Javier Treviño Cantú
El Norte
24 de diciembre de 2003
Mientras aquí no podemos ponernos de acuerdo, ni siquiera en lo más elemental, China promueve reformas constitucionales de largo alcance para fomentar una cultura empresarial.
El fin de año llega en medio de una insatisfacción generalizada por la falta de avances. En lugar de aprovechar el tiempo y tomar las decisiones necesarias para concretar las reformas requeridas, México sigue perdiendo terreno.
Mientras aquí no podemos ponernos de acuerdo, ni siquiera en lo más elemental, China promueve reformas constitucionales de largo alcance para fomentar una cultura empresarial y asegurar la protección legal de la propiedad privada, en un salto ideológico que muestra la seriedad y visión de un proyecto económico monumental.
A pesar del mismo discurso que oímos cada Día de la Marina, nuestro país en realidad es un barco a la deriva, sin capitán y sin rumbo. Como pocas veces en la historia reciente de México, nuestro destino parece escapar a nuestro control. No hay capacidad de impulsar políticas públicas que eleven la eficiencia del gobierno e incentiven el desarrollo de las empresas nacionales.
Nuestro crecimiento económico depende casi exclusivamente de lo que ocurra en Estados Unidos. Con el agravante de que las remesas que envían los migrantes se han convertido en una fuente de ingresos crecientemente importante.
Como se publicó en EL NORTE hace unos días ("Vive de remesas 6% de familias mexicanas", nota del día 21 de diciembre), en 2003 el monto puede superar los 14 mil millones de dólares. En dos años, el número de hogares que reciben remesas de Estados Unidos pasó de 1.2 a 1.4 millones: más de 200 mil nuevos hogares dependen ahora de lo que les manden los hijos y parientes que se vieron forzados a buscar en Estados Unidos las oportunidades que no encontraron en su propio país.
Sin esta válvula de auténtica seguridad nacional, la estabilidad del país se vería en peligro. Por ello se explica la insistencia del gobierno mexicano de buscar un acuerdo migratorio integral que, lamentablemente, no parece tener muchas oportunidades de alcanzarse.
El secretario de Seguridad Territorial, Tom Ridge, declaró a principios de este mes en Miami que había que darle "algún tipo de estatus legal" a los entre 8 y 12 millones de "ilegales" que viven en su país. Pero la Casa Blanca sigue sin definir con precisión qué significa esto. En realidad, las propuestas que se discuten actualmente en el Congreso estadounidense no plantean una solución de largo plazo para manejar este componente estructural de la relación bilateral.
Más aún, el 2004 es un año electoral, y el Presidente George W. Bush no parece tener ningún interés en gastar su capital político en un asunto que siempre genera controversia.
Con la elección presidencial en noviembre próximo, hay mucho en juego para nuestro país, y para el resto del mundo. El impacto de este proceso político interno tiene repercusiones globales, y al día de hoy todo parece indicar que el Presidente Bush logrará reelegirse. La captura de Saddam Hussein y las buenas noticias sobre el desempeño económico le han reportado ganancias en las encuestas: 59 por ciento de los estadounidenses aprueban en general la forma en que está conduciendo su gobierno, aunque apenas el 51 por ciento considera que está manejando bien la economía (Washington Post, 23 de diciembre).
Sobre todo, no parece tener ningún rival de cuidado. Howard Dean se está consolidando como el candidato del Partido Demócrata, pero sigue siendo un desconocido para la mayoría de los electores. Su falta de experiencia en materia de política exterior y seguridad nacional lo hacen un contendiente muy vulnerable frente al Presidente Bush.
Sin embargo, aún falta mucho para noviembre y todavía existen dos grandes peligros para el actual mandatario estadounidense: que la situación en Iraq se complique aun más y que la economía siga recuperándose, pero sin generar suficientes empleos.
Es alta la probabilidad de que la captura del dictador iraquí no acabe con los atentados terroristas y los ataques cotidianos en contra de las fuerzas de ocupación de Estados Unidos y de otros países. Con cada soldado muerto, la presión de la opinión pública y el fantasma de Vietnam seguirán creciendo.
Pero el factor que puede ser determinante para los afanes reeleccionistas del actual mandatario estadounidense es el desempeño de la economía. El impacto de la inversión tecnológica de los últimos años está reflejándose en una productividad histórica. Paradójicamente, eso significa que se necesita cada vez menos gente para producir lo mismo, por lo que a finales de 2004 el Presidente Bush puede enfrentarse a muchos electores desempleados y, por lo mismo, descontentos.
En este contexto, para México, el manejo adecuado de la relación con Estados Unidos se vuelve determinante. El gobierno debe poner mucha atención a la forma en que conduce su política exterior. Es una tarea de tiempo completo. Sin embargo, la incapacidad para aprender de los errores, la evidente falta de coordinación del gabinete, la creciente tensión con el Poder Legislativo, las recriminaciones y rencillas entre los diversos actores políticos y el distanciamiento con los sectores productivos del País, no auguran nada bueno.
En lugar de esperar sentados a que la recuperación venga del norte, deberíamos buscarla aquí, trabajando y enfocándonos en alcanzar los acuerdos mínimos para no seguir rezagándonos. De no hacerlo, el 2004 será otro año perdido.
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