El centro es vital
Javier Treviño
@javier_trevino
El 1 de diciembre, el presidente de México dijo:
“Nada se logra, y esto aplica en México y en todo el mundo, nada se logra con las medias tintas. Los publicistas del periodo neoliberal —que ya se fue, se está terminando esa pesadilla— los publicistas del periodo neoliberal, además de la risa fingida, el peinado engominado y la falsedad de la imagen, siempre recomiendan a los candidatos y gobernantes correrse al centro, es decir, quedar bien con todos. Pues no; eso es un error. El noble oficio de la política exige autenticidad y definiciones. Ser de izquierda es anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarnos, no zigzaguear. Si somos auténticos, si hablamos con la verdad y nos pronunciamos por los pobres y por la justicia, mantendremos identidad. Y ello puede significar simpatía, no sólo de los de abajo, sino también de la gente lúcida y humana de la clase media y alta, y con eso basta para enfrentar a las fuerzas conservadoras, a los reaccionarios”.
En política, las imágenes importan. Vimos a un presidente de México arengando a los miles de simpatizantes de la 4T en el Zócalo de la ciudad de México. Las imágenes representan un país dividido: o estás en el territorio de la 4T o en el de sus adversarios.
El presidente cerró su discurso con ese llamado a los jóvenes a que se planten en la izquierda. La metáfora del espectro político aparece una vez más. El discurso presupone que sólo hay dos visiones fundamentales del mundo: la izquierda y la derecha. Asume que las preferencias y los temperamentos de las personas se alinearán, de manera clara y evidente, en algún lugar entre ellas.
El discurso olvida que sí hay un centro vital, el punto en donde los ciudadanos tratan ser razonables y analizar el mérito de ambos lados. Me pregunto ¿qué pasaría en México si ese centro deja de existir? ¿La estrategia de la polarización nos quiere llevar ahí? ¿Acaso el centro es ahora tierra de nadie?
Yo creo que debemos revivir en México el centro como un espacio político viable. Muchos anhelamos un México con una esfera política más ordenada y sobria. Imaginamos una política sin conflictos, en la que las personas de buena voluntad coinciden en su mayoría en principios básicos y deliberan con calma sobre todo lo demás. ¿Acaso será muy difícil unir a la gente detrás de un mensaje de pragmatismo, compromiso y límites?
Hace muchos años leí el famoso libro de Arthur M. Schlesinger Jr., escrito en 1949, "The Vital Center: The Politics of Freedom" https://amzn.to/3ltPl16 . Schlesinger era muy claro: la democracia debe defenderse contra el totalitarismo con vigor y determinación, siempre y para siempre. Para él, eso significaba rechazar las tentaciones tanto de la izquierda como de la derecha, donde el comunismo y el fascismo acechaban. En la política, deben prevalecer los valores democráticos esenciales de compromiso, persuasión, consentimiento, tolerancia y diversidad.
Desafortunadamente, el pluralismo carece de la pasión de las ideologías extremas, de los que buscan utopías, miseria social y conflicto de clases. El centro tiene una gran autoridad moral; tiene legitimidad. La moderación audaz del centro hace que muchos mexicanos simpaticen con él. Una gran cantidad de votantes estará esperando allí, ansiosos por ser rescatados de la virología de la izquierda y la derecha.
Los moderados también pueden hablar por las masas. Lo importante es que el gobierno funcione mejor para todos. El compromiso centrista puede parecer de sentido común, pero es más profundo de lo que muchos piensan. La clave es mover las ideas de la periferia al centro. Transformar con eficacia lo impensable en resultados concretos.
¿De dónde salió originalmente esta idea de la izquierda y la derecha en política? El libro de Schlesinger hace un recuento. Los nobles, al entrar en la Asamblea francesa de 1789, ocupaban su tradicional lugar de honor a la derecha de la presidencia. El Tercer Estado se agrupaba desafiante a la izquierda. Así surgió la división. Era primero cuestión de protocolo. Luego se volvió una división emotiva. Ya en el siglo XIX, los parlamentos tendieron a dividirse en derecha, centro e izquierda. En la derecha estaban aquéllos que deseaban preservar el orden existente y en la izquierda los que deseaban cambiarlo.
A mediados del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, la izquierda y la derecha se habían convertido en los términos políticos característicos de ese tiempo, con todo y sus ambigüedades: los fascistas no eran conservadores. No deseaban preservar el orden existente. Planearon transformarlo en un autoritarismo nuevo y absorbente, basado en las energías y frustraciones del industrialismo moderno. Los fascistas eran revolucionarios. Su ideal era totalitario. Los comunistas estaban aferrados a la eventual esperanza de la desaparición del Estado y la liberación del individuo. Se habían comprometido con métodos de terror, violencia y dictadura. Su ideal era un totalitarismo policial.
Como bien lo escribe Schlesinger, el auge del fascismo y el comunismo ilustró vívidamente las falacias de la concepción lineal de derecha e izquierda. En ciertos aspectos básicos --una estructura estatal totalitaria, un partido único, un líder, una policía secreta, el odio a la libertad política, cultural e intelectual--, el fascismo y el comunismo son claramente más parecidos entre sí.
Schlesinger recuerda cómo “los seguidores de Marx se dividieron en dos grupos: los que sostenían que el poder del capitalismo había hecho del terror y la dictadura los instrumentos necesarios del cambio social; y aquellos que, comprometidos con el gradualismo, creían que el cambio social debe lograrse sin destruir las libertades individuales y sin romper todo el tejido social”.
El líder del primer grupo fue Lenin, y la Revolución Rusa le dio al leninismo el prestigio de ser un medio muy eficaz de adquirir un poder indiscutible. El segundo grupo, el socialdemócrata, mostró, a lo largo de los años veinte, tal debilidad e indecisión, incluso cuando estaba respaldado por una mayoría electoral, que muchos izquierdistas perdieron la fe en el gradualismo.
A mediados del siglo XX, el gobierno socialista de Francia luchaba por su vida, con DeGaulle a la derecha y Thorez a la izquierda. Léon Blum, el veterano líder socialista, señaló los peligros gemelos del comunismo y la reacción. “Lo que necesitamos en Francia, gritó, es una Tercera Fuerza, comprometida tanto contra los extremos totalitarios como a favor de programas afirmativos de libertad política y estabilidad económica”.
Parecería que lo que vivimos hoy en México es un fenómeno de ignorancia natural de la derecha y confusión calculada de la izquierda. Hoy ya todos hablan sin cuidado sobre estos términos.
El futuro de México radica en la reactivación del centro, el que cree en las libertades civiles, en los procesos constitucionales y en la determinación democrática de las políticas públicas. El centro es el grupo que mantiene unida a la sociedad. Siempre hay un camino intermedio democrático, que une las esperanzas de libertad y prosperidad económica.
Tal vez por eso los extremos de la izquierda y la derecha quieren destruir ese camino intermedio. Aunque parecería que hay una conspiración contra el centro, debemos asegurarnos de que se mantenga.
Lo que enfrentamos en el inicio de la segunda parte de la 4T se parece a lo que William Butler Yeats escribió, en 1921, en su poema “El segundo advenimiento”:
Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente
no puede ya el halcón oír al halconero;
todo se desmorona; el centro cede;
la anarquía se abate sobre el mundo,
se suelta la marea de la sangre, y por doquier
se anega el ritual de la inocencia;
los mejores no tienen convicción, y los peores
rebosan de febril intensidad.
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