Javier Treviño Cantú
El Norte
31 de diciembre de 2008
Después de todos los acontecimientos imprevistos que vivimos en 2008, nadie puede aventurarse a hacer la más mínima predicción de lo que nos tiene reservado el nuevo año que comienza.
Llegamos al 2009 en un entorno de incertidumbre extrema. La visibilidad es casi nula, y en ese contexto la toma de decisiones se dificulta enormemente. Necesitamos un buen radar. Como nunca antes, estar bien informados se convierte en una prioridad y, si bien no hay forma de anticipar lo que sucederá, sí es posible identificar algunos procesos que determinarán en buena medida lo que vaya ocurriendo durante el año.
A grandes rasgos, los acontecimientos de 2009 girarán en torno a cuatro temas:
1. La evolución de la crisis económica global. Hace un par de semanas, el prestigiado Instituto Internacional de Finanzas dio a conocer sus proyecciones de una desaceleración a nivel mundial, que afectará tanto a los países desarrollados como al resto de las economías emergentes. La forma en la que se logre estabilizar la situación dependerá de la eficacia de los programas que aplique cada gobierno.
El más trascendente, sin duda, será el de Estados Unidos. El equipo del presidente electo Obama ya ha anticipado que su paquete inicial de estímulo económico rondará los $850 mil millones de dólares. Es una cifra monstruosa, que busca generar un efecto psicológico para despejar dudas acerca de su compromiso, pero el truco estará en la capacidad de ejecutar los proyectos de gasto con eficacia y rapidez. Obama y su equipo recibirán un bautizo de fuego, desde el primer minuto que estén a cargo de las riendas de una economía que sigue siendo fundamental para el resto del mundo.
2. La definición de nuevos paradigmas sobre las funciones económicas del Estado. Por una parte, es evidente que el Estado debe asumir un papel más activo para regular con mayor eficacia los mercados, fortalecer los motores que impulsen el desarrollo económico y, lo más importante, brindar apoyos a los millones de personas que se verán afectadas por la recesión global y los ajustes estructurales subsecuentes. Por la otra, no existe un consenso sobre la forma de alcanzar equilibrios mucho más sólidos, y ahí se centrará buena parte de la discusión.
Estamos en un campo minado. El movimiento pendular hacia una presencia más activa de los gobiernos frente a los mercados puede tomar formas contraproducentes. La reactivación de políticas comerciales proteccionistas, o de políticas industriales para favorecer a “campeones nacionales”, podría desatar una competencia mercantilista que desarticule todo el sistema económico global.
3. Los reacomodos geopolíticos, a raíz de la crisis económica y la llegada del nuevo gobierno estadounidense que encabezará Barack Obama. Los avances logrados por diversas potencias emergentes gracias al crecimiento económico global, junto con el descrédito de las políticas unilaterales seguidas por el gobierno Bush, les han permitido ganar terreno en la competencia geopolítica e ideológica con la única superpotencia. A pesar de que contarán con menos recursos para desarrollar agresivas —y costosas— políticas exteriores por la desaceleración y factores como la caída en los precios del petróleo, será difícil que estos países cedan los espacios ocupados sin chistar.
Ahora, el tablero geopolítico mundial empezará a reacomodarse de nuevo con la llegada de Obama. Las decisiones que tome para atender los numerosos pendientes que le deja la administración Bush —desde la salida de Irak hasta la entrada a nuestro país vía la Iniciativa Mérida— y establecer su propia agenda, irán marcando la pauta y los márgenes de maniobra, tanto para sus contrincantes más destacados —China, Rusia, Irán, Venezuela—, como para sus presuntos aliados, incluyendo a México.
4. El grado de atención a una amplia agenda global. Uno de los principales espacios donde se reflejará la renovada competencia geopolítica será en el ámbito multilateral, empezando por la forma de encarar la primera gran crisis económica de la globalización contemporánea.
Hasta ahora, las respuestas han sido de carácter casi exclusivamente nacional. En los primeros meses de 2009 veremos si los resultados de las distintas acciones gubernamentales permiten reducir el sentido de urgencia y posponer indefinidamente los cambios de fondo que demanda el sistema financiero internacional, o si durante la próxima reunión del G20 —inicialmente programada para realizarse en abril—, un agravamiento generalizado de la situación hará que finalmente la comunidad de naciones se decida a plantear un auténtico Bretton Woods 2.0.
Además de este tema central, el mundo también deberá dar respuestas concertadas a otra serie de asuntos urgentes, como el cambio climático, el combate al terrorismo y el genocidio, el desarrollo de fuentes energéticas renovables, la inseguridad alimentaria, y dos cuestiones que no han recibido una atención tan amplia, pero que son de importancia estratégica para México: el ordenamiento de los flujos laborales migratorios y el combate al crimen organizado transnacional.
Así, en 2009 veremos cómo se desenvuelve cada país en un escenario turbulento de crisis sistémica y, lo único seguro, es que debemos estar preparados para lo inesperado.
Tuesday, December 30, 2008
Wednesday, December 17, 2008
Hora de definiciones
Javier Treviño Cantú
El Norte
17 de diciembre de 2008
México cierra el año con grandes retos diplomáticos. Hacia el sur, aparece marginado por el creciente liderazgo de Brasil. Hacia el norte, se le percibe igualmente excluido de la América del Norte anglófona, con pocas posibilidades de impulsar una mayor integración regional sobre las bases de un TLC cuestionado por la entrante administración Obama. México no tiene muchas opciones, y el tiempo para tomar decisiones que lo proyecten como un actor internacional aún más relevante se agota.
Hoy termina la primera Cumbre de América Latina y el Caribe que se realiza en Brasil. La reunión representa la culminación de un año extraordinario para el gigante sudamericano. El presidente Lula ha transformado las crisis (financiero-económica, alimentaria, ambiental y energética) en una oportunidad para consolidar la percepción internacional de Brasil como la única gran potencia emergente de Latinoamérica.
Por supuesto, no todo ha sido fácil. Los esfuerzos orientados a consolidar el liderazgo regional de Lula han generado roces con varios de sus vecinos. En este contexto, mandatarios como el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, han pedido que México “asuma con más fuerza el protagonismo que le corresponde”.
El panorama hacia el norte tampoco luce promisorio. Si bien el presidente electo Obama ha nominado para formar parte de su gabinete a varias personalidades familiarizadas con la agenda mexicana, la posibilidad de que nombre a Xavier Becerra como representante comercial genera preocupación. Becerra ha declarado que se arrepintió de votar a favor del TLC de América del Norte, lo cual indica que existe la posibilidad de que el próximo gobierno estadounidense proceda a “revisar” el tratado.
El TLC ha cumplido sus objetivos: en 15 años, el comercio entre México, Estados Unidos y Canadá se triplicó, mientras que los flujos regionales de inversión directa se multiplicaron por cuatro. Sin embargo, el TLC ya alcanzó su límite. La única ventaja competitiva que sigue vigente es nuestra cercanía geográfica, pero la desaprovechamos.
No existe un proyecto viable para construir sobre el TLC una nueva etapa de integración más eficiente. De hecho, en Canadá algunos sectores consideran al TLC como un lastre para su propia relación bilateral con Estados Unidos, y el anuncio de que buscará negociar un acuerdo con la Unión Europea que contemple plena movilidad laboral, indica que sus miras ya están puestas en otro horizonte.
México corre el riesgo de quedar cada vez más aislado, tanto de Latinoamérica, como de Norteamérica. Sus opciones parecerían reducirse a tres:
1) Replantear a fondo su presencia en alguna de los dos polos. En el caso de Sudamérica, eso significaría incorporarnos a Unasur con el apoyo de países como Chile —expresado públicamente hace poco en las páginas de Reforma por su embajador Germán Guerrero Pavez—, y convertir las diferencias entre Brasil y su bloque de países opositores en una oportunidad para incrementar nuestra presencia. En el caso de Norteamérica, implicaría tomar la revisión del TLC como bandera propia, para impulsar una ruta que conduzca a una relación integral más equilibrada.
2) Concentrar todos sus recursos disponibles (diplomáticos, financieros, tecnológicos, culturales) en fortalecer su papel como potencia regional en Centroamérica. Esta relación es clave para combatir al crimen organizado y generar condiciones que contribuyan a la estabilidad social del área. En todo caso, no sería una tarea fácil: la Unión Europea, China, Rusia, Venezuela, Brasil y hasta Irán—sin mencionar a Estados Unidos— compiten por la atención de los distintos países centroamericanos.
3) Mantener el status quo. Desafortunadamente, quizás sea la opción más probable. El gobierno mexicano se muestra satisfecho con sus avances graduales, y parece dispuesto a apostar por la “continuidad” de la actual agenda bilateral con Estados Unidos, por la aplicación de un plan Puebla-Bogotá de alcances limitados, y por una presencia relativamente marginal en Sudamérica que le evite mayores confrontaciones.
La tercera opción sería una apuesta de alto riesgo, porque 2009 será un año de definiciones. En un entorno de cambio estructural, “nadar de muertito” parecería ser la peor decisión.
Dada la probabilidad de una reunión entre el presidente Calderón y Barack Obama antes de su toma de posesión, el gobierno mexicano ya debe contar con un plan para que México reciba atención prioritaria por causas distintas a su categorización como un “Estado fallido”. El concepto de la “corresponsabilidad” ha demostrado su utilidad, pero es momento de definir qué quiere México de su relación con Estados Unidos para ir más allá de los lugares comunes.
A pesar de los buenos deseos expresados por reconocidos expertos y personalidades como Carlos Fuentes, las posibilidades de un “eje México-Brasil” son muy reducidas. Los dos países son competidores naturales, y si bien existe un amplio espacio para la cooperación, o México le disputa con inteligencia y decisión el liderazgo regional e internacional, o simplemente Brasil se reafirmará como la única potencia emergente que represente a Latinoamérica en los foros donde se tomarán las decisiones para atender la urgente agenda global. Llegó la hora de las definiciones.
El Norte
17 de diciembre de 2008
México cierra el año con grandes retos diplomáticos. Hacia el sur, aparece marginado por el creciente liderazgo de Brasil. Hacia el norte, se le percibe igualmente excluido de la América del Norte anglófona, con pocas posibilidades de impulsar una mayor integración regional sobre las bases de un TLC cuestionado por la entrante administración Obama. México no tiene muchas opciones, y el tiempo para tomar decisiones que lo proyecten como un actor internacional aún más relevante se agota.
Hoy termina la primera Cumbre de América Latina y el Caribe que se realiza en Brasil. La reunión representa la culminación de un año extraordinario para el gigante sudamericano. El presidente Lula ha transformado las crisis (financiero-económica, alimentaria, ambiental y energética) en una oportunidad para consolidar la percepción internacional de Brasil como la única gran potencia emergente de Latinoamérica.
Por supuesto, no todo ha sido fácil. Los esfuerzos orientados a consolidar el liderazgo regional de Lula han generado roces con varios de sus vecinos. En este contexto, mandatarios como el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, han pedido que México “asuma con más fuerza el protagonismo que le corresponde”.
El panorama hacia el norte tampoco luce promisorio. Si bien el presidente electo Obama ha nominado para formar parte de su gabinete a varias personalidades familiarizadas con la agenda mexicana, la posibilidad de que nombre a Xavier Becerra como representante comercial genera preocupación. Becerra ha declarado que se arrepintió de votar a favor del TLC de América del Norte, lo cual indica que existe la posibilidad de que el próximo gobierno estadounidense proceda a “revisar” el tratado.
El TLC ha cumplido sus objetivos: en 15 años, el comercio entre México, Estados Unidos y Canadá se triplicó, mientras que los flujos regionales de inversión directa se multiplicaron por cuatro. Sin embargo, el TLC ya alcanzó su límite. La única ventaja competitiva que sigue vigente es nuestra cercanía geográfica, pero la desaprovechamos.
No existe un proyecto viable para construir sobre el TLC una nueva etapa de integración más eficiente. De hecho, en Canadá algunos sectores consideran al TLC como un lastre para su propia relación bilateral con Estados Unidos, y el anuncio de que buscará negociar un acuerdo con la Unión Europea que contemple plena movilidad laboral, indica que sus miras ya están puestas en otro horizonte.
México corre el riesgo de quedar cada vez más aislado, tanto de Latinoamérica, como de Norteamérica. Sus opciones parecerían reducirse a tres:
1) Replantear a fondo su presencia en alguna de los dos polos. En el caso de Sudamérica, eso significaría incorporarnos a Unasur con el apoyo de países como Chile —expresado públicamente hace poco en las páginas de Reforma por su embajador Germán Guerrero Pavez—, y convertir las diferencias entre Brasil y su bloque de países opositores en una oportunidad para incrementar nuestra presencia. En el caso de Norteamérica, implicaría tomar la revisión del TLC como bandera propia, para impulsar una ruta que conduzca a una relación integral más equilibrada.
2) Concentrar todos sus recursos disponibles (diplomáticos, financieros, tecnológicos, culturales) en fortalecer su papel como potencia regional en Centroamérica. Esta relación es clave para combatir al crimen organizado y generar condiciones que contribuyan a la estabilidad social del área. En todo caso, no sería una tarea fácil: la Unión Europea, China, Rusia, Venezuela, Brasil y hasta Irán—sin mencionar a Estados Unidos— compiten por la atención de los distintos países centroamericanos.
3) Mantener el status quo. Desafortunadamente, quizás sea la opción más probable. El gobierno mexicano se muestra satisfecho con sus avances graduales, y parece dispuesto a apostar por la “continuidad” de la actual agenda bilateral con Estados Unidos, por la aplicación de un plan Puebla-Bogotá de alcances limitados, y por una presencia relativamente marginal en Sudamérica que le evite mayores confrontaciones.
La tercera opción sería una apuesta de alto riesgo, porque 2009 será un año de definiciones. En un entorno de cambio estructural, “nadar de muertito” parecería ser la peor decisión.
Dada la probabilidad de una reunión entre el presidente Calderón y Barack Obama antes de su toma de posesión, el gobierno mexicano ya debe contar con un plan para que México reciba atención prioritaria por causas distintas a su categorización como un “Estado fallido”. El concepto de la “corresponsabilidad” ha demostrado su utilidad, pero es momento de definir qué quiere México de su relación con Estados Unidos para ir más allá de los lugares comunes.
A pesar de los buenos deseos expresados por reconocidos expertos y personalidades como Carlos Fuentes, las posibilidades de un “eje México-Brasil” son muy reducidas. Los dos países son competidores naturales, y si bien existe un amplio espacio para la cooperación, o México le disputa con inteligencia y decisión el liderazgo regional e internacional, o simplemente Brasil se reafirmará como la única potencia emergente que represente a Latinoamérica en los foros donde se tomarán las decisiones para atender la urgente agenda global. Llegó la hora de las definiciones.
Tuesday, December 02, 2008
Las lecciones de la elección
Javier Treviño Cantú
El Norte
3 de diciembre de 2008
Los partidos políticos mexicanos ya se están preparando para la elección del 2012, por lo que sus estrategas deberían considerar siete lecciones que nos ofrece la elección presidencial de Estados Unidos:
1) En política, no hay enemigo pequeño. Cuando Obama anunció su candidatura, pocos lo tomaron en serio. Políticamente hablando, era un desconocido a nivel nacional. No pertenecía a una dinastía política, y no tenía bases de apoyo significativas. Su falta de experiencia, nombre y raza lo hacían parecer inelegible. Por ello, Hillary Clinton y John McCain cometieron el error de subestimarlo.
2) Una buena organización es la base del éxito. McCain, un republicano “atípico”, recurrió a un grupo de asesores cercanos a Karl Rove, el arquitecto de las victorias de Bush en 2000 y 2004. El resultado fue una campaña plagada de contradicciones. Hillary se rodeó de los consultores demócratas más reconocidos, y cotizados. Le diseñaron una campaña tan tradicional y costosa que, además de perder, todavía debe millones de dólares. En cambio, Obama dirigió una campaña impecable. Gracias a la estrecha coordinación entre los estrategas encabezados por David Axelrod; los empresarios y voluntarios que se les unieron; y los consejeros de confianza, incluyendo a su esposa Michelle y mentores como Valerie Jarrett, Obama logró mantener una estricta disciplina que evitó filtraciones y mensajes contradictorios. Durante casi dos años, eso le dio una consistencia ejemplar a su discurso.
3) El mensajero es el mensaje. McCain buscó proyectarse como un republicano diferente, pero tuvo que cargar con el legado de Bush. Hillary intentó reafirmarse como una candidata con peso político propio, pero la sombra de su esposo, el ex presidente Clinton, hizo que muchos dudaran en re-elegir a una pareja presidencial. Obama literalmente encarnó su mensaje de cambio, lo cual hizo que fuera convincente.
4) Las campañas negativas tienen un impacto limitado. Los ataques contra McCain fueron más eficaces, porque tenían mayor sentido: representaba la continuidad de las políticas que condujeron a la guerra contra Irak y la crisis económica. Por el contrario, los intentos para descalificar a Obama por su origen, nombre y relación con personalidades controvertidas, resultaron contraproducentes.
5) La televisión sigue siendo básica. Las cifras lo dicen todo: más de 30 millones vieron el infomercial de 30 minutos estelarizado por Obama. Entre junio y octubre, Obama gastó cerca de 300 millones de dólares en difundir casi 420 mil anuncios, mientras que McCain dedicó 132 millones para transmitir 270 mil spots.
6) Los medios 2.0 ya son determinantes. Lo más novedoso de la reciente elección fue la capacidad de Obama y su equipo para darle un uso estratégico a Internet y la conectividad de banda ancha. YouTube se convirtió en un canal de comunicación directo, y en una plataforma para multiplicar esfuerzos creativos independientes. Algunos estudios indican que Obama sumó 6 veces más amigos en MySpace que McCain, y 5 veces más en Facebook. En su portal my.barackobama.com se registraron más de 1.5 millones de cuentas; se volvió un espacio no sólo de información y socialización, sino también de organización. Sus seguidores formaron más de 35 mil grupos de apoyo y realizaron 150 mil eventos relacionados con la campaña. Sobre todo, convirtió su sitio en una ventanilla multi-media para recaudar más de 700 millones de dólares provenientes de 3 millones de donantes. Con ello, Obama trascendió las barreras tradicionales de la política partidista para cambiar la forma de hacer campaña y, posiblemente, también de gobernar.
7) Los partidos se están quedando chicos. La lección más trascendente del triunfo de Obama fue que los partidos siguen siendo indispensables para obtener la nominación a la presidencia, alcanzar el triunfo y gobernar, pero ya no son suficientes. Los medios 2.0 permiten ir más allá de las bases políticas tradicionales. Obama tiene bases de datos con millones de direcciones y correos electrónicos de ciudadanos que pueden —y esperan— ser movilizados para poner en práctica el cambio prometido.
Esta forma de democracia participativa no sólo se está popularizando en Estados Unidos. En México vemos cómo se multiplican los movimientos “legítimos” para defender el petróleo, pelear por la dirigencia del PRD, o regresar a la arena política después de protagonizar videos recibiendo fajos de dólares con sus respectivas ligas.
Sin duda, contar con el apoyo directo de millones de ciudadanos puede ser un instrumento electoral y de gobierno muy poderoso. Sin embargo, no se puede perder de vista que también entraña un gran riesgo. Si ese movimiento ciudadano es olvidado por su candidato después de tomar el poder; si sus esperanzas de cambio no son satisfechas; o, peor aún, si su ideario es “traicionado” desde el gobierno, pude voltearse en contra y desatar una inestabilidad social de consecuencias incalculables.
Rumbo a la elección en México del 2012, los precandidatos que mejor aprovechen desde ahora el “modelo Obama 2.0” de movilización social tendrán una enorme ventaja, por el peso que seguirán ganando los electores jóvenes. Quedan tres años para comprobar si ese modelo también sirve para gobernar.
El Norte
3 de diciembre de 2008
Los partidos políticos mexicanos ya se están preparando para la elección del 2012, por lo que sus estrategas deberían considerar siete lecciones que nos ofrece la elección presidencial de Estados Unidos:
1) En política, no hay enemigo pequeño. Cuando Obama anunció su candidatura, pocos lo tomaron en serio. Políticamente hablando, era un desconocido a nivel nacional. No pertenecía a una dinastía política, y no tenía bases de apoyo significativas. Su falta de experiencia, nombre y raza lo hacían parecer inelegible. Por ello, Hillary Clinton y John McCain cometieron el error de subestimarlo.
2) Una buena organización es la base del éxito. McCain, un republicano “atípico”, recurrió a un grupo de asesores cercanos a Karl Rove, el arquitecto de las victorias de Bush en 2000 y 2004. El resultado fue una campaña plagada de contradicciones. Hillary se rodeó de los consultores demócratas más reconocidos, y cotizados. Le diseñaron una campaña tan tradicional y costosa que, además de perder, todavía debe millones de dólares. En cambio, Obama dirigió una campaña impecable. Gracias a la estrecha coordinación entre los estrategas encabezados por David Axelrod; los empresarios y voluntarios que se les unieron; y los consejeros de confianza, incluyendo a su esposa Michelle y mentores como Valerie Jarrett, Obama logró mantener una estricta disciplina que evitó filtraciones y mensajes contradictorios. Durante casi dos años, eso le dio una consistencia ejemplar a su discurso.
3) El mensajero es el mensaje. McCain buscó proyectarse como un republicano diferente, pero tuvo que cargar con el legado de Bush. Hillary intentó reafirmarse como una candidata con peso político propio, pero la sombra de su esposo, el ex presidente Clinton, hizo que muchos dudaran en re-elegir a una pareja presidencial. Obama literalmente encarnó su mensaje de cambio, lo cual hizo que fuera convincente.
4) Las campañas negativas tienen un impacto limitado. Los ataques contra McCain fueron más eficaces, porque tenían mayor sentido: representaba la continuidad de las políticas que condujeron a la guerra contra Irak y la crisis económica. Por el contrario, los intentos para descalificar a Obama por su origen, nombre y relación con personalidades controvertidas, resultaron contraproducentes.
5) La televisión sigue siendo básica. Las cifras lo dicen todo: más de 30 millones vieron el infomercial de 30 minutos estelarizado por Obama. Entre junio y octubre, Obama gastó cerca de 300 millones de dólares en difundir casi 420 mil anuncios, mientras que McCain dedicó 132 millones para transmitir 270 mil spots.
6) Los medios 2.0 ya son determinantes. Lo más novedoso de la reciente elección fue la capacidad de Obama y su equipo para darle un uso estratégico a Internet y la conectividad de banda ancha. YouTube se convirtió en un canal de comunicación directo, y en una plataforma para multiplicar esfuerzos creativos independientes. Algunos estudios indican que Obama sumó 6 veces más amigos en MySpace que McCain, y 5 veces más en Facebook. En su portal my.barackobama.com se registraron más de 1.5 millones de cuentas; se volvió un espacio no sólo de información y socialización, sino también de organización. Sus seguidores formaron más de 35 mil grupos de apoyo y realizaron 150 mil eventos relacionados con la campaña. Sobre todo, convirtió su sitio en una ventanilla multi-media para recaudar más de 700 millones de dólares provenientes de 3 millones de donantes. Con ello, Obama trascendió las barreras tradicionales de la política partidista para cambiar la forma de hacer campaña y, posiblemente, también de gobernar.
7) Los partidos se están quedando chicos. La lección más trascendente del triunfo de Obama fue que los partidos siguen siendo indispensables para obtener la nominación a la presidencia, alcanzar el triunfo y gobernar, pero ya no son suficientes. Los medios 2.0 permiten ir más allá de las bases políticas tradicionales. Obama tiene bases de datos con millones de direcciones y correos electrónicos de ciudadanos que pueden —y esperan— ser movilizados para poner en práctica el cambio prometido.
Esta forma de democracia participativa no sólo se está popularizando en Estados Unidos. En México vemos cómo se multiplican los movimientos “legítimos” para defender el petróleo, pelear por la dirigencia del PRD, o regresar a la arena política después de protagonizar videos recibiendo fajos de dólares con sus respectivas ligas.
Sin duda, contar con el apoyo directo de millones de ciudadanos puede ser un instrumento electoral y de gobierno muy poderoso. Sin embargo, no se puede perder de vista que también entraña un gran riesgo. Si ese movimiento ciudadano es olvidado por su candidato después de tomar el poder; si sus esperanzas de cambio no son satisfechas; o, peor aún, si su ideario es “traicionado” desde el gobierno, pude voltearse en contra y desatar una inestabilidad social de consecuencias incalculables.
Rumbo a la elección en México del 2012, los precandidatos que mejor aprovechen desde ahora el “modelo Obama 2.0” de movilización social tendrán una enorme ventaja, por el peso que seguirán ganando los electores jóvenes. Quedan tres años para comprobar si ese modelo también sirve para gobernar.
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