Javier Treviño Cantú
El Norte
19 de noviembre de 2008
El pasado fin de semana participé en un foro de análisis por los primeros 25 años del Instituto de las Américas. Asociado a la Universidad de California en San Diego, se fundó en 1983 para promover mayores esfuerzos de cooperación basados en un diálogo constructivo entre funcionarios, empresarios y académicos de las diversas “Américas”.
La discusión giró en torno a dos grandes temas: la forma en que América Latina ha evolucionado en este último cuarto de siglo y los retos que enfrenta, así como el panorama para el futuro de las relaciones ante la llegada de la próxima administración estadounidense que encabezará el presidente Obama.
El ex-embajador y director del Instituto, Jeffrey Davidow, reseñó los avances políticos y sociales de Latinoamérica. Destacó la forma en que un creciente número de ciudadanos se relacionan con sus gobiernos en términos distintos a los del pasado, por logros como las leyes de transparencia y acceso a la información. Sin embargo, también se advirtió que, en muchos sentidos, los ideales de libertad y democracia siguen siendo simples aspiraciones.
El reto fundamental es mejorar la calidad de la democracia. En general, como lo muestran los indicadores del Latinobarómetro —publicados por The Economist la semana anterior—, el apoyo en la región a los sistemas de gobierno democráticos está creciendo, pero en muchos países existe una frustración por su incapacidad para producir avances más rápidos y tangibles.
Según el Latinobarómetro, eso hace que se siga idealizando a líderes fuertes, que le “resuelvan” sus problemas al ciudadano. En ese sentido, el riesgo es que ocurra una regresión hacia gobiernos autoritarios, que lleguen por la vía electoral y traten de mantenerse indefinidamente en el poder cambiando las reglas constitucionales.
Una posible respuesta a ese reto estructural, está en reforzar las bases locales de gobierno, mediante administraciones eficientes, alianzas público-privadas y una mayor participación ciudadana. Al menos en el caso de México, el diagnóstico parece certero: para fortalecer nuestra democracia, habría que empezar por extender los periodos de los gobiernos municipales, reforzar su captación directa de ingresos tributarios, y dotarlos de facultades legales para aplicar soluciones locales a sus problemas específicos.
El segundo gran reto de Latinoamérica es su baja competitividad. A pesar de los logros relativos en los últimos años, las economías de la región todavía son muy vulnerables a los impactos externos. En buena medida, siguen siendo exportadoras de productos con poco valor agregado, presentan grandes rezagos en infraestructura, y cuentan con sistemas educativos deficientes e instituciones débiles.
Al igual que en el terreno político, lo que se necesita es mejorar la calidad del crecimiento económico. Para ello, es clave aplicar el Estado de Derecho, adoptar nuevos esquemas educativos, y fomentar una colaboración entre gobiernos, empresas y universidades, sobre la que se pueda construir una auténtica cultura de competitividad.
Inevitablemente, también se discutió el efecto de la crisis mundial. El ex-presidente Ernesto Zedillo se encargó de resaltar la necesidad de no caer en tentaciones proteccionistas y sí, en cambio, de ampliar la integración a la economía global.
Por otra parte, se señaló que el fin de la Guerra Fría y la Unión Soviética hicieron que Latinoamérica desapareciera del radar de la política exterior estadounidense. Ahora, ante la agresiva presencia en la región de Rusia, China, Irán, e incluso la Unión Europea, quizás los Estados Unidos se verán forzados a dedicar más atención a sus vecinos.
Para James Stavridis, el almirante que dirige el Comando Sur de los Estados Unidos, lo primero es erradicar de cada funcionario estadounidense la idea de que Latinoamérica es el “patio trasero” de la superpotencia. Ante el crecimiento de la población de origen latino en ese país, los destinos de todo el continente están más entrelazados que nunca, y la única forma de prosperar juntos, es trabajando juntos.
Mack McLarty —quien fuera jefe de gabinete en la Casa Blanca durante la administración Clinton y uno de los impulsores de la Cumbre de las Américas— reconoció que la región tal vez no será prioritaria al inicio del nuevo gobierno, pero que seguramente la administración demócrata buscará darle un enfoque más serio a sus políticas, particularmente en tres áreas: comercio, migración y energía.
McLarty no fue muy optimista sobre la posibilidad de una reforma migratoria integral durante el primer año de la administración Obama. En cambio, le restó importancia a las supuestas tendencias proteccionistas del demócrata, señalando que el TLC de América del Norte no se verá afectado en forma significativa. McLarty es una persona cercana al círculo de colaboradores que rodean al presidente electo, por lo que ojalá tenga razón.
En suma, las conclusiones del foro fueron que América Latina sigue siendo vulnerable, pero que cuenta con mejores bases que antes para mejorar la calidad de sus democracias y de su competitividad económica. Si bien la región no recibirá demasiada atención por parte del próximo gobierno de los Estados Unidos, los retos comunes le exigirán buscar esquemas de cooperación más eficaces.
Tuesday, November 18, 2008
Tuesday, November 04, 2008
Memorándum
Javier Treviño Cantú
El Norte
5 de noviembre de 2008
Para: Barack Obama, Presidente electo de Estados Unidos
Asunto: Relación bilateral con México
Prioridad: Máxima
Permítame felicitarlo. Después de una extraordinaria campaña electoral, ha obtenido un triunfo histórico. Ahora, sin la menor experiencia ejecutiva, deberá hacerse cargo de un país sumido en su peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión, con varios frentes de guerra abiertos, en un marco mundial de inseguridad energética, alimentaria y ambiental, proliferación armamentista y reacomodo geopolítico estructural.
Las expectativas de cambio que generó son gigantescas, e imposibles de satisfacer. Las condiciones en que llega al poder pondrán a prueba todas sus capacidades. Deberá definir su agenda de política interna y exterior, nombrar un gabinete que sea rápidamente confirmado por el Congreso, y supervisar la ejecución disciplinada del programa de rescate y sus nuevas iniciativas. Sobre todo, deberá evitar la trampa de rendirse ante la tiranía de lo urgente sobre lo importante.
En este contexto, sería un error considerar que las relaciones con México son un tema secundario, que puede ser atendido en “piloto automático” por la burocracia.
México demanda una atención prioritaria por cuatro razones:
1) Su estabilidad es un asunto de seguridad nacional para Estados Unidos. México está librando una auténtica guerra contra el crimen organizado y la inseguridad pública. Es una lucha sangrienta que está destruyendo el frágil tejido social del país y amenaza con ubicarlo en la categoría de Estado fallido. La perspectiva de un México en llamas, y sin válvulas de seguridad que alivien la presión, es un lujo que el próximo gobierno de Estados Unidos simplemente no se puede dar.
2) El TLC de América del Norte es determinante para el crecimiento de México y, por lo tanto, para la recuperación de Estados Unidos. México y Canadá son sus socios comerciales más confiables. Ante la dimensión de la crisis, poner en riesgo uno de sus motores económicos más dinámicos equivale a darse un balazo en el pie.
3) Su gobierno necesitará distanciarse de posturas unilaterales para demostrar el cambio prometido. El mejor lugar para empezar es cerca de casa: con sus vecinos norteamericanos. Por otro lado, México ya es socio estratégico de la Unión Europea, y Canadá está buscando su propio acuerdo con esa región. La relación transatlántica puede alcanzar un mayor peso si se plantea en términos regionales, y no sólo nacionales.
México también será un interlocutor clave en América Latina, donde el bloque opositor a Washington está ganando terreno con el apoyo de sus verdaderos rivales estratégicos: Rusia y China. Además, desde su asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y su participación en el G5 y G20, México deberá ser tomado en cuenta a la hora de armar la nueva arquitectura financiera, comercial y política de la era global.
4) La solución integral del tema migratorio no podrá ser pospuesta. El electorado hispano fue clave para su triunfo, y la falta de atención a sus demandas pondría la reelección en peligro. En una sociedad polarizada por una creciente desigualdad económica, Estados Unidos no debe mantener una clase marginada y criminalizada, ni puede resolver por sí solo un reto de naturaleza multi-nacional.
Por lo anterior, se recomienda:
1) Establecer un canal de comunicación directo entre la Casa Blanca y Los Pinos para atender situaciones de emergencia, y apresurar la confirmación de un subsecretario de Estado para América Latina con experiencia y espíritu constructivo.
2) Dedicar toda la atención y recursos necesarios para asegurar el éxito inicial de la Iniciativa Mérida, y ampliar su alcance a corto plazo. Este programa es indispensable para la viabilidad de la lucha del gobierno mexicano contra el crimen organizado, y puede sentar las bases de una verdadera alianza basada en la corresponsabilidad.
3) Aclarar su postura sobre el TLC, para evitar malos entendidos, fricciones contraproducentes y riesgos innecesarios que contaminen el resto de la agenda bilateral. Durante la campaña, no se despejaron las dudas sobre su supuesto proteccionismo, ni se resolvieron las contradicciones entre sus principales asesores sobre este tema.
4) Ampliar la estructura institucional bilateral sobre los cimientos de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte. La ASPAN tiene muchos defectos, pero ha permitido establecer valiosos espacios de diálogo y coordinación, que pueden servir para desarrollar una mayor competitividad y seguridad comunes.
5) Incluir a México en la solución integral al reto migratorio. Sin la participación de México, y de otros países con altos flujos de migrantes hacia Estados Unidos, cualquier opción unilateral solamente ofrecerá un alivio parcial a un problema sistémico.
6) Reunirse con el Presidente Felipe Calderón antes de la inauguración oficial del 20 de enero. Igual que en 1993, cuando se acordó con el entonces Presidente electo Clinton el rescate del TLC, es prioritario que ambos mandatarios lancen una señal contundente, de que la cooperación se fortalecerá para luchar contra los enemigos comunes, profundizar la integración económica y buscar soluciones imaginativas a los retos globales.
El Norte
5 de noviembre de 2008
Para: Barack Obama, Presidente electo de Estados Unidos
Asunto: Relación bilateral con México
Prioridad: Máxima
Permítame felicitarlo. Después de una extraordinaria campaña electoral, ha obtenido un triunfo histórico. Ahora, sin la menor experiencia ejecutiva, deberá hacerse cargo de un país sumido en su peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión, con varios frentes de guerra abiertos, en un marco mundial de inseguridad energética, alimentaria y ambiental, proliferación armamentista y reacomodo geopolítico estructural.
Las expectativas de cambio que generó son gigantescas, e imposibles de satisfacer. Las condiciones en que llega al poder pondrán a prueba todas sus capacidades. Deberá definir su agenda de política interna y exterior, nombrar un gabinete que sea rápidamente confirmado por el Congreso, y supervisar la ejecución disciplinada del programa de rescate y sus nuevas iniciativas. Sobre todo, deberá evitar la trampa de rendirse ante la tiranía de lo urgente sobre lo importante.
En este contexto, sería un error considerar que las relaciones con México son un tema secundario, que puede ser atendido en “piloto automático” por la burocracia.
México demanda una atención prioritaria por cuatro razones:
1) Su estabilidad es un asunto de seguridad nacional para Estados Unidos. México está librando una auténtica guerra contra el crimen organizado y la inseguridad pública. Es una lucha sangrienta que está destruyendo el frágil tejido social del país y amenaza con ubicarlo en la categoría de Estado fallido. La perspectiva de un México en llamas, y sin válvulas de seguridad que alivien la presión, es un lujo que el próximo gobierno de Estados Unidos simplemente no se puede dar.
2) El TLC de América del Norte es determinante para el crecimiento de México y, por lo tanto, para la recuperación de Estados Unidos. México y Canadá son sus socios comerciales más confiables. Ante la dimensión de la crisis, poner en riesgo uno de sus motores económicos más dinámicos equivale a darse un balazo en el pie.
3) Su gobierno necesitará distanciarse de posturas unilaterales para demostrar el cambio prometido. El mejor lugar para empezar es cerca de casa: con sus vecinos norteamericanos. Por otro lado, México ya es socio estratégico de la Unión Europea, y Canadá está buscando su propio acuerdo con esa región. La relación transatlántica puede alcanzar un mayor peso si se plantea en términos regionales, y no sólo nacionales.
México también será un interlocutor clave en América Latina, donde el bloque opositor a Washington está ganando terreno con el apoyo de sus verdaderos rivales estratégicos: Rusia y China. Además, desde su asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y su participación en el G5 y G20, México deberá ser tomado en cuenta a la hora de armar la nueva arquitectura financiera, comercial y política de la era global.
4) La solución integral del tema migratorio no podrá ser pospuesta. El electorado hispano fue clave para su triunfo, y la falta de atención a sus demandas pondría la reelección en peligro. En una sociedad polarizada por una creciente desigualdad económica, Estados Unidos no debe mantener una clase marginada y criminalizada, ni puede resolver por sí solo un reto de naturaleza multi-nacional.
Por lo anterior, se recomienda:
1) Establecer un canal de comunicación directo entre la Casa Blanca y Los Pinos para atender situaciones de emergencia, y apresurar la confirmación de un subsecretario de Estado para América Latina con experiencia y espíritu constructivo.
2) Dedicar toda la atención y recursos necesarios para asegurar el éxito inicial de la Iniciativa Mérida, y ampliar su alcance a corto plazo. Este programa es indispensable para la viabilidad de la lucha del gobierno mexicano contra el crimen organizado, y puede sentar las bases de una verdadera alianza basada en la corresponsabilidad.
3) Aclarar su postura sobre el TLC, para evitar malos entendidos, fricciones contraproducentes y riesgos innecesarios que contaminen el resto de la agenda bilateral. Durante la campaña, no se despejaron las dudas sobre su supuesto proteccionismo, ni se resolvieron las contradicciones entre sus principales asesores sobre este tema.
4) Ampliar la estructura institucional bilateral sobre los cimientos de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte. La ASPAN tiene muchos defectos, pero ha permitido establecer valiosos espacios de diálogo y coordinación, que pueden servir para desarrollar una mayor competitividad y seguridad comunes.
5) Incluir a México en la solución integral al reto migratorio. Sin la participación de México, y de otros países con altos flujos de migrantes hacia Estados Unidos, cualquier opción unilateral solamente ofrecerá un alivio parcial a un problema sistémico.
6) Reunirse con el Presidente Felipe Calderón antes de la inauguración oficial del 20 de enero. Igual que en 1993, cuando se acordó con el entonces Presidente electo Clinton el rescate del TLC, es prioritario que ambos mandatarios lancen una señal contundente, de que la cooperación se fortalecerá para luchar contra los enemigos comunes, profundizar la integración económica y buscar soluciones imaginativas a los retos globales.
Subscribe to:
Posts (Atom)