Javier Treviño Cantú
El Norte
18 de junio de 2008
La semana pasada estuve en Washington, para participar en una conferencia organizada por el Mexico Institute del Centro Woodrow Wilson, sobre las elecciones en Estados Unidos y su impacto en la relación bilateral con nuestro país. La pregunta que todo el mundo se hizo es ¿quién le convendría más a México, Barack Obama o John McCain?
La mayoría cree que McCain ofrece mejores perspectivas. Sin embargo, debemos ser realistas: las posibilidades de que Obama gane la Presidencia de Estados Unidos son cada vez más amplias.
Ello puede tener serias implicaciones para México por dos razones. Primero, por que sin duda Obama buscaría revisar el TLC, lo cual podría “contaminar” toda la relación. Segundo, por que, al menos en la conferencia, la percepción fue que el gobierno mexicano no está listo para negociar con una administración demócrata.
La elección arranca con Obama a la cabeza en las encuestas. El viernes pasado, la de NBC y el Wall Street Journal le dio una ventaja sobre McCain de 47% a 41%; el martes, la de ABC y el Washington Post también lo coloca al frente por seis puntos porcentuales, 48% contra 42%. Para McCain, quizás su mejor opción sería retomar uno de los lemas que le dieron el triunfo a Felipe Calderón en el 2000, y tratar de convencer a los votantes de que “Obama es un peligro para Estados Unidos”.
Obama sabe que la elección está muy lejos de haberse decidido, por lo que está buscando atraer electores independientes y a los que no votaron por él en las primarias, incluyendo a los hispanos. Esto se reflejó en la entrevista que le concedió a Jorge Ramos, el presentador de Univisión, publicada por El Mercurio de Chile el 11 de junio.
Obama sostuvo que las bardas en ciertas zonas de la frontera con México pueden “ayudar a salvar vidas”, reconoció que el consumo de drogas en su país debe disminuir, y se comprometió a impulsar una reforma migratoria integral durante su primer año de gobierno. Sobre todo, insistió en que le daría prioridad a México, ya que quiere “descubrir qué necesitan del otro lado de la frontera para promover el desarrollo económico y la creación de empleos. Más trabajos allá significan menos indocumentados que vienen a Estados Unidos".
El problema es que Obama tiene otras prioridades (“cuando se termine la guerra en Irak podremos volver a enfocar nuestra atención en Latinoamérica”), y que está comprometido a renegociar el TLC. Es indudable que ello contribuiría a profundizar el clima de confrontación entre ambos países. Según el Centro Pew, el porcentaje de mexicanos que tienen una percepción positiva de Estados Unidos cayó de 56% en 2007, a sólo 47% este año; lo más grave, es que 31% cree que el vecino país es nuestro “enemigo”.
Iniciar la próxima etapa de la relación revisando el TLC contaminaría toda la agenda bilateral. A reserva de que el Congreso estadounidense apruebe pronto los recursos para la Iniciativa Mérida en términos “aceptables” para el gobierno y el Congreso mexicanos, cualquier avance en materia de cooperación sobre seguridad podría verse truncado, con la consecuente ventaja adicional para el verdadero enemigo común.
Además, las tensiones que provocaría la renegociación del TLC podrían acabar con la posibilidad de que los intereses de nuestros trabajadores migratorios y sus familias en Estados Unidos recibieran cualquier tipo de consideración especial, como parte de la supuesta reforma migratoria integral a la que Obama se ha “comprometido”.
En la conferencia del Centro Woodrow Wilson, la percepción fue que México no se está preparando para hace frente al probable escenario de una administración encabezada por el Presidente Obama. Por ello, un primer paso consistiría en hacer una evaluación exhaustiva sobre los beneficios del TLC y diseñar una campaña informativa para difundirlos, aquí y allá, como parte de un esfuerzo de comunicación más amplio para mejorar la deteriorada imagen de México en Estados Unidos.
En segundo lugar, es urgente empezar a considerar los aspectos que nosotros quisiéramos revisar del TLC, y definir las “fichas” con las que podríamos negociar. Canadá ya anticipó que usaría sus exportaciones petroleras como moneda de cambio, así que México tendrá que ser muy imaginativo para buscar alternativas, por que ese tema ya está previamente contaminado por la discusión de la reforma propuesta para Pemex.
Por último, deberíamos empezar a conocer mejor al equipo de Obama. Es necesario tender puentes con gente como Austan Goolsbee y Jason Furman, sus principales consejeros económicos; Susan Rice, que se perfila como la posible asesora de Seguridad Nacional; Tony Lake y Richard Holbrooke, quienes podrían ocupar el Departamento de Estado; y con Dan Restrepo, el actual encargado en la campaña de las relaciones con América Latina.
El estratega electoral de Obama, David Axelrod, señaló hace poco que uno de los mayores talentos del candidato demócrata es “distinguir entre aquellas cuestiones que son absolutamente esenciales, y las que son secundarias”. Es una habilidad que deberíamos aprovechar, para que conozca la complejidad de la agenda bilateral, y se convenza de que la relación con México en efecto debe recibir una atención prioritaria.
Wednesday, June 18, 2008
Wednesday, June 04, 2008
Del miedo a la esperanza
Javier Treviño Cantú
El Norte
4 de junio de 2008
El fin de semana pasado estuve en Medellín, Colombia. Cuando aterricé en el aeropuerto José María Córdova no sabía qué esperar. He visitado Bogotá y Cartagena varias veces, pero nunca antes la capital de Antioquia. Las percepciones son difíciles de cambiar. Las imágenes que tenía en mente eran las del Medellín de los años ochenta y noventa, controlado por Pablo Escobar y el narcotráfico, donde el común denominador era el terror, la angustia y la destrucción del capital social. Medellín era el lugar más peligroso del mundo.
Asistí a la junta del consejo del Trust of the Americas, una fundación sin fines de lucro asociada a la Organización de Estados Americanos. Paradójicamente, la OEA realizó en Medellín su Asamblea General para celebrar el 60 aniversario de su fundación, al adoptar en 1948 la Carta de Bogotá. Recorrí la ciudad, visité el Museo de Antioquia y pude ver la obra de Fernando Botero; caminé con toda tranquilidad por el centro y los barrios. Quedé gratamente sorprendido.
La transformación que vive Colombia no se puede entender sin conocer los cambios radicales que han ocurrido en Medellín durante los últimos años. Sin duda esa fue la intención del Presidente Álvaro Uribe, cuando invitó a los representantes de los 34 países integrantes de la OEA a festejar su aniversario en la segunda ciudad más importante del país.
Una cifra resume los esfuerzos para cambiar toda la imagen de Medellín. En 1991 el número de homicidios fue de 6,500; es decir, aproximadamente 380 por cada 100,000 habitantes. En 2006, bajó a 700 homicidios, ó 29 por cada 100,000, muy por debajo del promedio registrado en muchas de las principales ciudades de América Latina o Estados Unidos.
La fórmula para transformar esta ciudad de más de 3 millones de habitantes se concentró en reducir la violencia, mediante una activa participación social, una mayor presencia de fuerzas policiales mejor capacitadas, y programas para permitir la reinserción de unos 4,000 paramilitares.
En forma paralela se han tendido puentes de convivencia, mediante proyectos que incluyen la construcción de parques y excelentes bibliotecas en barrios marginales, y la generación de oportunidades para "emprendedores" que quieren salir de la economía informal. Además, se han desarrollado importantes sistemas de transporte público, como el Metroplús y el Metrocable.
Las pruebas están a la vista: en unos cuantos años, Medellín ha logrado pasar “del miedo a la esperanza”.
El responsable de la transformación de esta ciudad fue Sergio Fajardo, un doctor en matemáticas por la Universidad de Wisconsin, de 51 años. Sin experiencia previa en el terreno político, fue electo alcalde para el periodo 2004-2007, y logró obtener resultados notables con una rapidez impresionante.
Conocí a Fajardo hace un mes, en Washington, en una reunión del Diálogo Inter-Americano en donde analizamos el futuro de América Latina. Me platicó lo que hizo en Medellín, pero no me imaginaba la dimensión de los cambios que impulsó hasta que llegué a su ciudad.
Fajardo se ha vuelto una figura pública, que incluso tiene posibilidades de ser candidato a la presidencia de Colombia. Con un estilo fuera de lo común y un nivel de aprobación cercano al 90% en las encuestas, el ex alcalde de Medellín practicó un valor poco conocido en la política de nuestros países: la coherencia. "Fui un alcalde cívico independiente con una propuesta para Medellín", me decía en Washington. “Desde el primer día en que empezamos a hacer política tuvimos principios bien definidos, una propuesta clara, y siempre actuamos con coherencia. Para mí eso es muy poderoso”.
Como buen científico, basó su propuesta en una planeación rigurosa para evitar la improvisación. Su campaña electoral la hizo en la calle, estableciendo contacto directo con la gente, para tratar de saltarse la estructura clientelar inevitablemente asociada a los partidos políticos. Se rodeó de colaboradores con poca experiencia en el mundo de la política, pero con reconocimiento en los sectores privado, académico y social. Esta fórmula innovadora le dio muy buenos resultados para vincular a la empresa privada con los proyectos públicos que están cambiando a la ciudad.
Su herramienta estratégica fue el programa " Medellín, la más educada". Fajardo destinó el 40% del presupuesto local a la educación, como alternativa fundamental para superar la injusticia social.
¿Cuáles serían algunas de las lecciones de Medellín que podrían aprovechar los aspirantes a gobernar los estados y ciudades de nuestro país? Entre otras, quizás destacarían tres:
Primero, hay que atreverse a impulsar proyectos innovadores, pero basados en diagnósticos precisos, que reflejen las necesidades y preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos, para desarrollar políticas públicas bien diseñadas en coordinación con el sector privado y las universidades.
Segundo, es indispensable enfocarse en elevar la calidad de la educación a todos niveles. Este factor sigue reafirmándose como el elemento determinante para mejorar la competitividad a nivel internacional, y sobre todo para reducir la brecha de la desigualdad a nivel interno.
Tercero, sin coherencia entre lo que se ofrece en campaña y lo que se realiza desde los palacios de gobierno, los mejores planes se quedan en simples ocurrencias.
El Norte
4 de junio de 2008
El fin de semana pasado estuve en Medellín, Colombia. Cuando aterricé en el aeropuerto José María Córdova no sabía qué esperar. He visitado Bogotá y Cartagena varias veces, pero nunca antes la capital de Antioquia. Las percepciones son difíciles de cambiar. Las imágenes que tenía en mente eran las del Medellín de los años ochenta y noventa, controlado por Pablo Escobar y el narcotráfico, donde el común denominador era el terror, la angustia y la destrucción del capital social. Medellín era el lugar más peligroso del mundo.
Asistí a la junta del consejo del Trust of the Americas, una fundación sin fines de lucro asociada a la Organización de Estados Americanos. Paradójicamente, la OEA realizó en Medellín su Asamblea General para celebrar el 60 aniversario de su fundación, al adoptar en 1948 la Carta de Bogotá. Recorrí la ciudad, visité el Museo de Antioquia y pude ver la obra de Fernando Botero; caminé con toda tranquilidad por el centro y los barrios. Quedé gratamente sorprendido.
La transformación que vive Colombia no se puede entender sin conocer los cambios radicales que han ocurrido en Medellín durante los últimos años. Sin duda esa fue la intención del Presidente Álvaro Uribe, cuando invitó a los representantes de los 34 países integrantes de la OEA a festejar su aniversario en la segunda ciudad más importante del país.
Una cifra resume los esfuerzos para cambiar toda la imagen de Medellín. En 1991 el número de homicidios fue de 6,500; es decir, aproximadamente 380 por cada 100,000 habitantes. En 2006, bajó a 700 homicidios, ó 29 por cada 100,000, muy por debajo del promedio registrado en muchas de las principales ciudades de América Latina o Estados Unidos.
La fórmula para transformar esta ciudad de más de 3 millones de habitantes se concentró en reducir la violencia, mediante una activa participación social, una mayor presencia de fuerzas policiales mejor capacitadas, y programas para permitir la reinserción de unos 4,000 paramilitares.
En forma paralela se han tendido puentes de convivencia, mediante proyectos que incluyen la construcción de parques y excelentes bibliotecas en barrios marginales, y la generación de oportunidades para "emprendedores" que quieren salir de la economía informal. Además, se han desarrollado importantes sistemas de transporte público, como el Metroplús y el Metrocable.
Las pruebas están a la vista: en unos cuantos años, Medellín ha logrado pasar “del miedo a la esperanza”.
El responsable de la transformación de esta ciudad fue Sergio Fajardo, un doctor en matemáticas por la Universidad de Wisconsin, de 51 años. Sin experiencia previa en el terreno político, fue electo alcalde para el periodo 2004-2007, y logró obtener resultados notables con una rapidez impresionante.
Conocí a Fajardo hace un mes, en Washington, en una reunión del Diálogo Inter-Americano en donde analizamos el futuro de América Latina. Me platicó lo que hizo en Medellín, pero no me imaginaba la dimensión de los cambios que impulsó hasta que llegué a su ciudad.
Fajardo se ha vuelto una figura pública, que incluso tiene posibilidades de ser candidato a la presidencia de Colombia. Con un estilo fuera de lo común y un nivel de aprobación cercano al 90% en las encuestas, el ex alcalde de Medellín practicó un valor poco conocido en la política de nuestros países: la coherencia. "Fui un alcalde cívico independiente con una propuesta para Medellín", me decía en Washington. “Desde el primer día en que empezamos a hacer política tuvimos principios bien definidos, una propuesta clara, y siempre actuamos con coherencia. Para mí eso es muy poderoso”.
Como buen científico, basó su propuesta en una planeación rigurosa para evitar la improvisación. Su campaña electoral la hizo en la calle, estableciendo contacto directo con la gente, para tratar de saltarse la estructura clientelar inevitablemente asociada a los partidos políticos. Se rodeó de colaboradores con poca experiencia en el mundo de la política, pero con reconocimiento en los sectores privado, académico y social. Esta fórmula innovadora le dio muy buenos resultados para vincular a la empresa privada con los proyectos públicos que están cambiando a la ciudad.
Su herramienta estratégica fue el programa " Medellín, la más educada". Fajardo destinó el 40% del presupuesto local a la educación, como alternativa fundamental para superar la injusticia social.
¿Cuáles serían algunas de las lecciones de Medellín que podrían aprovechar los aspirantes a gobernar los estados y ciudades de nuestro país? Entre otras, quizás destacarían tres:
Primero, hay que atreverse a impulsar proyectos innovadores, pero basados en diagnósticos precisos, que reflejen las necesidades y preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos, para desarrollar políticas públicas bien diseñadas en coordinación con el sector privado y las universidades.
Segundo, es indispensable enfocarse en elevar la calidad de la educación a todos niveles. Este factor sigue reafirmándose como el elemento determinante para mejorar la competitividad a nivel internacional, y sobre todo para reducir la brecha de la desigualdad a nivel interno.
Tercero, sin coherencia entre lo que se ofrece en campaña y lo que se realiza desde los palacios de gobierno, los mejores planes se quedan en simples ocurrencias.
Subscribe to:
Posts (Atom)