Javier Treviño Cantú
El Norte
14 de octubre de 2004
El famoso Consenso de Washington ha sido declarado formalmente muerto muchas veces. Su más reciente epitafio se escribió en el Fórum de Barcelona, donde un grupo de destacados economistas planteó otra Agenda para el Desarrollo. A pesar de que ésta toca puntos importantes, dejó fuera algunos aspectos clave. Aunque faltan tres años para el próximo Fórum, quizás podríamos empezar a trabajar, desde ahora, en el Nuevo Consenso de Monterrey.
El término "Consenso de Washington" fue acuñado por John Williamson en 1989. Era un "decálogo" para impulsar el crecimiento de los países en desarrollo. Sus recomendaciones incluían una estricta disciplina fiscal, liberalizar el comercio, privatizar las empresas públicas y llevar a cabo una amplia desregulación. La intención era buena, pero el recetario acabó por convertirse en una camisa de fuerza.
Varios países -empezando por México- siguieron las indicaciones al pie de la letra, pero sin conseguir los resultados esperados. El crecimiento no fue suficiente, la pobreza no se logró superar y se volvieron a presentar crisis financieras. Por su parte, China y otros países que no siguieron estas reglas -o que lo hicieron de manera limitada- sí dieron un salto económico espectacular. ¿Quién tenía la razón?
En el marco del Fórum de Barcelona, el propio John Williamson, Paul Krugman, Danni Rodrik, Joseph Stiglitz, Ricardo Hausman, Miguel Sebastián -el principal asesor económico del Presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero- y otros 20 prestigiados economistas suscribieron una Agenda para el Desarrollo.
El documento se divide en dos partes. La primera es un diagnóstico, en donde se identifican tanto tendencias positivas -el avance de la democracia y los derechos humanos, la aceleración del crecimiento en países como la India, y el reconocimiento de la importancia fundamental de la estabilidad macroeconómica-, como negativas, incluyendo la recurrencia de severas crisis financieras, los mediocres resultados de las reformas impulsadas hasta la fecha y la persistencia de una profunda desigualdad en muchos países.
La segunda parte de la Agenda plantea siete temas para "definir las prioridades de las reformas" que se deberían promover. El primero parte de la misma idea central del Consenso de Washington: se necesitan instituciones de calidad, capaces de garantizar la aplicación de la ley, mantener regulaciones eficientes y demás aspectos básicos. Sin embargo, el documento de Barcelona da un paso muy importante, al reconocer que no se pueden aplicar modelos únicos para el desarrollo, sin tomar en cuenta las circunstancias específicas de un determinado país.
El segundo tema es la necesidad de mantener políticas fiscales y financieras "prudentes". Esto no equivale a tener presupuestos equilibrados todos los años. Incluso, se recomienda impulsar políticas anticíclicas -lo cual representa una diferencia significativa con el anterior recetario- y considerar el gasto en infraestructura e investigación y desarrollo como inversión, no como gasto corriente.
El tercer tema insiste en que no existe una sola política económica que garantice el crecimiento, pero se alerta sobre el peligro de que esto pueda servir para "disfrazar" políticas en donde todo se valga. De lo que se trata, es de identificar las principales restricciones al crecimiento, y superarlas con las políticas adecuadas para cada país.
El cuarto punto se refiere a la necesidad de que la Ronda de Doha concluya con éxito y asegurar que las futuras negociaciones comerciales multilaterales promuevan el desarrollo económico. El quinto tema reconoce que las instituciones financieras internacionales "no están funcionando bien", por lo que su reforma debe ser una prioridad para todos.
El sexto aspecto tiene que ver con la migración internacional. Los economistas consideran que se necesita "un conjunto de reglas e instituciones internacionales para guiar el movimiento transfronterizo de población, incluyendo a los trabajadores temporales y de servicios". Por último, el séptimo tema hace referencia a la degradación del medio ambiente y a la necesidad de impulsar políticas de desarrollo sostenible a nivel global y nacional.
Es un buen conjunto de ideas, pero esta Agenda presenta dos problemas. Primero, no es una síntesis de propuestas específicas que se puedan aplicar en la mayoría de los países en desarrollo, particularmente en lo que se refiere a las costosas políticas anticíclicas. Considera aspectos urgentes -en especial la reforma de organismos como el FMI y la creación de otros nuevos, para atender fenómenos como la migración internacional-, pero que difícilmente se podrán concretar a corto plazo.
El segundo problema es que deja fuera al menos cuatro asuntos centrales. Uno, la necesidad de replantear integralmente los modelos educativos, para responder a las nuevas condiciones de la economía global. Dos, el desequilibrio en el perfil demográfico global, con un crecimiento muy elevado en los países pobres y una caída pronunciada en los países ricos, en especial Japón y Europa. Tres, la búsqueda de nuevas fuentes de energía que sustituyan al petróleo. Cuatro, el impacto de la biotecnología en la producción de alimentos y otros productos transgénicos.
El próximo Fórum Universal de las Culturas y el Conocimiento se celebrará en Monterrey en 2007. Podemos esperar tres años para realizar hasta entonces otra reunión de renombrados economistas. O podemos empezar a considerar un enfoque diferente, innovador, que nos permita impulsar un Nuevo Consenso de Monterrey sobre lo que en realidad se puede hacer para alcanzar un verdadero desarrollo sostenible.
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