Javier Treviño Cantú
El Norte
30 de julio de 2008
Uno de los efectos del cambio demográfico en nuestro país se refleja en la creciente demanda de una educación universitaria de mayor calidad. Según el Consejo Nacional de Población, la actual generación de jóvenes de entre 15 y 24 años es la más numerosa en la historia de nuestro país. En cinco décadas se cuadruplicó, al pasar de cinco millones en 1950, a 20 millones en 2005. En los próximos dos años alcanzará su nivel máximo; el CONAPO calcula que para 2010 las personas de esa edad sumarán 21.5 millones.
Lamentablemente, sólo 10 por ciento de estos jóvenes logran llegar a la universidad. De acuerdo con cifras de la SEP, el número total de estudiantes que cursan alguna licenciatura universitaria ha crecido de 1.7 millones durante el ciclo escolar 2000-2001, a 2.1 millones en el correspondiente a 2005-2006. De este último ciclo egresaron poco más de 288 mil jóvenes, y unos 186 mil de ellos se titularon.
Terminar una carrera y graduarse es un gran logro en sí mismo. Sin embargo, apenas es el comienzo de la siguiente etapa, en donde los conocimientos, las habilidades y el carácter de los jóvenes egresados serán puestos a prueba de inmediato. Con la intención de ayudarles a entender algo de lo que les espera en el mundo real, muchas universidades invitan a ex-alumnos y otros oradores exitosos, para que les hablen de sus propias experiencias y los retos que han tenido que superar.
En Estados Unidos, por ejemplo, las ceremonias de graduación se han convertido en un gran acontecimiento. Al igual que en todo lo demás, las principales universidades compiten ferozmente para atraer a las personalidades más destacadas. En los últimos años, algunos de los discursos pronunciados se han vuelto famosos, ya sea por la popularidad del invitado, o porque realmente sus palabras encierran lecciones valiosas. En especial, cinco de ellas quizás podrían ser útiles para las nuevas generaciones de egresados universitarios, sin importar de qué país sean:
1) Confiar en uno mismo. Paradójicamente, uno de los discursos más comentados es el que pronunció Steve Jobs en 2005, ante los estudiantes de Stanford. Jobs es el director de Apple, una de las compañías más reconocidas del mundo, pero nunca terminó la universidad. Dejó el Reed College al poco tiempo de haber entrado, aunque siguió tomando clases que le interesaban. Una de ellas era de caligrafía, a la cual no le veía ninguna aplicación práctica. Sin embargo, cuando unos años más tarde desarrolló la primera computadora personal Macintosh, lo que aprendió en esa clase fue clave para su éxito y el de una larga lista de productos electrónicos, como el iPod o el iPhone, que se han convertido en símbolos del diseño más sofisticado.
2) Aprender de los tropiezos. Ese fue uno de los mensajes centrales del discurso que dio hace poco en Harvard la famosa escritora J.K. Rowling, autora de la serie de libros sobre el mago Harry Potter. Siete años después de graduarse, su vida era un fracaso de proporciones “épicas”. Sin un trabajo estable, con la responsabilidad de mantener a su hija después de un breve matrimonio fallido y sin mayores apoyos, se concentró en lo que siempre había querido hacer: escribir. El fracaso le enseño a distinguir lo esencial, y ello se convirtió en la base sobre la que reconstruyó su vida, hasta convertirse en una de las mujeres más ricas e influyentes del mundo. Todos cometemos errores, pero la diferencia está en la disposición para aprender de ellos y volverlo a intentar.
3) No confundir la vida con el trabajo. La presentadora de televisión estadounidense Oprah Winfrey también es una personalidad con una gran influencia. En junio pasado dio el discurso de graduación en la universidad de Stanford, y enfatizó algo que parece obvio, pero que se puede perder de vista ante las presiones del trabajo y los compromisos que se van adquiriendo en la vida. En cualquier profesión, el éxito exige muchos sacrificios, pero si se sacrifica todo lo demás, los logros no pueden ser plenos. Por ello, les pidió a los egresados de esa universidad que nunca dejaran de buscar la felicidad. Y, para Oprah, la felicidad consiste en ayudar a los demás.
4) Actuar con responsabilidad social. Ese fue el mensaje de otro exitoso empresario y filántropo que no terminó la universidad. Casi 30 años después de haber dejado Harvard para fundar Microsoft, Bill Gates regresó en 2007 para recibir un doctorado honoris causa y dirigirse a los alumnos que estaban por graduarse. Ante la persistencia en muchas partes del mundo de retos tan complejos como la pobreza, la desigualdad, las enfermedades endémicas y el deterioro ambiental, les recordó a los estudiantes de Harvard que tienen la responsabilidad de aplicar parte de su talento, recursos y tiempo a buscar soluciones innovadoras para superarlos.
5) Nunca rendirse. Ese fue el mejor consejo de Winston Churchill a los egresados de la Harrow School en octubre de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, su discurso tenía un sentido bélico, por el momento crítico que enfrentaban. Sin embargo, sus palabras siguen teniendo vigencia y son una guía para cualquier joven de hoy: “Nunca se rindan, nunca se rindan, nunca, nunca, nunca —ante ningún reto, por grande o pequeño que éste sea...”.
Wednesday, July 30, 2008
Wednesday, July 16, 2008
Falta liderazgo
Javier Treviño Cantú
El Norte
16 de julio de 2008
Los resultados alcanzados en la reciente cumbre de los siete países más industrializados y Rusia, el G8, destacaron por su pobreza. Además, la falta de voluntad política para institucionalizar la participación de China, India, Brasil, Sudáfrica y México, el G5, en la búsqueda de soluciones a los retos globales más urgentes, demostró los límites de la arquitectura internacional establecida desde mediados del siglo pasado.
Sobre todo, la reunión celebrada en Japón se caracterizó por un grave déficit de liderazgo que está impidiendo la definición de políticas concertadas, para ir más allá de los retos del momento y emprender una amplia reforma del sistema multilateral.
El Consejo de Seguridad de la ONU y muchos otros organismos ya no responden a los nuevos equilibrios de poder. Lo malo es que mecanismos de concertación más compactos, como el G8, están resultando disfuncionales. El cambio climático, los altos precios de energéticos y alimentos, la crisis del sistema financiero y otros desafíos globales, sólo pueden resolverse mediante esfuerzos conjuntos entre las naciones desarrolladas y las potencias emergentes.
El problema es que los gobiernos no han construido el consenso sobre los cambios que se necesitan. En la cumbre de Japón, la posibilidad de formalizar la ampliación del G8 para incluir a las economías emergentes, de nuevo fue rechazada. Ante la supuesta inquietud por la atención que recibiría China si se destacaba el papel del G5, el gobierno anfitrión decidió invitar adicionalmente a Australia, Corea del Sur e Indonesia, para combatir el calentamiento global. La iniciativa no prosperó.
El G8 sólo propuso “considerar y adoptar como meta una reducción de 50% en las emisiones globales para el año 2050”. No hubo estrategia para lograrlo, ni claridad en el año que se tomaría como base para medir la tarea. El planteamiento fue rechazado por el G5: insistió en que los países desarrollados son los que más deben reducir sus emisiones, entre 80 y 95% para 2050, tomando como referencia los niveles de 1990.
También se manifestaron diferencias entre los países emergentes. En particular, la propuesta que ha estado impulsando el Presidente Calderón para crear un Fondo Verde se topó con un proyecto similar de China, por lo que el G5 únicamente acordó “evaluar” ambos proyectos.
Entre otros, tres factores explican los pobres resultados (e incluso la ausencia de frases memorables) en estas cumbres anuales: 1) la burocratización de un mecanismo originalmente más informal; 2) la constante ampliación de la agenda; y 3) el choque natural de intereses, entre naciones desarrolladas que buscan mantener su hegemonía y países en proceso de crecimiento que intentan ejercer mayor influencia.
Pero, más que nada, la incapacidad para definir acuerdos fundamentales sobre el mejor rumbo a seguir, se debe a la falta de un liderazgo eficaz que haga frente a las dinámicas condiciones del entorno actual.
En parte, ello obedece a la coyuntura política. El mundo está a la espera del cambio de gobierno en Estados Unidos. La mayoría de los mandatarios europeos no atraviesan por su mejor momento. El peso de las potencias emergentes aún es insuficiente para llevar la voz cantante. Y las contradicciones de China difícilmente la convertirán en el modelo universal.
Por otra parte, quizás el viejo concepto del liderazgo monolítico tampoco sea la respuesta para un mundo a-polar. Se necesita una nueva visión. Valdría la pena que los miembros del G8 y del G5 analizaran al menos dos tipos de liderazgo.
El primero es lo que mi profesor de Harvard, Joe Nye, llama “liderazgo transformativo”: la capacidad para articular una nueva visión y lograr que los demás se sumen a ella para concretarla. La “inteligencia contextual” es determinante para ejercerlo, ya que permite “entender un entorno cambiante y alinear los recursos disponibles con las metas fijadas para ir a favor de las tendencias prevalecientes, y no en contra de ellas”. Esto implica ajustar el estilo de liderazgo a distintas situaciones, de manera que se tomen en cuenta las necesidades de los demás. La clave está en darle sentido a ese liderazgo, al definir el proyecto común e inspirar un esfuerzo colectivo.
El segundo tipo es contra-intuitivo. Se trata del “liderazgo compartido”, un concepto desarrollado por el profesor Craig Pearce, de la Universidad de Claremont. De acuerdo a sus estudios, en la economía del conocimiento se necesitan equipos de especialistas para resolver retos específicos cada vez más complejos. En lugar de una estructura rígida y jerárquica, con una sola persona al frente y todos los demás siguiéndolo, las organizaciones más eficientes comparten el liderazgo. Dependiendo de la tarea, la persona con mayores conocimientos, experiencia y habilidad para dirigir encabeza el esfuerzo.
La aplicación de un liderazgo de esta naturaleza en el terreno empresarial implica muchas dificultades y, sin duda, llevarlo a la esfera de la política global requiere una gran imaginación. Sin embargo, la cumbre del G8 confirmó que las soluciones tradicionales para los nuevos problemas que está enfrentando la comunidad internacional no lograrán grandes resultados. Por ello, quizás sea hora de empezar a pensar en opciones diferentes, como el “liderazgo compartido”.
El Norte
16 de julio de 2008
Los resultados alcanzados en la reciente cumbre de los siete países más industrializados y Rusia, el G8, destacaron por su pobreza. Además, la falta de voluntad política para institucionalizar la participación de China, India, Brasil, Sudáfrica y México, el G5, en la búsqueda de soluciones a los retos globales más urgentes, demostró los límites de la arquitectura internacional establecida desde mediados del siglo pasado.
Sobre todo, la reunión celebrada en Japón se caracterizó por un grave déficit de liderazgo que está impidiendo la definición de políticas concertadas, para ir más allá de los retos del momento y emprender una amplia reforma del sistema multilateral.
El Consejo de Seguridad de la ONU y muchos otros organismos ya no responden a los nuevos equilibrios de poder. Lo malo es que mecanismos de concertación más compactos, como el G8, están resultando disfuncionales. El cambio climático, los altos precios de energéticos y alimentos, la crisis del sistema financiero y otros desafíos globales, sólo pueden resolverse mediante esfuerzos conjuntos entre las naciones desarrolladas y las potencias emergentes.
El problema es que los gobiernos no han construido el consenso sobre los cambios que se necesitan. En la cumbre de Japón, la posibilidad de formalizar la ampliación del G8 para incluir a las economías emergentes, de nuevo fue rechazada. Ante la supuesta inquietud por la atención que recibiría China si se destacaba el papel del G5, el gobierno anfitrión decidió invitar adicionalmente a Australia, Corea del Sur e Indonesia, para combatir el calentamiento global. La iniciativa no prosperó.
El G8 sólo propuso “considerar y adoptar como meta una reducción de 50% en las emisiones globales para el año 2050”. No hubo estrategia para lograrlo, ni claridad en el año que se tomaría como base para medir la tarea. El planteamiento fue rechazado por el G5: insistió en que los países desarrollados son los que más deben reducir sus emisiones, entre 80 y 95% para 2050, tomando como referencia los niveles de 1990.
También se manifestaron diferencias entre los países emergentes. En particular, la propuesta que ha estado impulsando el Presidente Calderón para crear un Fondo Verde se topó con un proyecto similar de China, por lo que el G5 únicamente acordó “evaluar” ambos proyectos.
Entre otros, tres factores explican los pobres resultados (e incluso la ausencia de frases memorables) en estas cumbres anuales: 1) la burocratización de un mecanismo originalmente más informal; 2) la constante ampliación de la agenda; y 3) el choque natural de intereses, entre naciones desarrolladas que buscan mantener su hegemonía y países en proceso de crecimiento que intentan ejercer mayor influencia.
Pero, más que nada, la incapacidad para definir acuerdos fundamentales sobre el mejor rumbo a seguir, se debe a la falta de un liderazgo eficaz que haga frente a las dinámicas condiciones del entorno actual.
En parte, ello obedece a la coyuntura política. El mundo está a la espera del cambio de gobierno en Estados Unidos. La mayoría de los mandatarios europeos no atraviesan por su mejor momento. El peso de las potencias emergentes aún es insuficiente para llevar la voz cantante. Y las contradicciones de China difícilmente la convertirán en el modelo universal.
Por otra parte, quizás el viejo concepto del liderazgo monolítico tampoco sea la respuesta para un mundo a-polar. Se necesita una nueva visión. Valdría la pena que los miembros del G8 y del G5 analizaran al menos dos tipos de liderazgo.
El primero es lo que mi profesor de Harvard, Joe Nye, llama “liderazgo transformativo”: la capacidad para articular una nueva visión y lograr que los demás se sumen a ella para concretarla. La “inteligencia contextual” es determinante para ejercerlo, ya que permite “entender un entorno cambiante y alinear los recursos disponibles con las metas fijadas para ir a favor de las tendencias prevalecientes, y no en contra de ellas”. Esto implica ajustar el estilo de liderazgo a distintas situaciones, de manera que se tomen en cuenta las necesidades de los demás. La clave está en darle sentido a ese liderazgo, al definir el proyecto común e inspirar un esfuerzo colectivo.
El segundo tipo es contra-intuitivo. Se trata del “liderazgo compartido”, un concepto desarrollado por el profesor Craig Pearce, de la Universidad de Claremont. De acuerdo a sus estudios, en la economía del conocimiento se necesitan equipos de especialistas para resolver retos específicos cada vez más complejos. En lugar de una estructura rígida y jerárquica, con una sola persona al frente y todos los demás siguiéndolo, las organizaciones más eficientes comparten el liderazgo. Dependiendo de la tarea, la persona con mayores conocimientos, experiencia y habilidad para dirigir encabeza el esfuerzo.
La aplicación de un liderazgo de esta naturaleza en el terreno empresarial implica muchas dificultades y, sin duda, llevarlo a la esfera de la política global requiere una gran imaginación. Sin embargo, la cumbre del G8 confirmó que las soluciones tradicionales para los nuevos problemas que está enfrentando la comunidad internacional no lograrán grandes resultados. Por ello, quizás sea hora de empezar a pensar en opciones diferentes, como el “liderazgo compartido”.
Wednesday, July 02, 2008
El viaje de McCain
Javier Treviño Cantú
El Norte
2 de julio de 2008
La idea de la integración norteamericana se ha vuelto un tema políticamente tóxico en los tres países. Ahora, las visitas de John McCain a Canadá y México (además de Colombia) muestran que este proceso de creciente interrelación regional ha rebasado el plano comercial para desbordarse hasta el terreno de la política interna. Nos hemos convertido en actores directos de una elección cada vez más inusual.
McCain, el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, siempre ha sido un político poco ortodoxo, y sabe que debe distanciarse de de la administración Bush para tener posibilidades de ganar. También sabe que las diferencias de matiz no serán suficientes para contrarrestar el cambio que ofrece su rival demócrata, Barack Obama.
John McCain está buscando modificar toda la narrativa de la contienda para posicionarse como un lider que ofrece seguridad, por su experiencia en temas de política exterior y compromiso con el libre comercio. El problema es que va a contracorriente de un electorado más preocupado por la desaceleración económica y el supuesto efecto negativo del TLC, que por el futuro de Irak o las amenazas a su seguridad nacional.
Haciendo honor a su reputación, McCain decidió introducir un elemento novedoso y atractivo para los medios, pero a la vez arriesgado, al llevar su campaña fuera de Estados Unidos. Si bien Obama está moderando su discurso proteccionista, sus principales asesores han confirmado que irá por algún tipo de renegociación comercial con sus dos vecinos. Por ello, el tema central de las visitas realizadas por McCain a Canadá y México está precisamente orientado a contrastarse con su rival, al manifestar su compromiso para mantener el TLC en sus términos actuales, así como a impulsar el acuerdo comercial pendiente de aprobarse con Colombia.
McCain también intenta reafirmar su imagen de liderazgo en materia de seguridad, insistiendo en que apoyará la cooperación para combatir al crimen organizado. Es un tema vital para Colombia, y en nuestro país está adquiriendo una importancia trascendental con la aprobación de la Iniciativa Mérida.
Además, McCain espera que la visita le ayude con los electores hispanos. Recientemente participó —al igual que Obama— en la convención de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados (NALEO), donde reiteró que le dará prioridad a la reforma migratoria. Este año votarán más de 9 millones de latinos, y a finales de mayo una encuesta de Gallup le dio una ventaja a Obama sobre McCain de 62% contra 29% entre este segmento del electorado.
La audacia electoral de McCain le ha acarreado críticas, pero también ha despertado interés en su campaña. Su decisión implica riesgos, pero le ofrece la oportunidad de hacer crecer su candidatura frente a un oponente con un mayor atractivo mediático. Si McCain quiere demostrar que tiene estatura de Estadista, en lugar de centrarse en temas electoreros de corto alcance, como la falsa disyuntiva entre renegociar el TLC o dejarlo como está, quizás debería atreverse a proponer un proyecto verdaderamente de largo alcance, para impulsar una mayor integración de América del Norte.
Tendría que ser un proyecto basado en el respeto a la soberanía de cada país, y en políticas integrales que tomen en cuenta la asimetría de los tres países, para articular bajo un mismo paraguas los cuatro grandes temas de la agenda regional: 1) competitividad económica, comercial y energética; 2) cooperación equitativa sobre seguridad, para enfrentar amenazas externas comunes y retos compartidos, como el manejo de recursos transfronterizos; 3) desarrollo de un mercado laboral migratorio funcional; y 4) creación de nuevos centros de estudios especializados e intercambios educativos y culturales mucho más ambiciosos.
Robert Pastor, uno de los promotores más consistentes de esta idea, señala en su más reciente artículo (Foreign Affairs, julio-agosto) que el tema se ha convertido en rehén de presentadores de televisión populistas, grupos antiinmigrantes, organizaciones sindicales y teóricos de la conspiración. No está equivocado. En YouTube circula un video, supuestamente visto casi 6 y medio millones de veces, en donde se narra una disparatada fantasía sobre la forma en la que fuerzas oscuras buscan apoderarse del área para crear una sola nación.
Hasta ahora, la única respuesta por el mismo medio ha provenido de un comediante, Drew Carey, quien defiende al TLC con el argumento de que el verdadero enemigo para los trabajadores estadounidenses no somos los mexicanos, sino los robots. Puede ser, pero sin duda son más convincentes los argumentos de especialistas como Pastor.
Hay quienes afirman que McCain lleva las de perder en la elección presidencial frente a Obama. En cualquier caso, ésta será la primera y última oportunidad que tenga de ocupar la Casa Blanca. No debería desperdiciarla con propuestas “de cajón”, así sean tan favorables para México como la intención de respetar el TLC, apoyar la Iniciativa Mérida y buscar una reforma migratoria. Ahora sería el momento para demostrar altura de miras. Si de verdad quiere ir a contracorriente, debería promover el fortalecimiento de toda América del Norte.
El Norte
2 de julio de 2008
La idea de la integración norteamericana se ha vuelto un tema políticamente tóxico en los tres países. Ahora, las visitas de John McCain a Canadá y México (además de Colombia) muestran que este proceso de creciente interrelación regional ha rebasado el plano comercial para desbordarse hasta el terreno de la política interna. Nos hemos convertido en actores directos de una elección cada vez más inusual.
McCain, el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, siempre ha sido un político poco ortodoxo, y sabe que debe distanciarse de de la administración Bush para tener posibilidades de ganar. También sabe que las diferencias de matiz no serán suficientes para contrarrestar el cambio que ofrece su rival demócrata, Barack Obama.
John McCain está buscando modificar toda la narrativa de la contienda para posicionarse como un lider que ofrece seguridad, por su experiencia en temas de política exterior y compromiso con el libre comercio. El problema es que va a contracorriente de un electorado más preocupado por la desaceleración económica y el supuesto efecto negativo del TLC, que por el futuro de Irak o las amenazas a su seguridad nacional.
Haciendo honor a su reputación, McCain decidió introducir un elemento novedoso y atractivo para los medios, pero a la vez arriesgado, al llevar su campaña fuera de Estados Unidos. Si bien Obama está moderando su discurso proteccionista, sus principales asesores han confirmado que irá por algún tipo de renegociación comercial con sus dos vecinos. Por ello, el tema central de las visitas realizadas por McCain a Canadá y México está precisamente orientado a contrastarse con su rival, al manifestar su compromiso para mantener el TLC en sus términos actuales, así como a impulsar el acuerdo comercial pendiente de aprobarse con Colombia.
McCain también intenta reafirmar su imagen de liderazgo en materia de seguridad, insistiendo en que apoyará la cooperación para combatir al crimen organizado. Es un tema vital para Colombia, y en nuestro país está adquiriendo una importancia trascendental con la aprobación de la Iniciativa Mérida.
Además, McCain espera que la visita le ayude con los electores hispanos. Recientemente participó —al igual que Obama— en la convención de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados (NALEO), donde reiteró que le dará prioridad a la reforma migratoria. Este año votarán más de 9 millones de latinos, y a finales de mayo una encuesta de Gallup le dio una ventaja a Obama sobre McCain de 62% contra 29% entre este segmento del electorado.
La audacia electoral de McCain le ha acarreado críticas, pero también ha despertado interés en su campaña. Su decisión implica riesgos, pero le ofrece la oportunidad de hacer crecer su candidatura frente a un oponente con un mayor atractivo mediático. Si McCain quiere demostrar que tiene estatura de Estadista, en lugar de centrarse en temas electoreros de corto alcance, como la falsa disyuntiva entre renegociar el TLC o dejarlo como está, quizás debería atreverse a proponer un proyecto verdaderamente de largo alcance, para impulsar una mayor integración de América del Norte.
Tendría que ser un proyecto basado en el respeto a la soberanía de cada país, y en políticas integrales que tomen en cuenta la asimetría de los tres países, para articular bajo un mismo paraguas los cuatro grandes temas de la agenda regional: 1) competitividad económica, comercial y energética; 2) cooperación equitativa sobre seguridad, para enfrentar amenazas externas comunes y retos compartidos, como el manejo de recursos transfronterizos; 3) desarrollo de un mercado laboral migratorio funcional; y 4) creación de nuevos centros de estudios especializados e intercambios educativos y culturales mucho más ambiciosos.
Robert Pastor, uno de los promotores más consistentes de esta idea, señala en su más reciente artículo (Foreign Affairs, julio-agosto) que el tema se ha convertido en rehén de presentadores de televisión populistas, grupos antiinmigrantes, organizaciones sindicales y teóricos de la conspiración. No está equivocado. En YouTube circula un video, supuestamente visto casi 6 y medio millones de veces, en donde se narra una disparatada fantasía sobre la forma en la que fuerzas oscuras buscan apoderarse del área para crear una sola nación.
Hasta ahora, la única respuesta por el mismo medio ha provenido de un comediante, Drew Carey, quien defiende al TLC con el argumento de que el verdadero enemigo para los trabajadores estadounidenses no somos los mexicanos, sino los robots. Puede ser, pero sin duda son más convincentes los argumentos de especialistas como Pastor.
Hay quienes afirman que McCain lleva las de perder en la elección presidencial frente a Obama. En cualquier caso, ésta será la primera y última oportunidad que tenga de ocupar la Casa Blanca. No debería desperdiciarla con propuestas “de cajón”, así sean tan favorables para México como la intención de respetar el TLC, apoyar la Iniciativa Mérida y buscar una reforma migratoria. Ahora sería el momento para demostrar altura de miras. Si de verdad quiere ir a contracorriente, debería promover el fortalecimiento de toda América del Norte.
Subscribe to:
Posts (Atom)