Javier Treviño Cantú
El Norte
21 de julio de 2005
La nueva Alianza que busca impulsar la seguridad y prosperidad de América del Norte tiene sus límites. Por un lado, se ha reaccionado ante la necesidad de reforzar las fronteras de la región frente a la amenaza que representan el terrorismo internacional y el crimen organizado. Por otro, se ha intentado fortalecer la capacidad de los tres países del área para responder al reto económico de países como China y la India. Todo esto nos pone frente a un acuerdo que, por definición, tiene un alcance restringido.
Las alianzas, incluyendo a la ASPAN, representan mecanismos temporales, que buscan responder a una determinada situación coyuntural. Además, este tipo de instrumentos puede generar tensiones por el distinto peso de los compromisos que cada una de las partes debe asumir. Muchas veces uno de los integrantes del acuerdo acaba por cargar con el grueso de las responsabilidades. Sobre todo, históricamente han demostrado ser poco eficaces para conseguir los fines originalmente planteados.
Por ejemplo, muchas de las alianzas públicas y secretas que se establecieron en Europa entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron incapaces de evitar acciones como la invasión de Hitler a Checoslovaquia en 1938, o la que lanzó Alemania contra la propia Rusia en 1941. La Alianza para el Progreso, impulsada por el gobierno del Presidente John F. Kennedy en 1961, buscó contrarrestar los efectos de la revolución cubana y promover un mayor acercamiento entre Estados Unidos y América Latina en el marco de la Guerra Fría. Poco más de diez años después acabaría por ser abandonada, ante la incapacidad de muchos países para llevar a cabo las reformas contempladas y la concentración del gobierno estadounidense en la guerra de Vietnam.
Aunque todavía es muy pronto para evaluar si la ASPAN logrará cumplir sus objetivos, existen otros modelos de integración que podrían considerarse, como los procesos de fusión o adquisición que llevan a cabo las empresas, llamados en inglés "mergers and acquisitions". Si bien un país no puede compararse con una compañía, académicos como Richard Rosecrance, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles y autor del controvertido libro "El Ascenso del Estado Virtual", opinan que se podrían aplicar esquemas similares entre naciones para responder a los desafíos del escenario contemporáneo.
En un artículo publicado recientemente en la revista The National Interest, Rosecrance señala que los procesos de fusión entre países pueden ofrecer las mismas ventajas que le reportan a las compañías. En esencia, los ve como acuerdos que permiten combinar los respectivos liderazgos políticos para generar más valor y proyectar mayor poder e influencia. La fusión no significa que se deba crear un "súper Estado", ya que cada país mantiene su propio gobierno y su propia legislatura. Lo que sí implicaría una fusión entre países es la aceptación de un mismo "código de conducta" -como podría ser el apego a la democracia, la economía de mercado y el respeto a los derechos humanos-, el cual debe ser respaldado por los ciudadanos de los países que participen en el proceso.
Para Rosecrance, las fusiones entre países se basan, entonces, en la integración de ciertas áreas de los respectivos aparatos burocráticos, y en el establecimiento de instrumentos comunes para tomar decisiones conjuntas. El caso que utiliza para ejemplificar las ventajas que ofrece este modelo es, por supuesto, el de la Unión Europea. En su opinión, el avance de este experimento representa "el triunfo sobre lo improbable". Una y otra vez el proyecto se ha visto frenado por objetivos que en principio parecían demasiado ambiciosos, desde la ampliación para incluir países con diversos grados de desarrollo hasta la adopción de una moneda común. Pero, finalmente, se ha logrado alcanzar cada una de las metas.
En este contexto, el rechazo de Francia y otros países a la nueva Constitución europea representaría un nuevo "bache" en el largo camino de la integración. Pero si nos guiamos por las lecciones de su historia reciente, la UE seguramente logrará superar este obstáculo y seguir avanzando en un proceso de fusión que no implica la creación de un "súper país" plena y absolutamente integrado. Los miembros de la Unión seguirán ejerciendo múltiples facultades soberanas y, en especial, también buscarán retener y fortalecer sus rasgos culturales distintivos.
Según el profesor Rosecrance, la respuesta de nuestros vecinos del norte al proceso europeo se ha limitado al establecimiento del TLC de América del Norte, la fallida propuesta para crear un Área de Libre Comercio de las Américas, y el nuevo Acuerdo de Libre Comercio con América Central, que ya fue aprobado por el Senado estadounidense y está por votarse en la Cámara de Representantes. Como señala en su artículo, el TLC con México y Canadá está lejos de representar una fusión entre los tres países, ya que no ha logrado ni resolver los conflictos en materia comercial, ni establecer un acuerdo similar al de Schengen, mediante el que los europeos aprobaron el libre flujo de personas dentro de la UE en 1995.
A Rosecrance la faltó mencionar el nuevo paso que ha dado Estados Unidos con el apoyo de sus dos vecinos: la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte. Ésta representa, en teoría, una etapa cualitativamente diferente en el proceso de integración. En particular, por las medidas que se están contemplando para resguardar a toda la zona de los peligros externos e internos que plantean las organizaciones terroristas y criminales internacionales.
En su forma actual, sin embargo, la ASPAN nunca podrá servir como base para una verdadera fusión entre los tres países norteamericanos, precisamente porque no contempla un acuerdo como el de Schengen. Mientras el tema de la migración laboral no se plantee como un aspecto integral de los esfuerzos para promover la seguridad y competitividad del área, América del Norte únicamente podrá seguir avanzando con base en alianzas o iniciativas similares de tipo coyuntural.
El desequilibrio estructural que representa la migración indocumentada, así como nuestra propia incapacidad para resolver los crecientes retos en materia de seguridad pública y competitividad económica, seguirán provocando tensiones en las relaciones México-Estados Unidos. Ése no es el camino para una fusión mutuamente benéfica y que se base en el respeto a la soberanía de cada país, sino más bien un peligroso sendero que nos podría llevar a lo que se conoce en inglés como un "hostile takeover".