierno en Estados Unidos será el principal desafío. Habrá que extremar cuidados para seguir avanzando con los vecinos del norte en los asuntos que están en nuestro interés, en las mejores condiciones posibles, y en medio del proceso electoral más competido e incierto de su historia reciente. Eso significa evitar, ahora, quemar puentes que no se podrán cruzar después.
El Norte
16 de enero de 2008
La breve visita del Presidente Felipe Calderón a Guatemala sirvió para reiterar el mensaje: América Latina es prioritaria en el diseño de su política exterior. Sin embargo, la realidad es terca. Durante la reciente reunión anual de Embajadores y Cónsules de México, se demostró que la relación con Estados Unidos sigue ocupando el espacio más importante.
A lo largo de su primer año, el Gobierno del Presidente Calderón logró mantener cierto equilibrio en su política exterior. América Latina recibió una atención destacada para empezar a recuperar los espacios perdidos. Las dos giras por Europa demostraron la intención de profundizar las relaciones. Aparte de una productiva visita a la India, Asia quedó como una asignatura pendiente.
En el ámbito multilateral, México tuvo una actuación relevante. Ocupamos, por derecho propio, un lugar entre las principales economías emergentes del G5, y se decidió buscar un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU para el periodo 2009-2010.
A pesar de que no se realizó el acostumbrado viaje presidencial a Estados Unidos, el Gobierno mexicano fue capaz de imprimirle un sello propio a la relación bilateral más compleja y demandante. Logró poner sobre la mesa de negociaciones temas relevantes para el interés nacional, sin recurrir a la famosa, y engañosa, "química personal" entre los respectivos mandatarios.
Este año, el reto para la política exterior de nuestro país será acabar de resolver los pendientes heredados, y dotar de verdadero contenido a sus diversas iniciativas, en especial al aún fallido Plan Puebla-Bogotá. Además, habrá que prepararse para enfrentar el desafío que significará ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad, justo cuando comenzarán a producirse serias redefiniciones en el sistema internacional por el cambio de Gobierno en Estados Unidos.
El Presidente Calderón ya había dejado en claro que buscaría darle un enfoque más práctico a la política exterior. Ahora, vimos que ya llegaron los instrumentos para medir el éxito de las políticas y la actuación de nuestros funcionarios públicos.
En la reunión con los Embajadores y Cónsules del pasado 7 de enero, el director de ProMéxico, Bruno Ferrari, anunció que se han propuesto "alcanzar metas numéricas tanto en atracción de inversiones como en exportaciones para cada región del mundo". Además, sostuvo que "será necesaria la implementación de mecanismos eficaces de evaluación (y dar) seguimiento a los indicadores de desempeño mes a mes, para poder alinear estrategias y tácticas, corregir el rumbo y tener muy claros los avances realizados y dónde tenemos que redoblar esfuerzos".
Más allá del estrecho enfoque numérico, el Presidente Calderón habló sobre comercio y migración. Puntualizó que la desaceleración estadounidense no sólo "presenta un panorama complejo para nuestra economía", sino que "es, al mismo tiempo, una oportunidad para diversificar nuestro sector externo y reducir nuestra vulnerabilidad respecto de nuestro país vecino".
Con esa frase, Felipe Calderón resumió la difícil posición en la que se encuentra México. Las dos economías están más integradas que nunca, y lo que ocurra de aquel lado de la frontera tiene un efecto inmediato aquí.
El Presidente defendió, atinada y oportunamente, el TLC de América del Norte. Con todos sus defectos, el TLCAN ha sido un instrumento clave para México. En ambos países, los llamados populistas para que sea "renegociado" son una falsa opción que debe ser resistida a toda costa.
Además, la relación con Estados Unidos trasciende el ámbito comercial. Las remesas de los paisanos son un pilar básico de la estabilidad social en algunas de las zonas más rezagadas de México y, hasta que la frontera común no se selle por completo, la migración seguirá funcionado como una válvula de seguridad nacional. Por ello, la firmeza con la que el Gobierno ha retomado la defensa de los derechos de los migrantes también fue una de las señales más positivas de la reunión. Pero hay formas de hacer las cosas.
El tono de reclamo adoptado para replantear la cooperación sobre seguridad fue asimilado por los estadounidenses sin mayores problemas, debido a que la "Iniciativa Mérida" está perfectamente alineada con la agenda definida por Washington desde la creación de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte.
El caso migratorio, en la coyuntura electoral y ante la contracción económica que ya está ocurriendo, es diferente. Por su naturaleza, el fenómeno exige un enfoque internacional. Aún así, no se puede desconocer que el tema migratorio se ha convertido en un asunto de política interna para Estados Unidos. Si el Gobierno mexicano insiste en quejarse cada vez que alguno de los candidatos a la Presidencia propone alguna medida "antiinmigrante", está cayendo en su propia trampa.
Para nuestro país, el cambio de Gobierno en Estados Unidos será el principal desafío. Habrá que extremar cuidados para seguir avanzando con los vecinos del norte en los asuntos que están en nuestro interés, en las mejores condiciones posibles, y en medio del proceso electoral más competido e incierto de su historia reciente. Eso significa evitar, ahora, quemar puentes que no se podrán cruzar después.
Wednesday, January 02, 2008
La ideología del pragmatismo
Javier Treviño Cantú
El Norte
2 de enero de 2008
El pragmatismo parece haberse convertido en la nueva ideología de la era global. Hace apenas un par de semanas tuvimos dos muestras de ello: la famosa revista Time nombró como “persona del año” al Presidente ruso, Vladimir Putin; y el semanario inglés The Economist presentó en la portada de su edición navideña al histórico dirigente chino, Mao Tse-tung.
El Presidente Putin mereció el nombramiento por volver a colocar a Rusia en el mapa de las principales potencias regionales. Como señala Time, por su extensión geográfica, el tamaño de su población, los abundantes recursos energéticos y minerales con que cuenta y, sobre todo, por su gigantesco arsenal nuclear, lo que suceda en Rusia tiene una importancia clave para todo el mundo, empezando por los Estados Unidos.
Las relaciones entre estos dos países se han deteriorado, y la creciente posibilidad de un choque entre los viejos rivales está causando mucha preocupación en algunos círculos de Washington. Recientemente, el director del Centro Nixon, Dimitri Simes, alertó en la influyente revista Foreign Affairs sobre este riesgo, y destacó que la estabilidad de Rusia debería ser una prioridad para el gobierno del Presidente Bush.
Curiosamente, ésta es la razón principal de Time para otorgarle su distinción. Según la revista, el nombramiento no representa un premio, un concurso de popularidad, ni una expresión de apoyo. En todo caso, dice, es un reconocimiento al liderazgo de las personalidades que destacaron durante el año. Y, en su opinión, lo más sobresaliente del presidente Putin ha sido su liderazgo para restaurar la estabilidad en Rusia.
El título de la nota donde Time explica sus motivos lo dice todo: “Escogiendo el orden sobre la libertad”. En la era del pragmatismo a ultranza, la estabilidad es preferible a la democracia plena. Más vale la estabilidad que el imperio de la ley para garantizar la propiedad privada, la libertad de prensa y el respeto a los derechos humanos.
En una reveladora entrevista publicada dos semanas antes, Time calificaba al presidente ruso como un nuevo “zar”. “Antes que nada --señalaba el enviado de la revista-- Putin es un lider pragmático, que ha desarrollado un sistema (parecido al de China) basado en el libre mercado (aunque con una buena dosis de corrupción), pero que a la vez se apoya en un Estado fuerte para mantener el orden”.
Quizás esto explique la igualmente curiosa portada que The Economist dedicó a Mao. En uno de los artículos especiales que incluyó en su edición navideña, el semanario considera —nada más y nada menos— que el máximo símbolo del comunismo puede ser tomado como un modelo a seguir por los ejecutivos y administradores de empresas con dificultades para sobresalir.
De acuerdo con The Economist, el éxito de Mao para conservar una buena imagen a pesar de haber causado la muerte de más de 70 millones de chinos, se debe a cuatro factores que podrían ser útiles en el terreno de los negocios: 1) su habilidad para definir con claridad y precisión un mensaje convincente; 2) la capacidad para controlar y difundir su mensaje a través de los medios más adecuados; 3) la disposición para sacrificar a sus amigos y culpar a sus enemigos de cualquier fracaso; y 4) que siempre tuvo algún plan para sustituir la ineficacia con un torbellino de iniciativas constantes.
Por supuesto, el pragmatismo no es algo nuevo en la realpolitik. Sin embargo, el indudable éxito económico en el mundo globalizado de China (y también de Rusia, aunque por factores más coyunturales que estructurales), ha hecho que resurja la rivalidad ideológica entre el liberalismo y el absolutismo.
Como ha señalado el polémico analista e historiador Robert Kagan, los líderes de estos dos países parecen estar convencidos de las ventajas que plantea el sistema autocrático para alcanzar la prosperidad, en especial por el orden y la estabilidad que supuestamente ofrece. Y, cuando dos de las potencias nucleares más importantes del mundo, con una población combinada de mil 500 millones de personas, están comprometidas a seguir este camino, no se puede declarar a la autocracia como una ideología muerta.
Esta batalla ideológica también se está manifestando en nuestro continente. La falta de resultados económicos tangibles para las grandes mayorías, y la consecuente incapacidad para cerrar la brecha de la desigualdad, han generado un desencanto con la política en general, y con los partidos en particular, en muchos países latinoamericanos.
Esto puede aumentar tanto por el impacto de la desaceleración económica que está provocando la crisis financiera en Estados Unidos como por las limitaciones de la democracia.
En México las tensiones pueden crecer por cuestiones como la apertura del mercado agropecuario, los golpes sucesivos que ha recibido nuestro frágil andamio democrático con la decisión de la Suprema Corte en el caso de la periodista Lydia Cacho, la aprobación de una reforma electoral que sigue despertando temores, y el relevo inconcluso de los consejeros del IFE.
Esperemos que en el 2008 nuestros actores políticos no se vean deslumbrados por el espejismo que supone la aparente efectividad de la autocracia, ni por las ventajas —insostenibles en el largo plazo— que implica el más descarnado pragmatismo.
El Norte
2 de enero de 2008
El pragmatismo parece haberse convertido en la nueva ideología de la era global. Hace apenas un par de semanas tuvimos dos muestras de ello: la famosa revista Time nombró como “persona del año” al Presidente ruso, Vladimir Putin; y el semanario inglés The Economist presentó en la portada de su edición navideña al histórico dirigente chino, Mao Tse-tung.
El Presidente Putin mereció el nombramiento por volver a colocar a Rusia en el mapa de las principales potencias regionales. Como señala Time, por su extensión geográfica, el tamaño de su población, los abundantes recursos energéticos y minerales con que cuenta y, sobre todo, por su gigantesco arsenal nuclear, lo que suceda en Rusia tiene una importancia clave para todo el mundo, empezando por los Estados Unidos.
Las relaciones entre estos dos países se han deteriorado, y la creciente posibilidad de un choque entre los viejos rivales está causando mucha preocupación en algunos círculos de Washington. Recientemente, el director del Centro Nixon, Dimitri Simes, alertó en la influyente revista Foreign Affairs sobre este riesgo, y destacó que la estabilidad de Rusia debería ser una prioridad para el gobierno del Presidente Bush.
Curiosamente, ésta es la razón principal de Time para otorgarle su distinción. Según la revista, el nombramiento no representa un premio, un concurso de popularidad, ni una expresión de apoyo. En todo caso, dice, es un reconocimiento al liderazgo de las personalidades que destacaron durante el año. Y, en su opinión, lo más sobresaliente del presidente Putin ha sido su liderazgo para restaurar la estabilidad en Rusia.
El título de la nota donde Time explica sus motivos lo dice todo: “Escogiendo el orden sobre la libertad”. En la era del pragmatismo a ultranza, la estabilidad es preferible a la democracia plena. Más vale la estabilidad que el imperio de la ley para garantizar la propiedad privada, la libertad de prensa y el respeto a los derechos humanos.
En una reveladora entrevista publicada dos semanas antes, Time calificaba al presidente ruso como un nuevo “zar”. “Antes que nada --señalaba el enviado de la revista-- Putin es un lider pragmático, que ha desarrollado un sistema (parecido al de China) basado en el libre mercado (aunque con una buena dosis de corrupción), pero que a la vez se apoya en un Estado fuerte para mantener el orden”.
Quizás esto explique la igualmente curiosa portada que The Economist dedicó a Mao. En uno de los artículos especiales que incluyó en su edición navideña, el semanario considera —nada más y nada menos— que el máximo símbolo del comunismo puede ser tomado como un modelo a seguir por los ejecutivos y administradores de empresas con dificultades para sobresalir.
De acuerdo con The Economist, el éxito de Mao para conservar una buena imagen a pesar de haber causado la muerte de más de 70 millones de chinos, se debe a cuatro factores que podrían ser útiles en el terreno de los negocios: 1) su habilidad para definir con claridad y precisión un mensaje convincente; 2) la capacidad para controlar y difundir su mensaje a través de los medios más adecuados; 3) la disposición para sacrificar a sus amigos y culpar a sus enemigos de cualquier fracaso; y 4) que siempre tuvo algún plan para sustituir la ineficacia con un torbellino de iniciativas constantes.
Por supuesto, el pragmatismo no es algo nuevo en la realpolitik. Sin embargo, el indudable éxito económico en el mundo globalizado de China (y también de Rusia, aunque por factores más coyunturales que estructurales), ha hecho que resurja la rivalidad ideológica entre el liberalismo y el absolutismo.
Como ha señalado el polémico analista e historiador Robert Kagan, los líderes de estos dos países parecen estar convencidos de las ventajas que plantea el sistema autocrático para alcanzar la prosperidad, en especial por el orden y la estabilidad que supuestamente ofrece. Y, cuando dos de las potencias nucleares más importantes del mundo, con una población combinada de mil 500 millones de personas, están comprometidas a seguir este camino, no se puede declarar a la autocracia como una ideología muerta.
Esta batalla ideológica también se está manifestando en nuestro continente. La falta de resultados económicos tangibles para las grandes mayorías, y la consecuente incapacidad para cerrar la brecha de la desigualdad, han generado un desencanto con la política en general, y con los partidos en particular, en muchos países latinoamericanos.
Esto puede aumentar tanto por el impacto de la desaceleración económica que está provocando la crisis financiera en Estados Unidos como por las limitaciones de la democracia.
En México las tensiones pueden crecer por cuestiones como la apertura del mercado agropecuario, los golpes sucesivos que ha recibido nuestro frágil andamio democrático con la decisión de la Suprema Corte en el caso de la periodista Lydia Cacho, la aprobación de una reforma electoral que sigue despertando temores, y el relevo inconcluso de los consejeros del IFE.
Esperemos que en el 2008 nuestros actores políticos no se vean deslumbrados por el espejismo que supone la aparente efectividad de la autocracia, ni por las ventajas —insostenibles en el largo plazo— que implica el más descarnado pragmatismo.
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