Javier Treviño Cantú
El Norte
17 de junio de 2009
Con la promesa pendiente de una “asociación estratégica” que todavía no logra ser dotada de contenido, en México necesitamos dedicarle mayor atención a Europa. En particular, a unas semanas de las elecciones del 5 de julio en nuestro país, el reciente proceso electoral para renovar el Parlamento Europeo nos ofrece al menos cuatro lecciones que pueden ser útiles:
1) A la vez que crece la fuerza política de los poderes legislativos, el respaldo ciudadano para integrarlos se reduce. Por diversas razones, en general los niveles de participación son menores cuando se eligen legisladores, y no a los responsables de los poderes ejecutivos. Este fenómeno se ha vuelto evidente en las elecciones que se realizan cada 5 años para elegir al Parlamento Europeo, donde el abstencionismo ha venido creciendo sostenidamente. En 1979, cuando la Unión Europea (UE) contaba con 9 miembros, la participación fue de casi 62%. Esta vez, ya con 27 países, apenas alcanzó poco más del 43%.
El abstencionismo es un mal endémico. Para combatirlo es necesario que se concientice a los electores de la importancia central que tiene el proceso legislativo en la construcción de una sociedad democrática, y que los ciudadanos encuentren mejores formas de exigir cuentas a los congresistas.
2) Toda política es local. En el caso de la UE, en lugar de que los partidos con una identidad ideológica similar realicen campañas regionales basadas en temas “transversales”, se llevan a cabo 27 campañas electorales nacionales. Los votantes definen sus preferencias por la competencia entre los partidos locales, para que los eurodiputados definan leyes de carácter supra-nacional.
Si el objetivo es promover una mayor participación en este tipo de comicios, el impacto de los cambios legislativos debe traducirse en una mejor calidad de vida a nivel local.
3) Los partidos que articulan la mejor narrativa ganan. En las elecciones parlamentarias de la UE, los partidos conservadores de centro-derecha se impusieron abrumadoramente a los social-demócratas de izquierda. Agrupados en el llamado Partido Popular Europeo, los parlamentarios vinculados con la corriente demócrata-cristiana obtuvieron 264 escaños, frente a 161 del Grupo Socialista.
Ante la crisis global y sus efectos devastadores en el empleo, la izquierda parecía estar en una posición inmejorable para alzarse con el triunfo, pero fue incapaz de plantear un discurso novedoso que la diferenciara de sus rivales. Los partidos de centro-derecha que gobiernan en Alemania, Francia e Italia, o que son oposición en países como Irlanda, España y el Reino Unido, se impusieron sin grandes dificultades.
Esto demostró que las batallas electorales se siguen ganando desde el centro del espectro político, y que los votantes prefieren respaldar a los partidos con un discurso que genere confianza. En México, también estamos viendo que algunos partidos buscan cambiar la narrativa tradicional, ya sea al adoptar un discurso que los convierte en “oposición” aunque estén en el poder, o al hacer propuestas radicales —como la pena de muerte— sin posibilidades reales de aplicarse, pero que tienen “resonancia” con un electorado insatisfecho.
4) A menor legitimidad institucional, menor influencia internacional. El elevado abstencionismo en la elección al Parlamento Europeo aún no pone en tela de juicio su legitimidad, pero puede tener un efecto colateral negativo en la continuidad del proyecto para fortalecer a la UE.
Por una parte, antes de que acabe el año se realizará un segundo referéndum en Irlanda para ratificar el Tratado de Lisboa, y el triunfo de la oposición dificultará esta decisión. Por otra parte, la derrota sufrida por los laboristas en el Reino Unido puede anticipar la llegada al poder del Partido Conservador. Su líder, David Cameron, ha dicho que si gana y el Tratado de Lisboa no ha sido ratificado por todos los demás países, podría impulsar su propio referéndum para revocar la participación de Gran Bretaña en la UE, con lo que seguramente se desataría una crisis de consecuencias imprevisibles.
A pesar de que no se considera que la UE esté en peligro de fracturarse, la incapacidad de dar nuevos pasos para actualizar sus instituciones sí le puede restar peso global frente a Estados Unidos y otras potencias emergentes, como China, o Rusia, país del cual depende en gran medida para su seguridad energética.
La fortaleza que surge de un amplio respaldo ciudadano a las instituciones nacionales —o supra-nacionales en el caso de la UE— es la base fundamental sobre la que cualquier país puede proyectarse como un actor relevante en un escenario internacional que sigue evolucionando rápidamente.
En el caso de México, por más bien intencionados que puedan ser los llamados a la anulación de las boletas en las próximas elecciones del 5 de julio, en realidad nada sustituye al voto efectivo de una elevada participación ciudadana para reforzar a nuestras propias instituciones democráticas y, por lo tanto, el nuevo lugar que intentamos ocupar en el mundo.
Wednesday, June 17, 2009
Wednesday, June 03, 2009
Sin ambición
Javier Treviño Cantú
El Norte
3 de junio de 2009
La “nueva relación” entre México y Estados Unidos se está definiendo más por la inercia de las iniciativas lanzadas desde el anterior gobierno del presidente Bush, que por cambios fundamentales en la forma de abordar los principales retos comunes. Una vez superada la intensa etapa de los primeros 100 días en el poder de la administración Obama, la conducción de la agenda bilateral tiende a estabilizarse. Desafortunadamente, está lejos de haber tomado una dirección cualitativamente diferente.
En lugar de estarse planteando metas ambiciosas para darle un impulso renovado a la relación, los estándares parecerían reducirse a niveles cada vez más modestos. No hay una presencia mexicana eficaz en todo el territorio estadounidense, el concepto de América del Norte se ha desdibujado, y no se perciben grandes ideas. Al igual que ocurre en otras áreas relacionadas con la política exterior estadounidense, la definición de lo que significa el éxito en la relación bilateral tiende a la baja.
Richard N. Haass —el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores— opinaba el 14 de mayo en el Washington Post que, frente a casos como los de Afganistán, Norcorea e Irán, Estados Unidos debería limitar sus expectativas de éxito por las dificultades financieras y militares que padece. Para Haass, sería preferible que la administración Obama se propusiera logros parciales, acordes con los escasos recursos de que dispone, en lugar de establecer grandes objetivos que puedan resultar en fracasos incosteables.
En una coincidencia irónica, ese mismo día el Wall Street Journal publicó la primera entrevista concedida por el nuevo “zar” de la política para el control de drogas ilegales. Sin andarse por las ramas, Gil Kerlikowske declaró el fin de la “guerra contra las drogas”, porque los estadounidenses la perciben como un ataque hacia ellos, y el gobierno estadounidense “no está en guerra contra la gente”.
Más allá de la frase efectista para atraer la atención de los lectores, Kerlikowske dejó entrever un posible cambio significativo en las políticas antidrogas del vecino país. Además de rechazar la legalización, indicó que buscará darle un mayor énfasis a la prevención y el tratamiento de los adictos, para no verlo como un reto exclusivamente policíaco o de procuración de justicia, sino también como un tema de salud pública.
El cambio perfilado por Kerlikowske puede ser una buena señal, ya que implicaría una visión más amplia de un fenómeno que ha probado ser muy resistente al tratamiento tradicional. Lamentablemente, el inconveniente es que manda la señal equivocada a un vecino que sí está librando una auténtica guerra contra el crimen organizado.
Es probable que estemos de nuevo frente a un problema de comunicación. En su estrategia de cooperación con México sobre seguridad, la administración Obama ha optado por la continuidad de las políticas acordadas con el anterior gobierno estadounidense: a través de una Iniciativa Mérida con recursos muy limitados que todavía sigue sin concretarse, y al mantener el rechazo a la prohibición para la venta de armas de alto poder.
Por otra parte, Obama ya ha indicado que también le dará continuidad al TLC, al evitar que se contamine con la renegociación para incorporarle los acuerdos paralelos en materia laboral y energética. Aún así, basta señalar la prolongación indefinida del conflicto comercial por la suspensión del programa de acceso carretero a los camiones de carga mexicanos, para comprobar que la importancia del éxito de nuestra relación comercial sigue siendo subestimada.
De igual forma, a la vez que Obama ha retomado el tema de la reforma migratoria integral, también ha mantenido la continuidad del esquema que condiciona su avance al reforzamiento del control fronterizo.
Entre otras medidas, su administración ha reanudado la construcción de la “barda virtual”, para cubrir toda la frontera común en 2014 a un costo casi cinco veces mayor al de la Iniciativa Mérida; está ampliando un programa para identificar el estatus migratorio de los presos en todas las cárceles estadounidenses, que en cuatro años podría multiplicar por diez el número de convictos deportados; y está desarrollando programas “innovadores” para dificultar el paso de los migrantes indocumentados, incluyendo la infestación de los carrizales en las orillas del Río Bravo con avispas que, supuestamente, sólo acaban con este tipo de plantas y no son peligrosas para la gente.
Sin duda, la relación entre México y Estados Unidos está en un proceso de ajuste profundo. El problema es que cada vez hay más indicios de que tan sólo se busca administrar la problemática agenda bilateral, en lugar de buscar soluciones de fondo a los retos compartidos para establecer una visión de futuro mucho más ambiciosa.
Frente a la esperanza del cambio que trajo consigo la elección de Obama y la oportunidad que ofrecen las diversas crisis actuales, la definición de lo que significa el éxito de la relación bilateral sigue estando muy por debajo de su potencial, y de nuestras expectativas.
El Norte
3 de junio de 2009
La “nueva relación” entre México y Estados Unidos se está definiendo más por la inercia de las iniciativas lanzadas desde el anterior gobierno del presidente Bush, que por cambios fundamentales en la forma de abordar los principales retos comunes. Una vez superada la intensa etapa de los primeros 100 días en el poder de la administración Obama, la conducción de la agenda bilateral tiende a estabilizarse. Desafortunadamente, está lejos de haber tomado una dirección cualitativamente diferente.
En lugar de estarse planteando metas ambiciosas para darle un impulso renovado a la relación, los estándares parecerían reducirse a niveles cada vez más modestos. No hay una presencia mexicana eficaz en todo el territorio estadounidense, el concepto de América del Norte se ha desdibujado, y no se perciben grandes ideas. Al igual que ocurre en otras áreas relacionadas con la política exterior estadounidense, la definición de lo que significa el éxito en la relación bilateral tiende a la baja.
Richard N. Haass —el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores— opinaba el 14 de mayo en el Washington Post que, frente a casos como los de Afganistán, Norcorea e Irán, Estados Unidos debería limitar sus expectativas de éxito por las dificultades financieras y militares que padece. Para Haass, sería preferible que la administración Obama se propusiera logros parciales, acordes con los escasos recursos de que dispone, en lugar de establecer grandes objetivos que puedan resultar en fracasos incosteables.
En una coincidencia irónica, ese mismo día el Wall Street Journal publicó la primera entrevista concedida por el nuevo “zar” de la política para el control de drogas ilegales. Sin andarse por las ramas, Gil Kerlikowske declaró el fin de la “guerra contra las drogas”, porque los estadounidenses la perciben como un ataque hacia ellos, y el gobierno estadounidense “no está en guerra contra la gente”.
Más allá de la frase efectista para atraer la atención de los lectores, Kerlikowske dejó entrever un posible cambio significativo en las políticas antidrogas del vecino país. Además de rechazar la legalización, indicó que buscará darle un mayor énfasis a la prevención y el tratamiento de los adictos, para no verlo como un reto exclusivamente policíaco o de procuración de justicia, sino también como un tema de salud pública.
El cambio perfilado por Kerlikowske puede ser una buena señal, ya que implicaría una visión más amplia de un fenómeno que ha probado ser muy resistente al tratamiento tradicional. Lamentablemente, el inconveniente es que manda la señal equivocada a un vecino que sí está librando una auténtica guerra contra el crimen organizado.
Es probable que estemos de nuevo frente a un problema de comunicación. En su estrategia de cooperación con México sobre seguridad, la administración Obama ha optado por la continuidad de las políticas acordadas con el anterior gobierno estadounidense: a través de una Iniciativa Mérida con recursos muy limitados que todavía sigue sin concretarse, y al mantener el rechazo a la prohibición para la venta de armas de alto poder.
Por otra parte, Obama ya ha indicado que también le dará continuidad al TLC, al evitar que se contamine con la renegociación para incorporarle los acuerdos paralelos en materia laboral y energética. Aún así, basta señalar la prolongación indefinida del conflicto comercial por la suspensión del programa de acceso carretero a los camiones de carga mexicanos, para comprobar que la importancia del éxito de nuestra relación comercial sigue siendo subestimada.
De igual forma, a la vez que Obama ha retomado el tema de la reforma migratoria integral, también ha mantenido la continuidad del esquema que condiciona su avance al reforzamiento del control fronterizo.
Entre otras medidas, su administración ha reanudado la construcción de la “barda virtual”, para cubrir toda la frontera común en 2014 a un costo casi cinco veces mayor al de la Iniciativa Mérida; está ampliando un programa para identificar el estatus migratorio de los presos en todas las cárceles estadounidenses, que en cuatro años podría multiplicar por diez el número de convictos deportados; y está desarrollando programas “innovadores” para dificultar el paso de los migrantes indocumentados, incluyendo la infestación de los carrizales en las orillas del Río Bravo con avispas que, supuestamente, sólo acaban con este tipo de plantas y no son peligrosas para la gente.
Sin duda, la relación entre México y Estados Unidos está en un proceso de ajuste profundo. El problema es que cada vez hay más indicios de que tan sólo se busca administrar la problemática agenda bilateral, en lugar de buscar soluciones de fondo a los retos compartidos para establecer una visión de futuro mucho más ambiciosa.
Frente a la esperanza del cambio que trajo consigo la elección de Obama y la oportunidad que ofrecen las diversas crisis actuales, la definición de lo que significa el éxito de la relación bilateral sigue estando muy por debajo de su potencial, y de nuestras expectativas.
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