Javier Treviño Cantú
El Norte
30 de agosto de 2006
Cuando el proceso electoral está a punto de llegar a su fin, entramos a una nueva etapa del calendario político: tres largos meses de transición. Si en condiciones "normales" el traslape entre las agendas y los intereses de los actores que están por despedirse y los que vienen llegando puede causar problemas, imagínese una transición en un contexto "atípico". Seguramente los riesgos se multiplicarán.
En los años previos a la alternancia política, la transición era vista casi como un mero trámite. Entrantes y salientes eran del mismo partido; se suponía que, por esa razón, se conocían y compartían puntos de vista similares. Lamentablemente, episodios que todavía se discuten, como la naturaleza y los responsables del "error de diciembre" en 1994, muestran que este supuesto tenía límites muy costosos para el país.
En el 2000, el proceso fue tan suave que reforzó la idea de que habíamos pasado por una "transición de terciopelo". El gobierno le dio todas las facilidades al equipo que llegaba para conocer a fondo la estructura de la administración pública federal. La oposición demostró lealtad institucional, lo cual ayudó a que el Congreso aprobara sin mayores dificultades el presupuesto para el siguiente año, mientras que el "blindaje" de la economía evitó que ocurriera otra de las famosas crisis de fin de sexenio.
Además, el llamado "bono democrático" y la coincidencia del relevo presidencial en Estados Unidos generaron un ambiente en el exterior favorable para el entonces Presidente electo. Esto fue clave para alcanzar dos de los principales avances en la relación con los vecinos del norte: primero, suspender el proceso de "certificación" sobre la cooperación en la lucha contra el narcotráfico, y luego darle prioridad al asunto migratorio.
Ahora la situación puede ser diferente. Partiendo del supuesto que el Tribunal Electoral declare la validez de la elección y que Felipe Calderón sea reconocido como Presidente electo, el próximo mandatario va a enfrentar un panorama muy distinto al de hace seis años.
Por una parte, tendrá algunas ventajas. La actual administración es de su mismo partido y varios de los integrantes del gobierno estuvieron en el equipo de campaña, por lo que cabría esperar una buena coordinación en la entrega-recepción de la administración. Igualmente, el impacto de la Ley del Servicio Civil de Carrera se dejará sentir, ya que la mayoría de las dependencias públicas se poblaron de funcionarios aparentemente identificados con el PAN.
En el mismo sentido, la buena conducción macroeconómica permite prever un cierre de sexenio sin sobresaltos financieros, y ahora también existe una partida presupuestal destinada a los gastos de la transición.
Pero, por otra parte, el grupo que tomará las riendas a partir del 1 de diciembre va a enfrentar condiciones inéditas, de una complejidad tal que pondrán a prueba todo su talento político y su capacidad de asegurar la gobernabilidad del país.
Ante todo, tendrá que definir cómo va a actuar frente al movimiento social derivado de la derrota que sufrió en las urnas la Coalición por el Bien de Todos. Aunque el gobierno del Presidente Fox deberá cargar con la responsabilidad durante los próximos meses, el Presidente electo y su equipo deben empezar a tomar el mando.
El reto inicial será la relación con el Congreso, en donde tendrán que trabajar de inmediato con las bancadas de su propio partido para definir las reformas que se impulsarán y buscar acuerdos con los demás grupos parlamentarios. Dejar fuera de las negociaciones al PRD podría ser un grave error, pero convencerlo de que participe constructivamente en la renovación institucional del país puede acabar siendo imposible.
Además, en el plano interno, el equipo de transición del Presidente electo deberá desenvolverse en un escenario convulso, marcado por la crisis de Oaxaca, la violencia que provocan las luchas intestinas del narco, el problema con el sindicato minero y otros pendientes políticos de pronóstico reservado.
Por si fuera poco, se va a encontrar con un gobierno en Estados Unidos con el que puede ser muy difícil negociar. A pesar del presunto compromiso de Calderón con los objetivos y mecanismos de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), no parece que el Presidente Bush estará en condiciones de ofrecerle nada sustantivo a cambio. Inclusive, si los demócratas ganan el control de la Cámara de Representantes en noviembre próximo, la atención hacia México seguramente no pasará de los esfuerzos para tratar de controlar la frontera compartida.
Recuerdo uno de mis cursos en Harvard, cuando el profesor Richard Neustadt nos decía que uno de los riesgos más graves en las transiciones presidenciales aparecía cuando se combinaban tres elementos: novatez, ignorancia y arrogancia. En 1960, Neustadt escribió un memorándum para el Presidente electo Kennedy con 18 puntos a considerar durante la transición. Pero todas las recomendaciones venían después del primer objetivo central: concentrarse en los aspectos que le permitieran demostrar una eficacia de gobierno inmediata. Ante el panorama que estamos viviendo en México, esto es precisamente lo que más esperamos de la próxima administración.
1 comment:
A un año de la elección de Felipe Calderón, ¿cuál es el balance?
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