Javier Treviño Cantú
El Norte
31 de enero de 2007
A pesar de que el avión presidencial no hizo una escala técnica en el vecino país del norte, la primera gira europea de Felipe Calderón acabó pasando por Washington. Como siempre, los aspectos más relevantes de nuestra política exterior se definen en función de los vínculos con Estados Unidos, y esta vez no fue la excepción.
Justo antes de partir rumbo al viejo continente, el Presidente Calderón recibió una llamada de George W. Bush. El mandatario estadounidense lo felicitó por las acciones emprendidas contra el crimen organizado, en especial por la reciente extradición de los capos del narcotráfico, y le reiteró su intención de promover una reforma migratoria integral.
La llamada me recordó el primer viaje al extranjero que hizo Bush después de haber sido electo. El 16 de febrero de 2001, cuando visitó a Vicente Fox en su rancho de San Cristóbal, la noticia no fue que ambos países buscarían un acuerdo migratorio bilateral. Para los medios de Estados Unidos y el resto del mundo, la nota se la llevó el anuncio de que el Presidente Bush había ordenado bombardeos contra objetivos iraquíes al sur de Bagdad, con lo que puso en claro sus verdaderas prioridades.
Casi seis años después, la llamada de Bush a Calderón vino a recordarnos que, por más que queramos buscar opciones, la verdadera prioridad en materia de política exterior para México se llama Estados Unidos.
De hecho, el objetivo manifiesto del viaje a Europa renovó un viejo propósito estratégico para nuestro país: reducir la "dependencia unipolar" -como la llamó el propio Presidente Calderón- frente a Estados Unidos, "diversificando nuestra interdependencia" con regiones como la Unión Europea.
Esto tiene sentido y, en términos generales, el mensaje de Calderón fue bien recibido en las capitales europeas que visitó. Sin embargo, la primera gira europea del sexenio seguramente será recordada por haber marcado la reanudación abierta de las hostilidades con Venezuela. Es otro tema clave para nosotros, y también pasa por Washington.
En su campaña electoral, durante la transición y en su primer discurso oficial sobre política exterior, Felipe Calderón insistió en que, durante su gobierno, México desempeñaría un papel de "liderazgo" en América Latina. Al mismo tiempo, sostuvo que no buscaría enfrentamientos con nadie y que trataría de recomponer las deterioradas relaciones con países como Venezuela. El problema es que las dos iniciativas son incompatibles.
Nuestra verdadera competencia por un supuesto liderazgo latinoamericano siempre ha sido con Brasil. Ahora, gracias al discurso presidencial en el Foro Económico Mundial de Davos y a las entrevistas otorgadas a dos periódicos españoles, esa contienda girará en torno a la forma en la que cada país juegue sus respectivas cartas diplomáticas frente al creciente activismo del Presidente Hugo Chávez. Por lo pronto, en el Foro de Suiza ya vimos quién está asumiendo el papel del "policía bueno", y quién el del "policía duro".
Al final, la resolución del asunto dependerá de la forma en la que Washington decida encarar el reto que le plantea una Venezuela aliada con Irán, y que gracias a los altos precios del petróleo cuenta con los recursos necesarios para conformar un bloque al que ya se han sumado Cuba, Bolivia, Nicaragua y, quizás, Ecuador.
Ante la falta de liderazgo estadounidense en la región, el país que se anime a confrontar directamente a Venezuela, ya sea solo o buscando formar una "coalición de los dispuestos" a frenar a Chávez, seguramente será acusado de servir a los intereses de la superpotencia continental. La pregunta es si el costo vale la pena.
Para nosotros la interrogante es fundamental, por que estamos a punto de redefinir nuestra relación con Estados Unidos. Va a ser un proceso muy complejo. En apariencia, las agendas de los dos países están tomando rumbos divergentes:
1. El Presidente Calderón quiere "desmigratizar" la relación, justo cuando el tema migratorio al otro lado de la frontera ha tomado una racionalidad político-electoral propia.
2. El gobierno mexicano lanza una campaña de alto riesgo contra el crimen organizado, al mismo tiempo que la "guerra" estadounidense contra las drogas pierde fuerza. Según un artículo del 22 de enero publicado en el diario Los Angeles Times, en los últimos cuatro años, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos han reducido sus esfuerzos para interceptar drogas en tránsito en forma dramática.
3. Ante la inseguridad energética que padece Estados Unidos, entre otras cosas por la radicalización de la postura venezolana, el periódico Wall Street Journal comenta ampliamente en su edición del lunes pasado el "colapso virtual" del mega-yacimiento de Cantarell, lo que afectará la capacidad de negociación que nos da ser el segundo proveedor de crudo para el mercado estadounidense.
Son sólo algunos ejemplos del difícil camino bilateral que tendremos que recorrer durante los próximos dos años, hasta que se conozca al sucesor de George W. Bush y debamos volver a buscar un nuevo entendimiento con nuestros vecinos. Por ello, es momento de calcular con mucho cuidado los costos y beneficios de adoptar posturas radicales en materia de política exterior.
Wednesday, January 31, 2007
Wednesday, January 17, 2007
Dormidos en la última estación
Javier Treviño Cantú
El Norte
17 de enero de 2007
Las acciones iniciales y los esfuerzos de comunicación del Gobierno del Presidente Felipe Calderón parecen haberse orientado hacia un solo objetivo: superar con rapidez y contundencia lo que se podría llamar un "déficit de legitimidad". Sin embargo, su verdadero reto a mediano y largo plazo es otro. Se trata de la capacidad para alcanzar y mantener una gobernabilidad duradera, que permita impulsar el desarrollo sostenible de México, y proyectarlo en el escenario internacional como un actor relevante y respetado.
Como lo declaró el propio Presidente Calderón en su primera conferencia de prensa formal del domingo pasado, "el panorama que se vislumbraba" para su administración al arranque del sexenio era "terriblemente sombrío y desalentador". Aunque no se refirió a las causas que generaron esta percepción, existen por lo menos dos razones que pueden explicarla.
La primera es que si bien su triunfo electoral fue legalmente incuestionable, lo cerrado del resultado y la falta de disposición de uno de los contendientes para reconocer su derrota le exigían reafirmar su autoridad de inmediato. La segunda es que los enormes vacíos de poder causados por la falta de efectividad del Gobierno anterior, junto con la grave pérdida de prestigio que sufrió nuestro país en el escenario internacional, hacían indispensable reafirmar la capacidad de liderazgo que por definición debe caracterizar al titular del Poder Ejecutivo.
En otras ocasiones, esa necesidad de reafirmar una legitimidad cuestionada dio pie al uso de los famosos "chivos expiatorios". Hasta ahora, en cambio, el Presidente Calderón parece haber optado por una fórmula distinta: ha tratado de revestir con un fuerte contenido simbólico todas sus acciones de gobierno y ha emprendido un reducido número de iniciativas, pero que buscan tener un alto impacto mediático.
Esto se manifestó desde el momento mismo en que asumió el poder el 1 de diciembre. La inédita ceremonia, televisada en vivo y en directo desde Los Pinos al filo de la medianoche, tuvo un tono marcadamente castrense. Más tarde, en el Campo Marte se asumió como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Unos días después, refrendó este carácter de su investidura presidencial vistiendo una gorra y una chamarra de corte militar.
Lo hizo en un evento realizado en Michoacán, como parte de su primer gran acto de gobierno: el operativo conjunto entre el Ejército, la PGR y las Secretarías de Gobernación y de Seguridad Pública, para tratar de recuperar uno de los muchos espacios en donde los distintos niveles de gobierno habían dejado de ejercer su poder soberano frente al crimen organizado y la delincuencia común.
La semana pasada volvió a asumir su papel como líder indiscutible del Estado mexicano en un foro distinto: la reunión anual con los embajadores y cónsules de nuestro país.
Lo hizo mandando de nuevo una serie de mensajes simbólicos. Primero que nada, y también de manera inédita, en lugar de que nuestros representantes en el exterior fueran como todos los años a Los Pinos a recibir instrucciones, el Presidente decidió acudir a la nueva sede de la Cancillería para pedirles una lealtad sin ambigüedades al Gobierno que encabeza.
No fue solo. Acudió acompañado de casi todo su gabinete, de varios ex cancilleres, y de los presidentes de la Suprema Corte de Justicia, el Senado y la Cámara de Diputados. También del Jefe de la Oficina de la Presidencia, Juan Camilo Mouriño, quien junto con la Secretaria Patricia Espinosa, fueron los únicos en estar a su lado en el presidium. La señal fue clara: este funcionario jugará un papel importante en el diseño y la conducción de la política exterior.
El discurso del Presidente Calderón ante los embajadores y cónsules no resultó novedoso. En términos generales, básicamente refrendó los planteamientos hechos durante su campaña electoral. Aun así, al tocar la falta de avances en las relaciones con Europa hizo un señalamiento que puede indicar algo muy positivo. De manera totalmente inusitada, solicitó a los representantes de México en el viejo continente "identificar con autenticidad, con claridad en qué hemos fallado precisamente en el esfuerzo de profundizar esta relación".
En la política exterior del sexenio anterior, como en la canción de Álex Ubago, nos vistieron de traje y nos montaron en el tren que, según nos dijeron, llevaba al corazón del mundo. Pero nos quedamos dormidos; llegamos hasta la última estación y allí no había nadie. Nos quedamos solos.
Si la instrucción del Presidente se sigue al pie de la letra, puede ser un paso clave para realizar un diagnóstico de fondo, que permita determinar cuáles fueron los cuellos de botella donde se atoraron las posibilidades de aprovechar los instrumentos de diálogo y cooperación que tenemos con otros países, las diferentes regiones del mundo y los organismos multilaterales a los que pertenecemos, para replantear con visión estratégica nuestra futura actuación.
Contar con diagnósticos sólidos y confiables acerca de la verdadera situación del País es el primer paso para establecer políticas públicas eficaces y de largo alcance en lo interno y en la política exterior. Ésa es parte de la esencia de la gobernabilidad.
El Norte
17 de enero de 2007
Las acciones iniciales y los esfuerzos de comunicación del Gobierno del Presidente Felipe Calderón parecen haberse orientado hacia un solo objetivo: superar con rapidez y contundencia lo que se podría llamar un "déficit de legitimidad". Sin embargo, su verdadero reto a mediano y largo plazo es otro. Se trata de la capacidad para alcanzar y mantener una gobernabilidad duradera, que permita impulsar el desarrollo sostenible de México, y proyectarlo en el escenario internacional como un actor relevante y respetado.
Como lo declaró el propio Presidente Calderón en su primera conferencia de prensa formal del domingo pasado, "el panorama que se vislumbraba" para su administración al arranque del sexenio era "terriblemente sombrío y desalentador". Aunque no se refirió a las causas que generaron esta percepción, existen por lo menos dos razones que pueden explicarla.
La primera es que si bien su triunfo electoral fue legalmente incuestionable, lo cerrado del resultado y la falta de disposición de uno de los contendientes para reconocer su derrota le exigían reafirmar su autoridad de inmediato. La segunda es que los enormes vacíos de poder causados por la falta de efectividad del Gobierno anterior, junto con la grave pérdida de prestigio que sufrió nuestro país en el escenario internacional, hacían indispensable reafirmar la capacidad de liderazgo que por definición debe caracterizar al titular del Poder Ejecutivo.
En otras ocasiones, esa necesidad de reafirmar una legitimidad cuestionada dio pie al uso de los famosos "chivos expiatorios". Hasta ahora, en cambio, el Presidente Calderón parece haber optado por una fórmula distinta: ha tratado de revestir con un fuerte contenido simbólico todas sus acciones de gobierno y ha emprendido un reducido número de iniciativas, pero que buscan tener un alto impacto mediático.
Esto se manifestó desde el momento mismo en que asumió el poder el 1 de diciembre. La inédita ceremonia, televisada en vivo y en directo desde Los Pinos al filo de la medianoche, tuvo un tono marcadamente castrense. Más tarde, en el Campo Marte se asumió como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Unos días después, refrendó este carácter de su investidura presidencial vistiendo una gorra y una chamarra de corte militar.
Lo hizo en un evento realizado en Michoacán, como parte de su primer gran acto de gobierno: el operativo conjunto entre el Ejército, la PGR y las Secretarías de Gobernación y de Seguridad Pública, para tratar de recuperar uno de los muchos espacios en donde los distintos niveles de gobierno habían dejado de ejercer su poder soberano frente al crimen organizado y la delincuencia común.
La semana pasada volvió a asumir su papel como líder indiscutible del Estado mexicano en un foro distinto: la reunión anual con los embajadores y cónsules de nuestro país.
Lo hizo mandando de nuevo una serie de mensajes simbólicos. Primero que nada, y también de manera inédita, en lugar de que nuestros representantes en el exterior fueran como todos los años a Los Pinos a recibir instrucciones, el Presidente decidió acudir a la nueva sede de la Cancillería para pedirles una lealtad sin ambigüedades al Gobierno que encabeza.
No fue solo. Acudió acompañado de casi todo su gabinete, de varios ex cancilleres, y de los presidentes de la Suprema Corte de Justicia, el Senado y la Cámara de Diputados. También del Jefe de la Oficina de la Presidencia, Juan Camilo Mouriño, quien junto con la Secretaria Patricia Espinosa, fueron los únicos en estar a su lado en el presidium. La señal fue clara: este funcionario jugará un papel importante en el diseño y la conducción de la política exterior.
El discurso del Presidente Calderón ante los embajadores y cónsules no resultó novedoso. En términos generales, básicamente refrendó los planteamientos hechos durante su campaña electoral. Aun así, al tocar la falta de avances en las relaciones con Europa hizo un señalamiento que puede indicar algo muy positivo. De manera totalmente inusitada, solicitó a los representantes de México en el viejo continente "identificar con autenticidad, con claridad en qué hemos fallado precisamente en el esfuerzo de profundizar esta relación".
En la política exterior del sexenio anterior, como en la canción de Álex Ubago, nos vistieron de traje y nos montaron en el tren que, según nos dijeron, llevaba al corazón del mundo. Pero nos quedamos dormidos; llegamos hasta la última estación y allí no había nadie. Nos quedamos solos.
Si la instrucción del Presidente se sigue al pie de la letra, puede ser un paso clave para realizar un diagnóstico de fondo, que permita determinar cuáles fueron los cuellos de botella donde se atoraron las posibilidades de aprovechar los instrumentos de diálogo y cooperación que tenemos con otros países, las diferentes regiones del mundo y los organismos multilaterales a los que pertenecemos, para replantear con visión estratégica nuestra futura actuación.
Contar con diagnósticos sólidos y confiables acerca de la verdadera situación del País es el primer paso para establecer políticas públicas eficaces y de largo alcance en lo interno y en la política exterior. Ésa es parte de la esencia de la gobernabilidad.
Wednesday, January 03, 2007
Alianzas diplomáticas
Javier Treviño Cantú
El Norte
3 de enero de 2007
La capacidad de crear valor quizás sea la mejor forma de medir el éxito a largo plazo de las empresas, y también de los gobiernos. Crear valor no significa maximizar ganancias a toda costa ni impulsar políticas públicas para producir resultados "cosméticos". Debe representar un esfuerzo sostenido, que genere beneficios para todos los que comparten un mismo propósito y están dispuestos a contribuir al logro de objetivos comunes.
Por razones evidentes, la forma de definir lo que constituye la creación de valor es distinta para el sector privado y la administración gubernamental. Pero para efectos prácticos, la consultoría Accenture desarrolló una fórmula que puede ser útil. En un estudio del 2003, planteó que un gobierno "crea valor sostenible para sus ciudadanos si produce resultados favorables con una creciente eficiencia en términos de costo-beneficio".
Esto puede servir como base para evaluar los resultados que se ha propuesto el nuevo Gobierno federal en tres áreas prioritarias: recuperar la seguridad, combatir la pobreza y crear empleos. Lograr avances en cada uno de estos terrenos dependerá en buena medida de las políticas públicas que se apliquen, y de la capacidad para coordinar esfuerzos dentro del País. Sin embargo, estos tres objetivos centrales también tienen un componente externo muy importante.
Algunas de las principales amenazas a nuestra seguridad provienen de fuera, en especial de las redes dedicadas al narcotráfico y el crimen organizado trasnacional. Para reducir la pobreza se requiere canalizar recursos de todo tipo a las zonas menos desarrolladas del País. Para crear empleos también se necesita atraer mayores inversiones productivas y ampliar nuestras exportaciones.
En resumidas cuentas, la creación de valor público pasa por nuestra política exterior. El problema es que en los últimos años el papel que debía jugar nuestra Cancillería se desdibujó. Aparte de la inmensa tarea para defender los derechos de los mexicanos que emigran a Estados Unidos, el valor que aporta la Secretaría de Relaciones Exteriores se volvió menos claro.
Por una parte, la falta de coordinación interna que distinguió al anterior Gobierno tuvo como resultado una contraproducente "atomización" de esfuerzos. Todas las Secretarías, muchas dependencias y todos los gobiernos estatales tienen sus propias áreas de asuntos internacionales, y cada una parece conducir sus respectivos asuntos con total independencia de criterios. Esto aumenta los costos y resta eficacia al conjunto de la labor que debe hacerse en las relaciones bilaterales con otros países, así como en los foros y organismos multilaterales a los que pertenecemos.
Por otra parte, la existencia de mecanismos e instrumentos dedicados a cuestiones específicas, como la promoción de nuestras exportaciones, parece haber disminuido las funciones que desempeñan nuestras representaciones diplomáticas. Igualmente, en lugar de contribuir a mejorar la imagen de México, las fricciones internacionales con varias naciones nos restaron estatura y capacidad de interlocución.
Ahora que está por llevarse a cabo la tradicional reunión anual de nuestros embajadores y cónsules, quizás sea el mejor momento para responder tres preguntas fundamentales:
1. ¿Cuál es el valor público que la Secretaría de Relaciones Exteriores, las embajadas y consulados deben producir?
2. ¿Cuáles son los actores que "legitiman" y "autorizan" al Servicio Exterior Mexicano para obtener los recursos presupuestales necesarios y así contar con la capacidad de emprender acciones concretas para crear valor?
3. ¿Cuál es la capacidad operativa de la Secretaría, las embajadas y los consulados, o qué inversiones e innovaciones tienen que desarrollar para generar los resultados deseados?
Las respuestas a estas tres preguntas formarían parte del "triángulo estratégico", diseñado por Mark Moore y un grupo de profesores de la Escuela John F. Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard. No sólo se trata de definir cuál es el valor público que debe generar la Cancillería, sino de convencer a los legisladores y demás servidores públicos para que compartan esa visión, y de construir una capacidad operativa en un entorno de recursos escasos, incertidumbre global y conflicto político interno.
Gran parte de lo que necesitan nuestros embajadores y cónsules no depende de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y aunque no lo pueden controlar directamente, sí lo pueden promover y organizar. En especial, necesitan aliados fuera del sector público, y no hay mejores socios que las empresas mexicanas.
Las relaciones internacionales de México generaron valor económico en 2006. Cifras preliminares indican que nuestro comercio exterior sumó unos 500 mil millones de dólares. La inversión extranjera directa que llegó fue cercana a los 20 mil millones de dólares y las remesas de los mexicanos que viven en el exterior rebasaron esa misma cantidad.
Los diplomáticos mexicanos ahora deben diseñar una estrategia ganadora para trabajar en forma coordinada con las demás dependencias e instancias de Gobierno, establecer alianzas con el sector privado y esforzarse para recuperar el prestigio y la buena imagen de México. Eso no tiene precio.
El Norte
3 de enero de 2007
La capacidad de crear valor quizás sea la mejor forma de medir el éxito a largo plazo de las empresas, y también de los gobiernos. Crear valor no significa maximizar ganancias a toda costa ni impulsar políticas públicas para producir resultados "cosméticos". Debe representar un esfuerzo sostenido, que genere beneficios para todos los que comparten un mismo propósito y están dispuestos a contribuir al logro de objetivos comunes.
Por razones evidentes, la forma de definir lo que constituye la creación de valor es distinta para el sector privado y la administración gubernamental. Pero para efectos prácticos, la consultoría Accenture desarrolló una fórmula que puede ser útil. En un estudio del 2003, planteó que un gobierno "crea valor sostenible para sus ciudadanos si produce resultados favorables con una creciente eficiencia en términos de costo-beneficio".
Esto puede servir como base para evaluar los resultados que se ha propuesto el nuevo Gobierno federal en tres áreas prioritarias: recuperar la seguridad, combatir la pobreza y crear empleos. Lograr avances en cada uno de estos terrenos dependerá en buena medida de las políticas públicas que se apliquen, y de la capacidad para coordinar esfuerzos dentro del País. Sin embargo, estos tres objetivos centrales también tienen un componente externo muy importante.
Algunas de las principales amenazas a nuestra seguridad provienen de fuera, en especial de las redes dedicadas al narcotráfico y el crimen organizado trasnacional. Para reducir la pobreza se requiere canalizar recursos de todo tipo a las zonas menos desarrolladas del País. Para crear empleos también se necesita atraer mayores inversiones productivas y ampliar nuestras exportaciones.
En resumidas cuentas, la creación de valor público pasa por nuestra política exterior. El problema es que en los últimos años el papel que debía jugar nuestra Cancillería se desdibujó. Aparte de la inmensa tarea para defender los derechos de los mexicanos que emigran a Estados Unidos, el valor que aporta la Secretaría de Relaciones Exteriores se volvió menos claro.
Por una parte, la falta de coordinación interna que distinguió al anterior Gobierno tuvo como resultado una contraproducente "atomización" de esfuerzos. Todas las Secretarías, muchas dependencias y todos los gobiernos estatales tienen sus propias áreas de asuntos internacionales, y cada una parece conducir sus respectivos asuntos con total independencia de criterios. Esto aumenta los costos y resta eficacia al conjunto de la labor que debe hacerse en las relaciones bilaterales con otros países, así como en los foros y organismos multilaterales a los que pertenecemos.
Por otra parte, la existencia de mecanismos e instrumentos dedicados a cuestiones específicas, como la promoción de nuestras exportaciones, parece haber disminuido las funciones que desempeñan nuestras representaciones diplomáticas. Igualmente, en lugar de contribuir a mejorar la imagen de México, las fricciones internacionales con varias naciones nos restaron estatura y capacidad de interlocución.
Ahora que está por llevarse a cabo la tradicional reunión anual de nuestros embajadores y cónsules, quizás sea el mejor momento para responder tres preguntas fundamentales:
1. ¿Cuál es el valor público que la Secretaría de Relaciones Exteriores, las embajadas y consulados deben producir?
2. ¿Cuáles son los actores que "legitiman" y "autorizan" al Servicio Exterior Mexicano para obtener los recursos presupuestales necesarios y así contar con la capacidad de emprender acciones concretas para crear valor?
3. ¿Cuál es la capacidad operativa de la Secretaría, las embajadas y los consulados, o qué inversiones e innovaciones tienen que desarrollar para generar los resultados deseados?
Las respuestas a estas tres preguntas formarían parte del "triángulo estratégico", diseñado por Mark Moore y un grupo de profesores de la Escuela John F. Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard. No sólo se trata de definir cuál es el valor público que debe generar la Cancillería, sino de convencer a los legisladores y demás servidores públicos para que compartan esa visión, y de construir una capacidad operativa en un entorno de recursos escasos, incertidumbre global y conflicto político interno.
Gran parte de lo que necesitan nuestros embajadores y cónsules no depende de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y aunque no lo pueden controlar directamente, sí lo pueden promover y organizar. En especial, necesitan aliados fuera del sector público, y no hay mejores socios que las empresas mexicanas.
Las relaciones internacionales de México generaron valor económico en 2006. Cifras preliminares indican que nuestro comercio exterior sumó unos 500 mil millones de dólares. La inversión extranjera directa que llegó fue cercana a los 20 mil millones de dólares y las remesas de los mexicanos que viven en el exterior rebasaron esa misma cantidad.
Los diplomáticos mexicanos ahora deben diseñar una estrategia ganadora para trabajar en forma coordinada con las demás dependencias e instancias de Gobierno, establecer alianzas con el sector privado y esforzarse para recuperar el prestigio y la buena imagen de México. Eso no tiene precio.
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