Javier Treviño Cantú
El Norte
16 de agosto de 2006
De nueva cuenta, la situación política por la que atraviesa nuestro país puede ir a contracorriente de una coyuntura global inmejorable para hacer cambios de fondo, que eleven nuestra competitividad y promuevan un crecimiento económico sostenible.
Tanto en el plano interno como a nivel internacional, se han sumado una serie de factores que hoy generan condiciones muy favorables para llevar a cabo, antes de que termine el año, uno de los ajustes estructurales que más se necesitan: la reforma energética.
En México, la situación es de sobra conocida. Por una parte, existe cierta coincidencia en que se requiere algún tipo de reforma por la situación en que se encuentra Pemex: una compañía endeudada al máximo, sin capacidad de invertir en proyectos de exploración a gran escala y sin la tecnología o el conocimiento necesarios para explotar los yacimientos más prometedores, ya sea en las aguas profundas del Golfo de México o en zonas como Chicontepec, al norte de Veracruz y Puebla.
Por otra parte, tres obstáculos dificultan cualquier avance. Uno es la naturaleza histórica del tema, que le permite envolverse en la bandera nacionalista a todo aquel opuesto al cambio. Otro es la falta de claridad sobre qué clase de reforma convendría realizar, ya que todas las iniciativas propuestas durante la actual administración fracasaron. Y, el más grave, es el clima de confrontación política que nos ha dejado la elección presidencial.Lo que no se está considerando, otra vez, es que mientras nosotros seguimos perdiendo el tiempo, la situación global de la industria energética, y en particular la petrolera, está cambiando a marchas forzadas por varias razones. Entre otras, destacan cuatro:
1. La creciente inestabilidad en el Medio Oriente, por las consecuencias de los atentados terroristas del 2001, y en muchos otros países productores considerados como "conflictivos", desde Rusia y Nigeria, hasta Venezuela y Bolivia.
2. El replanteamiento del concepto de "seguridad energética", que antes se limitaba a mantener despejadas las rutas marítimas de abasto y ahora significa algo distinto para cada país. En el caso de nuestros vecinos del norte, como ha señalado el especialista Daniel Yergin, implica dos cosas: compensar cualquier desabasto del Medio Oriente o de países "conflictivos" con otras fuentes -entre las que México ocupa un lugar destacado-, y alcanzar la vieja meta de ser "energéticamente independientes".
3. El agotamiento paulatino de yacimientos de crudo ligero, de alta calidad y fácil acceso. Ahora, las inversiones se están dirigiendo hacia proyectos complejos y, por lo mismo, mucho más costosos, como recuperar el petróleo mezclado con arena y otros materiales en sitios como la provincia de Alberta, en Canadá.
4. El aumento exponencial de la demanda energética en países que están en proceso de crecimiento acelerado, en especial China y la India, junto con un consumo muy elevado e ineficiente por parte de las economías desarrolladas, en especial Estados Unidos.
A su vez, estos factores de cambio han tenido dos efectos. El primero ha sido un aumento sostenido de los precios, los cuales se han triplicado en los últimos cuatro años. A pesar de que esto ha tenido un beneficio inmediato para México, el segundo efecto es potencialmente mucho más importante. Se trata de la gran capacidad de negociación que han ganado las principales compañías petroleras nacionales frente a las firmas privadas multinacionales.
Se considera que un 90 por ciento de las reservas "convencionales" de petróleo que aún no han sido explotadas son controladas por gobiernos o compañías gubernamentales. Muchas sufren viejas dolencias que nosotros conocemos bien: mala planeación, corrupción, regímenes fiscales que las descapitalizan, esquemas de subsidios que les restan recursos y otros padecimientos.
Pero varias de ellas han demostrado tener la capacidad de competir con las mejores del mundo. Según el semanario The Economist, compañías como Petrobras de Brasil o Petronas de Malasia, deben concursar al lado de otras empresas internacionales por contratos en sus propios países, mantener un estricto control sobre sus costos y actualizar constantemente sus métodos de operación.
No debemos olvidar que los grandes cambios estructurales en México casi siempre han estado aparejados a crisis intensas, que han forzado la toma de decisiones en un sentido o en otro. Por ello, la crisis política de hoy podría ser transformada rápidamente en una gran oportunidad. Pero para ello se requiere voluntad, precisión y un sentido de urgencia.
El inicio de sesiones del nuevo Congreso abre una puerta para reorientar la discusión sobre la reforma energética. Parecería impensable, pero es posible. El Presidente electo y su equipo tendrían que asumir el liderazgo para impulsar, junto con el gobierno saliente, una negociación política eficaz que en tres meses pavimente el camino hacia el 1 de diciembre con certeza, confianza y optimismo sobre el futuro de nuestro país.
Los mexicanos nos merecemos una transición presidencial con visión, en donde se mezclen inteligencia, audacia, mucho sentido común y una renovada capacidad ejecutiva. Una reforma de esta magnitud es lo que podría darle energía a la transición.
1 comment:
A un año de distancia es claro: Felipe Calderón desaprovechó la oportunidad de dar un gran golpe político con una gran reforma energética. Ahora ya no puede sacar ni una miscelánea fiscal.
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