Javier Treviño Cantú
El Norte
15 de septiembre de 2005
En plena era de globalización económica y cultural, el nacionalismo está más vivo que nunca. En Asia, Europa, y, por supuesto, América del Norte, el fervor nacionalista está en pleno auge. Mientras los límites entre los asuntos internos y externos de los países se vuelven cada vez más borrosos, el nacionalismo se ha reafirmado como uno de los principales componentes que le dan forma al contradictorio mundo en el que vivimos.
Entre los partidarios de la globalización, y entre aquellos convencidos de que el mundo está destinado a transitar hacia modelos de convivencia que superen los espacios tradicionales del Estado, el nacionalismo de antaño ya no parece tener mucho sentido. Algunos "deterministas tecnológicos", como el columnista del diario The New York Times Thomas L. Friedman, incluso opinan que puede ser un obstáculo para los países en desarrollo que buscan competir con las economías industrializadas.
Sin embargo -como señala John Gray en su reseña del libro de Friedman "El Mundo es Plano"-, el nacionalismo fue uno de los elementos centrales que impulsaron el desarrollo de Estados Unidos e Inglaterra a mediados del Siglo 19. Ahora, ese mismo factor está siendo utilizado por gobiernos como el de China para promover el avance del capitalismo, aunque los resultados no siempre sean los esperados.
A principios de este año, por ejemplo, los sentimientos nacionalistas amenazaron con desbordarse en China. El gobierno tuvo que frenar las violentas manifestaciones que se desataron contra Japón, debido al "replanteamiento" en los nuevos libros de texto japoneses de las atrocidades cometidas por el Imperio del Sol Naciente durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de su creciente interdependencia económica, las dos principales economías asiáticas hoy están enfrascadas en una intensa rivalidad que se basa y, a la vez, se manifiesta en un nacionalismo exacerbado.
El resurgimiento del nacionalismo también se reflejó este año en el "no" de Francia a la nueva Constitución de la UE. El temor a la competencia de los países de Europa del Este, resumida en la imagen de los "plomeros polacos" que se quedarían con sus trabajos, acabó por hacer que la mayoría de los franceses decidiera frenar el avance de la integración europea. A la vez, Francia ha sido uno de los más agresivos promotores de una política industrial nacionalista.
En EU, los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 generaron una gran ola nacionalista. Frente a un enemigo externo perfectamente identificado, los estadounidenses cerraron filas en torno a su Presidente y apoyaron todas las medidas que tomó para combatir a Al-Qaeda, hasta aquellas difíciles de justificar, como la invasión de Iraq. Pese a la reciente caída del Presidente Bush en la gran mayoría de los sondeos de opinión, un 56 por ciento de los ciudadanos del vecino país aún sigue aprobando la forma en la que está conduciendo la guerra contra el terrorismo, según la más reciente encuesta de ABC News-The Washington Post.
Por supuesto, el nacionalismo siempre ha estado en el centro mismo de la compleja relación bilateral que une a nuestro país y a EU. Durante más de un siglo, el nacionalismo mexicano se definió fundamentalmente en oposición al vecino del norte. La situación comenzó a cambiar desde el establecimiento del TLC, que ha tenido como consecuencia la creciente integración no sólo de nuestras economías, sino también, y cada vez en mayor grado, de nuestras sociedades. Sin embargo, en ambos lados de la frontera siguen existiendo muchas reservas y temores frente al "otro", sobre todo por un persistente desconocimiento mutuo.
En el marco del impacto causado por los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y ante el incesante flujo de trabajadores indocumentados provocado por la falta de crecimiento sostenido en nuestro país, algunos académicos estadounidenses han alzado la voz de alarma nacionalista. El año pasado, el afamado politólogo de Harvard Samuel P. Huntington sostuvo en su libro "¿Quiénes Somos?" que la migración "hispana", en particular la proveniente de México, representa la mayor amenaza potencial a la identidad nacional de su país.
Frente a la "guerra sin fin" contra el terrorismo, esa amenaza se extiende al terreno de la seguridad nacional, por el riesgo que representa nuestra porosa frontera común. Por ello, en su búsqueda de acuerdos prácticos, el gobierno estadounidense promovió y estableció, junto con México y Canadá, la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte. Ésta contempla establecer un perímetro de seguridad norteamericano, el cual necesariamente implica un esquema en donde se incluya la cooperación militar. Es un tema históricamente muy delicado para nosotros, pero las cosas podrían estar cambiando.
La inusitada velocidad con la que reaccionó el gobierno mexicano tras la devastación causada por el huracán "Katrina", la ayuda militar que se ofreció y la decisión estadounidense de aceptarla con tanta rapidez, tienen una gran trascendencia simbólica. Quizá no debamos tratar de leer algo más en este gesto de solidaridad con nuestros vecinos en desgracia. Pero la presencia del buque "Papaloapan" en las costas frente a Biloxi, y del convoy del Ejército y la Fuerza Aérea en Texas, muy cerca del Álamo, puede abrir un espacio para impulsar un mayor acercamiento en uno de los terrenos con mayor contenido nacionalista de la relación.
Hasta ahora, la idea de nación mexicana sigue estando definida más por nuestras diferencias frente al vecino del norte que por un proyecto verdaderamente nacional que nos una. El uso de un discurso nacionalista en las más altas esferas del poder público, basado en el uso de un lenguaje "duro" contra Estados Unidos, sigue tendiendo a reproducir y reafirmar el viejo estereotipo entre el resto de la población.
El nacionalismo mexicano tiene que dejar de definirse en un sentido negativo, de oposición al "extraño enemigo" que ose "profanar con sus plantas" nuestro suelo, y adoptar un nuevo sentido que permita reforzar nuestra unidad en torno a un mismo proyecto nacional. José Ortega y Gasset escribía que "la política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación". Lamentablemente, creo que aún estamos muy lejos de hacer auténtica política en México.
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