Javier Treviño Cantú
El Norte
25 de noviembre de 2004
En el enrarecido ambiente político que se respira en nuestro país, los avances del proyecto para convertir a Monterrey en una Ciudad del Conocimiento son una bocanada de aire fresco. Sin embargo, no debemos perder de vista que esta iniciativa es sólo una de las palancas que debemos utilizar para elevar nuestra competitividad y generar empleos para los millones de jóvenes que se integrarán al mercado laboral en los próximos años.
México, como muchas otras economías "emergentes", enfrenta severas dificultades para competir en dos de los frentes de la globalización: la economía del conocimiento y la economía del salario mínimo. Para tener éxito en el frente de la alta tecnología se requieren instituciones de gobierno y académicas eficaces, capital para promover nuevos negocios, y gente con los conocimientos y las habilidades necesarios para innovar.
El segundo frente se basa en el uso de tecnologías ya existentes para realizar actividades rutinarias al menor costo posible. En nuestro caso, paradójicamente, todavía no podemos aspirar a competir con las potencias tecnológicas y, a la vez, nos hemos vuelto muy caros frente a otros países con mano de obra más barata, recursos naturales y energéticos más accesibles, y gobiernos dispuestos a ofrecer mayores incentivos a las empresas globales.
Como dice Geoffrey Garrett, el director del Centro Burkle de la Universidad de California en Los Angeles, somos parte de la alicaída "clase media global". Por una parte, como no se han concretado las reformas energética y laboral, no se logran reducir los costos de producción o de brindar servicios en México. Como no hay reforma fiscal, no hay suficiente inversión en infraestructura. Como no se ha impulsado una reforma regulatoria a fondo, el que intente abrir un negocio en México tardará en promedio 58 días, más del doble que el promedio de los países pertenecientes a la OCDE.
Por otra parte, tampoco logramos aprovechar las nuevas tecnologías. El semanario inglés The Economist dio a conocer el nuevo índice de la Sociedad de la Información de la firma IDC. En este estudio sobre el uso de computadoras, telecomunicaciones, acceso a internet y otros factores que reflejan la apertura de un país, México ocupó el lugar número 41.
Esto refleja las prioridades del Gobierno federal. En abril de este año se reformó la nueva Ley de Ciencia y Tecnología, con la intención de dedicarle 1 por ciento del PIB a la investigación científica y tecnológica en 2006. Apenas unos días después de publicarse el cambio en el Diario Oficial, el Poder Ejecutivo propuso reducir este gasto de 0.37 a 0.35 por ciento del PIB en su iniciativa de Presupuesto de Egresos para 2005.
Entre muchos otros ajustes -de acuerdo con datos publicados en EL NORTE el pasado 19 de noviembre-, los Diputados de oposición decidieron asignarle mil 500 millones adicionales a la investigación científica, para un total de 28 mil 852 millones de pesos. Ahora, tendremos que esperar para saber si la "impugnación jurídica" del Presupuesto que anunció el Presidente Fox también incluye esta cifra.
En cualquier caso, estamos hablando de una fracción de lo que le dedican otros países a este rubro fundamental. Si se mide la "inversión en conocimiento" -definida por la OCDE como la suma del gasto en investigación científica, educación superior y software- vemos que Suecia le dedica 7.2 por ciento de su PIB, Estados Unidos 6.8 por ciento y Finlandia 6.2 por ciento. En contraste, el porcentaje que le asigna México es menor al 2.5 por ciento.
Sin duda, convertir al conocimiento en el motor de un desarrollo económico sostenible no es una tarea sencilla. La India, por ejemplo, ha tenido un crecimiento espectacular en los servicios relacionados con la tecnología de la información. Pero este sector contribuye apenas con alrededor del 1 por ciento a su PIB y, sobre todo, ocupa en total a menos de un millón de personas.
Por su parte, la Unión Europea no ha logrado registrar los avances esperados para alcanzar el objetivo de convertirse en la "economía del conocimiento más dinámica y competitiva del mundo para el 2010". A pesar de contar desde el año 2000 con la llamada Estrategia de Lisboa, la mayoría de los países miembros no ha sido capaz de poner en práctica las reformas necesarias para crecer más rápido, emplear a un mayor porcentaje de su población y fortalecer su cohesión social.
En muchos sentidos, nuestro país enfrenta el mismo reto de la UE. Tenemos que cambiar para ser más productivos, y reformar nuestras estructuras económicas para generar millones de empleos. De otra manera, no podremos aprovechar el famoso "bono demográfico", gracias al cual veremos incorporarse a la población económicamente activa a más de 30 millones de jóvenes para el 2015.
También compartimos con Europa otro reto clave: generar confianza en que el futuro puede ser mejor. Probablemente ésa es la mayor virtud de la iniciativa para transformar Monterrey en una Ciudad del Conocimiento. Es un proyecto a largo plazo, que exigirá un liderazgo eficaz por parte del Gobierno estatal actual y los que le sigan, sin importar del partido que sean. Para dar frutos, la Ciudad del Conocimiento requerirá la participación activa de las universidades, del sector privado y de toda la sociedad.
La reciente firma del Convenio de Colaboración entre la UANL, la UDEM y el Tec de Monterrey, junto con la instalación del Consejo Interinstitucional, es un primer paso de gran importancia en este sentido que debemos celebrar.
Los ciudadanos tenemos que interesarnos e involucrarnos en este tema. Su éxito es indispensable no sólo para elevar nuestra competitividad, sino para demostrarnos a nosotros mismos que en Nuevo León seguimos siendo capaces de fijarnos y alcanzar grandes metas.
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