Javier Treviño Cantú
El Norte
29 de septiembre de 2005
Nadie en su sano juicio estaría dispuesto a manifestarse públicamente en contra de la democracia. Al menos en el mundo "occidental", después de las trágicas experiencias totalitarias y autoritarias del siglo pasado, la democracia se ha consolidado prácticamente como la única opción de gobierno. Según la organización Freedom House, en la última década el número de países democráticos ha crecido de 76 a 88. Esto significa que más del 60 por ciento de la población mundial vive en sociedades total o parcialmente libres.
Sin embargo, parece que hay un profundo desencanto con la democracia. Tanto en países donde aún está en proceso de consolidación, incluyendo al nuestro, como en muchos que tienen una larga tradición en este terreno, la incapacidad para generar resultados rápidos, que beneficien a la mayoría de los ciudadanos y que permitan superar los retos del nuevo entorno global, está generando una peligrosa desilusión democrática.
Entre los ciudadanos, la decepción con la democracia se manifiesta en menores niveles de participación cívica y en un creciente abstencionismo. Pero también entre las élites se están produciendo muestras de desaliento. Según el Financial Times de Londres, el ex Secretario estadounidense del Tesoro, Robert Rubin, declaró en la cena organizada recientemente en Nueva York para promover la Iniciativa Global Clinton que quizá las autocracias bien administradas podrían servir mejor a la gente que las democracias endebles.
En parte, esta percepción se debe a que la democracia se está volviendo cada vez más complicada. La aparente simpleza del principio de representación democrática contrasta con la creciente complejidad de las reglas y mecanismos electorales, así como con los riesgos que puede generar el acceso legítimo al gobierno de gente sin la preparación necesaria para ejercer el poder.
En Estados Unidos, por ejemplo, factores como el arcaico sistema del Colegio Electoral, la falta de un padrón electoral nacional y los diferentes sistemas de votación que se utilizan a nivel estatal y local fueron algunas de las razones que influyeron para que el triunfo del Presidente George W. Bush en la elección del año 2000 finalmente se definiera en los tribunales y no en las urnas.
Ante las dificultades que se volvieron a presentar durante la elección del año pasado, el ex Presidente Jimmy Carter y el ex Secretario de Estado James Baker aceptaron encabezar la Comisión Federal para la Reforma Electoral Federal. La semana pasada dieron a conocer su reporte, el cual incluye 87 recomendaciones. Pero tan sólo una de ellas, la relacionada con la necesidad de que los electores presenten una identificación oficial con fotografía para poder votar, amenaza con descarrilar todo el esfuerzo para mejorar la calidad de la emblemática democracia estadounidense.
La complejidad de la democracia también se manifestó en Alemania. A más de una semana de que se llevaron a cabo las elecciones, todavía no hay forma de saber quién será el próximo jefe de gobierno de una de las principales economías del mundo. Debido al enredado sistema electoral alemán, así como a la indecisión de los votantes, la Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel y el Partido Social Demócrata del Canciller Gerhard Schröder obtuvieron prácticamente el mismo número de escaños en el parlamento. Ninguno de los dos parece tener la intención de ceder en su empeño por dirigir al país, así que habrá que esperar a ver si logran ponerse de acuerdo.
La situación en Alemania también indica que la competencia democrática es cada vez menos racional, y más emotiva. De acuerdo con reportes periodísticos, Merkel, una mujer de la antigua Alemania Oriental, realizó una campaña fría, basada en diagnósticos duros de los retos que enfrenta su país, y en propuestas para realizar dolorosas reformas estructurales. En cambio, Schröder recurrió al temor que provocan los cambios necesarios, destacó el amor que le tiene a su esposa, y fomentó el orgullo nacional basado en su oposición a la guerra contra Iraq. Después de que Merkel se mantuvo al frente de las encuestas durante semanas, el resultado fue un empate técnico.
Polonia es otro caso que muestra la insatisfacción con la democracia por la incapacidad para generar los resultados esperados. La elección parlamentaria del domingo anterior fue la quinta desde la caída del comunismo, y desde entonces ninguno de los gobiernos en funciones ha logrado ser reelecto. A pesar de que la economía ha crecido a tasas anuales que triplican el promedio europeo, el nivel de desempleo de 17.8 por ciento, y de 35 por ciento entre los jóvenes, es el más alto de la UE. Además, ninguno de los gobiernos democráticamente electos ha logrado pasar la prueba de fuego que significa el combate a la corrupción. Por ello, en cada elección los polacos buscan una nueva opción.
Los cambios periódicos de gobierno también contribuyen a que la democracia provoque incertidumbre. En cada campaña se entra en una especie de hipnotismo colectivo. Los candidatos ofrecen hasta lo imposible, y los electores hacemos como que les creemos, a sabiendas de que sólo harán lo que puedan, o lo que en realidad tenían previsto desde antes, pero no quisieron decir públicamente. El problema es que esto puede derivar en costos muy altos para un país.
En México, por ejemplo, el actual gobierno nunca planteó con claridad entre sus ofertas electorales que buscaría entrar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Esta decisión -por la cual los mexicanos no votamos- acabó enfrentándonos a Estados Unidos, y en parte explica la falta de un acuerdo migratorio bilateral.
El huracán "Katrina", por otro lado, ha hecho evidente el peligro que puede traer consigo la democracia cuando se nombran funcionarios para cargos técnicos con criterios políticos. La designación de Michael Brown, un experto en caballos árabes, para dirigir la Agencia Federal de Emergencias (FEMA) estadounidense, demostró ser un error trágico para los afectados por el desastre natural y para la propia administración del Presidente Bush.
Winston Churchill dijo alguna vez que "la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás que se han intentado". Sigue siendo cierto. Pero también es un hecho que tenemos que encontrar nuevas fórmulas para lograr que la democracia sea menos complicada, menos costosa y, sobre todo, mucho más eficaz.
Thursday, September 29, 2005
Thursday, September 15, 2005
Extraño enemigo
Javier Treviño Cantú
El Norte
15 de septiembre de 2005
En plena era de globalización económica y cultural, el nacionalismo está más vivo que nunca. En Asia, Europa, y, por supuesto, América del Norte, el fervor nacionalista está en pleno auge. Mientras los límites entre los asuntos internos y externos de los países se vuelven cada vez más borrosos, el nacionalismo se ha reafirmado como uno de los principales componentes que le dan forma al contradictorio mundo en el que vivimos.
Entre los partidarios de la globalización, y entre aquellos convencidos de que el mundo está destinado a transitar hacia modelos de convivencia que superen los espacios tradicionales del Estado, el nacionalismo de antaño ya no parece tener mucho sentido. Algunos "deterministas tecnológicos", como el columnista del diario The New York Times Thomas L. Friedman, incluso opinan que puede ser un obstáculo para los países en desarrollo que buscan competir con las economías industrializadas.
Sin embargo -como señala John Gray en su reseña del libro de Friedman "El Mundo es Plano"-, el nacionalismo fue uno de los elementos centrales que impulsaron el desarrollo de Estados Unidos e Inglaterra a mediados del Siglo 19. Ahora, ese mismo factor está siendo utilizado por gobiernos como el de China para promover el avance del capitalismo, aunque los resultados no siempre sean los esperados.
A principios de este año, por ejemplo, los sentimientos nacionalistas amenazaron con desbordarse en China. El gobierno tuvo que frenar las violentas manifestaciones que se desataron contra Japón, debido al "replanteamiento" en los nuevos libros de texto japoneses de las atrocidades cometidas por el Imperio del Sol Naciente durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de su creciente interdependencia económica, las dos principales economías asiáticas hoy están enfrascadas en una intensa rivalidad que se basa y, a la vez, se manifiesta en un nacionalismo exacerbado.
El resurgimiento del nacionalismo también se reflejó este año en el "no" de Francia a la nueva Constitución de la UE. El temor a la competencia de los países de Europa del Este, resumida en la imagen de los "plomeros polacos" que se quedarían con sus trabajos, acabó por hacer que la mayoría de los franceses decidiera frenar el avance de la integración europea. A la vez, Francia ha sido uno de los más agresivos promotores de una política industrial nacionalista.
En EU, los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 generaron una gran ola nacionalista. Frente a un enemigo externo perfectamente identificado, los estadounidenses cerraron filas en torno a su Presidente y apoyaron todas las medidas que tomó para combatir a Al-Qaeda, hasta aquellas difíciles de justificar, como la invasión de Iraq. Pese a la reciente caída del Presidente Bush en la gran mayoría de los sondeos de opinión, un 56 por ciento de los ciudadanos del vecino país aún sigue aprobando la forma en la que está conduciendo la guerra contra el terrorismo, según la más reciente encuesta de ABC News-The Washington Post.
Por supuesto, el nacionalismo siempre ha estado en el centro mismo de la compleja relación bilateral que une a nuestro país y a EU. Durante más de un siglo, el nacionalismo mexicano se definió fundamentalmente en oposición al vecino del norte. La situación comenzó a cambiar desde el establecimiento del TLC, que ha tenido como consecuencia la creciente integración no sólo de nuestras economías, sino también, y cada vez en mayor grado, de nuestras sociedades. Sin embargo, en ambos lados de la frontera siguen existiendo muchas reservas y temores frente al "otro", sobre todo por un persistente desconocimiento mutuo.
En el marco del impacto causado por los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y ante el incesante flujo de trabajadores indocumentados provocado por la falta de crecimiento sostenido en nuestro país, algunos académicos estadounidenses han alzado la voz de alarma nacionalista. El año pasado, el afamado politólogo de Harvard Samuel P. Huntington sostuvo en su libro "¿Quiénes Somos?" que la migración "hispana", en particular la proveniente de México, representa la mayor amenaza potencial a la identidad nacional de su país.
Frente a la "guerra sin fin" contra el terrorismo, esa amenaza se extiende al terreno de la seguridad nacional, por el riesgo que representa nuestra porosa frontera común. Por ello, en su búsqueda de acuerdos prácticos, el gobierno estadounidense promovió y estableció, junto con México y Canadá, la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte. Ésta contempla establecer un perímetro de seguridad norteamericano, el cual necesariamente implica un esquema en donde se incluya la cooperación militar. Es un tema históricamente muy delicado para nosotros, pero las cosas podrían estar cambiando.
La inusitada velocidad con la que reaccionó el gobierno mexicano tras la devastación causada por el huracán "Katrina", la ayuda militar que se ofreció y la decisión estadounidense de aceptarla con tanta rapidez, tienen una gran trascendencia simbólica. Quizá no debamos tratar de leer algo más en este gesto de solidaridad con nuestros vecinos en desgracia. Pero la presencia del buque "Papaloapan" en las costas frente a Biloxi, y del convoy del Ejército y la Fuerza Aérea en Texas, muy cerca del Álamo, puede abrir un espacio para impulsar un mayor acercamiento en uno de los terrenos con mayor contenido nacionalista de la relación.
Hasta ahora, la idea de nación mexicana sigue estando definida más por nuestras diferencias frente al vecino del norte que por un proyecto verdaderamente nacional que nos una. El uso de un discurso nacionalista en las más altas esferas del poder público, basado en el uso de un lenguaje "duro" contra Estados Unidos, sigue tendiendo a reproducir y reafirmar el viejo estereotipo entre el resto de la población.
El nacionalismo mexicano tiene que dejar de definirse en un sentido negativo, de oposición al "extraño enemigo" que ose "profanar con sus plantas" nuestro suelo, y adoptar un nuevo sentido que permita reforzar nuestra unidad en torno a un mismo proyecto nacional. José Ortega y Gasset escribía que "la política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación". Lamentablemente, creo que aún estamos muy lejos de hacer auténtica política en México.
El Norte
15 de septiembre de 2005
En plena era de globalización económica y cultural, el nacionalismo está más vivo que nunca. En Asia, Europa, y, por supuesto, América del Norte, el fervor nacionalista está en pleno auge. Mientras los límites entre los asuntos internos y externos de los países se vuelven cada vez más borrosos, el nacionalismo se ha reafirmado como uno de los principales componentes que le dan forma al contradictorio mundo en el que vivimos.
Entre los partidarios de la globalización, y entre aquellos convencidos de que el mundo está destinado a transitar hacia modelos de convivencia que superen los espacios tradicionales del Estado, el nacionalismo de antaño ya no parece tener mucho sentido. Algunos "deterministas tecnológicos", como el columnista del diario The New York Times Thomas L. Friedman, incluso opinan que puede ser un obstáculo para los países en desarrollo que buscan competir con las economías industrializadas.
Sin embargo -como señala John Gray en su reseña del libro de Friedman "El Mundo es Plano"-, el nacionalismo fue uno de los elementos centrales que impulsaron el desarrollo de Estados Unidos e Inglaterra a mediados del Siglo 19. Ahora, ese mismo factor está siendo utilizado por gobiernos como el de China para promover el avance del capitalismo, aunque los resultados no siempre sean los esperados.
A principios de este año, por ejemplo, los sentimientos nacionalistas amenazaron con desbordarse en China. El gobierno tuvo que frenar las violentas manifestaciones que se desataron contra Japón, debido al "replanteamiento" en los nuevos libros de texto japoneses de las atrocidades cometidas por el Imperio del Sol Naciente durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de su creciente interdependencia económica, las dos principales economías asiáticas hoy están enfrascadas en una intensa rivalidad que se basa y, a la vez, se manifiesta en un nacionalismo exacerbado.
El resurgimiento del nacionalismo también se reflejó este año en el "no" de Francia a la nueva Constitución de la UE. El temor a la competencia de los países de Europa del Este, resumida en la imagen de los "plomeros polacos" que se quedarían con sus trabajos, acabó por hacer que la mayoría de los franceses decidiera frenar el avance de la integración europea. A la vez, Francia ha sido uno de los más agresivos promotores de una política industrial nacionalista.
En EU, los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 generaron una gran ola nacionalista. Frente a un enemigo externo perfectamente identificado, los estadounidenses cerraron filas en torno a su Presidente y apoyaron todas las medidas que tomó para combatir a Al-Qaeda, hasta aquellas difíciles de justificar, como la invasión de Iraq. Pese a la reciente caída del Presidente Bush en la gran mayoría de los sondeos de opinión, un 56 por ciento de los ciudadanos del vecino país aún sigue aprobando la forma en la que está conduciendo la guerra contra el terrorismo, según la más reciente encuesta de ABC News-The Washington Post.
Por supuesto, el nacionalismo siempre ha estado en el centro mismo de la compleja relación bilateral que une a nuestro país y a EU. Durante más de un siglo, el nacionalismo mexicano se definió fundamentalmente en oposición al vecino del norte. La situación comenzó a cambiar desde el establecimiento del TLC, que ha tenido como consecuencia la creciente integración no sólo de nuestras economías, sino también, y cada vez en mayor grado, de nuestras sociedades. Sin embargo, en ambos lados de la frontera siguen existiendo muchas reservas y temores frente al "otro", sobre todo por un persistente desconocimiento mutuo.
En el marco del impacto causado por los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y ante el incesante flujo de trabajadores indocumentados provocado por la falta de crecimiento sostenido en nuestro país, algunos académicos estadounidenses han alzado la voz de alarma nacionalista. El año pasado, el afamado politólogo de Harvard Samuel P. Huntington sostuvo en su libro "¿Quiénes Somos?" que la migración "hispana", en particular la proveniente de México, representa la mayor amenaza potencial a la identidad nacional de su país.
Frente a la "guerra sin fin" contra el terrorismo, esa amenaza se extiende al terreno de la seguridad nacional, por el riesgo que representa nuestra porosa frontera común. Por ello, en su búsqueda de acuerdos prácticos, el gobierno estadounidense promovió y estableció, junto con México y Canadá, la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte. Ésta contempla establecer un perímetro de seguridad norteamericano, el cual necesariamente implica un esquema en donde se incluya la cooperación militar. Es un tema históricamente muy delicado para nosotros, pero las cosas podrían estar cambiando.
La inusitada velocidad con la que reaccionó el gobierno mexicano tras la devastación causada por el huracán "Katrina", la ayuda militar que se ofreció y la decisión estadounidense de aceptarla con tanta rapidez, tienen una gran trascendencia simbólica. Quizá no debamos tratar de leer algo más en este gesto de solidaridad con nuestros vecinos en desgracia. Pero la presencia del buque "Papaloapan" en las costas frente a Biloxi, y del convoy del Ejército y la Fuerza Aérea en Texas, muy cerca del Álamo, puede abrir un espacio para impulsar un mayor acercamiento en uno de los terrenos con mayor contenido nacionalista de la relación.
Hasta ahora, la idea de nación mexicana sigue estando definida más por nuestras diferencias frente al vecino del norte que por un proyecto verdaderamente nacional que nos una. El uso de un discurso nacionalista en las más altas esferas del poder público, basado en el uso de un lenguaje "duro" contra Estados Unidos, sigue tendiendo a reproducir y reafirmar el viejo estereotipo entre el resto de la población.
El nacionalismo mexicano tiene que dejar de definirse en un sentido negativo, de oposición al "extraño enemigo" que ose "profanar con sus plantas" nuestro suelo, y adoptar un nuevo sentido que permita reforzar nuestra unidad en torno a un mismo proyecto nacional. José Ortega y Gasset escribía que "la política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación". Lamentablemente, creo que aún estamos muy lejos de hacer auténtica política en México.
Thursday, September 01, 2005
El poder de la música
Javier Treviño Cantú
El Norte
1 de septiembre de 2005
Los conciertos "Live 8", celebrados en Londres y otras ciudades alrededor del mundo unos días antes de los atentados terroristas ocurridos en la capital inglesa el pasado 7 de julio, así como la campaña lanzada esta semana por Televisa para que "Celebremos México", son dos ejemplos recientes de los espacios y el poder que han ido ganando los ciudadanos, las organizaciones sociales y las empresas privadas frente a los gobiernos y los actores políticos.
Históricamente, la relación entre política, empresas de la comunicación y entretenimiento musical ha sido muy intensa y compleja. Desde mediados del siglo pasado, con la consolidación de la televisión como el medio masivo más influyente, los candidatos a puestos de elección popular han buscado el respaldo de las estrellas musicales del momento. Por su parte, muchas celebridades han participado en innumerables campañas electorales, ya sea porque comparten la visión del candidato, o porque buscan promover sus propias agendas políticas o sus intereses particulares.
En Estados Unidos, por ejemplo, la primera campaña por la Presidencia en 1992 de Bill Clinton siempre estará asociada a la canción del grupo Fleetwood Mac "Don't Stop Thinking About Tomorrow" (No dejes de pensar en el mañana), y a la participación del mismo Clinton en "Rock the Vote", un foro con jóvenes de la cadena MTV, "Music Television". Aquí en México, la elección del año 2000 será recordada, entre otras cosas, por la participación del popular cantante Juan Gabriel, cuyo apoyo al candidato del PRI no fue suficiente para inclinar la balanza a su favor.
En 1971, el Concierto para Bangladesh organizado por el Beatle George Harrison representó uno de los primeros esfuerzos para transformar el poder de la música en ayuda internacional concreta. Sin embargo, fue a mediados de los años 80 cuando este movimiento daría un auténtico giro global con la creación de la Band Aid. Como lo narra Bob Geldof en su sitio en internet, después de ver en la televisión un documental de la BBC sobre la hambruna en Etiopía, este cantante irlandés, famoso por su mal carácter y peor vocabulario, decidió que era momento de actuar por su cuenta.
Con un poco de ayuda de sus amigos -incluyendo a Mitch Ure, del grupo Ultravox, y a Bono, el cantante de U2-, a finales de 1984 Geldof organizó la grabación de la canción "Do They Know It's Christmas?". (¿Saben que es Navidad?), la cual vendió más de tres millones de copias en apenas cinco semanas. En julio del año siguiente, Geldof llevó a cabo "Live Aid", el mayor concierto dedicado a una causa altruista hasta entonces. Realizado simultáneamente en los estadios de Wembley, en Londres, y el JFK en Filadelfia, se calcula que fue visto en vivo por más de mil 500 millones de personas en unos 100 países.
Gracias a su liderazgo, actitud emprendedora y capacidad ejecutiva, Geldof y Bono lograron colocar el tema de la ayuda para África en los primeros lugares de la agenda política internacional. A la vez, motivaron a otros artistas a seguir su ejemplo -en 1985 se difundió la canción escrita por Michael Jackson y Lionel Richie "We Are the World" (Somos el Mundo)-, e inspiraron todo un movimiento para apoyar múltiples causas, como la defensa de los derechos humanos y la lucha contra el sida. En nuestro país, este fenómeno se ha manifestado en varias formas, desde el video musical para impulsar el programa Solidaridad, hasta el concierto de Elton John en el Castillo de Chapultepec realizado por la Fundación Vamos México.
Veinte años después de Live Aid, Geldof y sus amigos decidieron organizar Live 8, una nueva serie de conciertos para presionar a los mandatarios del Grupo de los ocho países más industrializados, quienes se reunieron en julio pasado en Escocia. Ahora, la meta ya no era recaudar fondos, sino concientizar a la opinión pública mundial sobre el atraso que sigue prevaleciendo en muchas partes de África, lograr que los países más ricos del Planeta incrementaran su nivel de ayuda, y promover nuevas condiciones para un comercio más "justo". A pesar de que los atentados del 7 de julio le restaron atención, Live 8 logró al menos uno de sus cometidos: los líderes del G-8 anunciaron un aumento significativo de la ayuda destinada a África.
Lo que distingue a ciudadanos globales, como Geldof y Bono, ha sido su compromiso a fondo con las causas que promueven. Ambos han establecido organizaciones dedicadas a verificar que los fondos recaudados efectivamente lleguen a quienes estaban originalmente destinados, y a impulsar nuevas formas para aliviar ya no sólo situaciones de emergencia en África, sino para promover su desarrollo sostenible. Geldof lo ha hecho a través del Fondo Band Aid, mientras que Bono estableció la organización DATA, las siglas en inglés correspondientes a Deuda, Sida, Comercio y África. Por supuesto, sus esfuerzos han sido duramente criticados desde diversos frentes, pero el impacto de su trabajo se resume en las sendas nominaciones que han recibido para recibir el Premio Nobel de la Paz, Bono este año y Geldof en 2006.
Aquí, en México, la situación todavía no es tan dramática como en algunas partes de África. Sin embargo, es un hecho que nuestro tejido social está sujeto a grandes tensiones que amenazan con deshilacharlo. La cohesión social en el País se ve afectada profundamente por la pobreza, la desigualdad extrema, la emigración anual a EU de casi medio millón de personas, la falta de empleos y una persistente inseguridad.
Hasta hace muy poco, la tarea de fomentar la unidad nacional había sido considerada como una responsabilidad exclusiva del Estado. En el pasado se impulsaron políticas como la ubicación de mega-banderas nacionales en lugares estratégicos de la República, empezando por Cd. Juárez. Pero ahora, la que ha salido al quite es Televisa, organizando la campaña para "Celebrar a México". Como se vio en la presentación del martes pasado en el Palacio de las Bellas Artes, el poder de convocatoria de esta televisora es indiscutible. Quizás esto ayude a superar la visión de "suma-cero" que muchas veces ha caracterizado la relación entre políticos, empresas y ciudadanos convertidos en celebridades con conciencia social, para dar paso a una etapa en donde se privilegie la cooperación para alcanzar objetivos comunes.
Sin embargo, no podemos olvidar que la música necesita acompañamiento. A pesar de la influencia que han ganado, ni los medios, ni las organizaciones sociales, ni los ciudadanos con voluntad y capacidad de acción pueden lograr por sí mismos los cambios fundamentales que necesita un país como el nuestro. Nos guste o no, la única forma de hacerlo es a través de un ejercicio responsable de la política.
El Norte
1 de septiembre de 2005
Los conciertos "Live 8", celebrados en Londres y otras ciudades alrededor del mundo unos días antes de los atentados terroristas ocurridos en la capital inglesa el pasado 7 de julio, así como la campaña lanzada esta semana por Televisa para que "Celebremos México", son dos ejemplos recientes de los espacios y el poder que han ido ganando los ciudadanos, las organizaciones sociales y las empresas privadas frente a los gobiernos y los actores políticos.
Históricamente, la relación entre política, empresas de la comunicación y entretenimiento musical ha sido muy intensa y compleja. Desde mediados del siglo pasado, con la consolidación de la televisión como el medio masivo más influyente, los candidatos a puestos de elección popular han buscado el respaldo de las estrellas musicales del momento. Por su parte, muchas celebridades han participado en innumerables campañas electorales, ya sea porque comparten la visión del candidato, o porque buscan promover sus propias agendas políticas o sus intereses particulares.
En Estados Unidos, por ejemplo, la primera campaña por la Presidencia en 1992 de Bill Clinton siempre estará asociada a la canción del grupo Fleetwood Mac "Don't Stop Thinking About Tomorrow" (No dejes de pensar en el mañana), y a la participación del mismo Clinton en "Rock the Vote", un foro con jóvenes de la cadena MTV, "Music Television". Aquí en México, la elección del año 2000 será recordada, entre otras cosas, por la participación del popular cantante Juan Gabriel, cuyo apoyo al candidato del PRI no fue suficiente para inclinar la balanza a su favor.
En 1971, el Concierto para Bangladesh organizado por el Beatle George Harrison representó uno de los primeros esfuerzos para transformar el poder de la música en ayuda internacional concreta. Sin embargo, fue a mediados de los años 80 cuando este movimiento daría un auténtico giro global con la creación de la Band Aid. Como lo narra Bob Geldof en su sitio en internet, después de ver en la televisión un documental de la BBC sobre la hambruna en Etiopía, este cantante irlandés, famoso por su mal carácter y peor vocabulario, decidió que era momento de actuar por su cuenta.
Con un poco de ayuda de sus amigos -incluyendo a Mitch Ure, del grupo Ultravox, y a Bono, el cantante de U2-, a finales de 1984 Geldof organizó la grabación de la canción "Do They Know It's Christmas?". (¿Saben que es Navidad?), la cual vendió más de tres millones de copias en apenas cinco semanas. En julio del año siguiente, Geldof llevó a cabo "Live Aid", el mayor concierto dedicado a una causa altruista hasta entonces. Realizado simultáneamente en los estadios de Wembley, en Londres, y el JFK en Filadelfia, se calcula que fue visto en vivo por más de mil 500 millones de personas en unos 100 países.
Gracias a su liderazgo, actitud emprendedora y capacidad ejecutiva, Geldof y Bono lograron colocar el tema de la ayuda para África en los primeros lugares de la agenda política internacional. A la vez, motivaron a otros artistas a seguir su ejemplo -en 1985 se difundió la canción escrita por Michael Jackson y Lionel Richie "We Are the World" (Somos el Mundo)-, e inspiraron todo un movimiento para apoyar múltiples causas, como la defensa de los derechos humanos y la lucha contra el sida. En nuestro país, este fenómeno se ha manifestado en varias formas, desde el video musical para impulsar el programa Solidaridad, hasta el concierto de Elton John en el Castillo de Chapultepec realizado por la Fundación Vamos México.
Veinte años después de Live Aid, Geldof y sus amigos decidieron organizar Live 8, una nueva serie de conciertos para presionar a los mandatarios del Grupo de los ocho países más industrializados, quienes se reunieron en julio pasado en Escocia. Ahora, la meta ya no era recaudar fondos, sino concientizar a la opinión pública mundial sobre el atraso que sigue prevaleciendo en muchas partes de África, lograr que los países más ricos del Planeta incrementaran su nivel de ayuda, y promover nuevas condiciones para un comercio más "justo". A pesar de que los atentados del 7 de julio le restaron atención, Live 8 logró al menos uno de sus cometidos: los líderes del G-8 anunciaron un aumento significativo de la ayuda destinada a África.
Lo que distingue a ciudadanos globales, como Geldof y Bono, ha sido su compromiso a fondo con las causas que promueven. Ambos han establecido organizaciones dedicadas a verificar que los fondos recaudados efectivamente lleguen a quienes estaban originalmente destinados, y a impulsar nuevas formas para aliviar ya no sólo situaciones de emergencia en África, sino para promover su desarrollo sostenible. Geldof lo ha hecho a través del Fondo Band Aid, mientras que Bono estableció la organización DATA, las siglas en inglés correspondientes a Deuda, Sida, Comercio y África. Por supuesto, sus esfuerzos han sido duramente criticados desde diversos frentes, pero el impacto de su trabajo se resume en las sendas nominaciones que han recibido para recibir el Premio Nobel de la Paz, Bono este año y Geldof en 2006.
Aquí, en México, la situación todavía no es tan dramática como en algunas partes de África. Sin embargo, es un hecho que nuestro tejido social está sujeto a grandes tensiones que amenazan con deshilacharlo. La cohesión social en el País se ve afectada profundamente por la pobreza, la desigualdad extrema, la emigración anual a EU de casi medio millón de personas, la falta de empleos y una persistente inseguridad.
Hasta hace muy poco, la tarea de fomentar la unidad nacional había sido considerada como una responsabilidad exclusiva del Estado. En el pasado se impulsaron políticas como la ubicación de mega-banderas nacionales en lugares estratégicos de la República, empezando por Cd. Juárez. Pero ahora, la que ha salido al quite es Televisa, organizando la campaña para "Celebrar a México". Como se vio en la presentación del martes pasado en el Palacio de las Bellas Artes, el poder de convocatoria de esta televisora es indiscutible. Quizás esto ayude a superar la visión de "suma-cero" que muchas veces ha caracterizado la relación entre políticos, empresas y ciudadanos convertidos en celebridades con conciencia social, para dar paso a una etapa en donde se privilegie la cooperación para alcanzar objetivos comunes.
Sin embargo, no podemos olvidar que la música necesita acompañamiento. A pesar de la influencia que han ganado, ni los medios, ni las organizaciones sociales, ni los ciudadanos con voluntad y capacidad de acción pueden lograr por sí mismos los cambios fundamentales que necesita un país como el nuestro. Nos guste o no, la única forma de hacerlo es a través de un ejercicio responsable de la política.
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