Javier Treviño Cantú
El Norte
21 de noviembre de 1999
Ni usted ni yo necesitamos ser economistas para darnos cuenta de que vivimos una era de profundas transformaciones; que la economía mundial es uno de los campos en donde se dan con mayor velocidad; y que nos afectan a todos.
Por eso debemos estar atentos a los cambios que ocurren en el mundo. Hay que comprenderlos, prever hacia dónde se orientan y anticipar su impacto, para adelantarnos a ellos. Eso es lo que hemos hecho en México. La reforma estructural de la economía, iniciada en los años ochenta, es un ejemplo. Gracias a ella tenemos casi dos décadas de ventaja frente a naciones como China o los países de Europa del Este.
Fenómenos como el acelerado desarrollo científico y tecnológico, o la globalización, requieren respuestas eficaces que nos permitan aprovechar los cambios mundiales.
Para poder hacerlo, el gran reto es consolidar nuestras instituciones. Necesitamos instituciones sólidas y eficaces, que contribuyan a promover nuestro desarrollo económico, político y social. Con mejores instituciones, podremos tener una economía competitiva, capaz de crecer sostenidamente, de crear empleos y generar recursos suficientes para abatir la pobreza. Podremos fortalecer la soberanía. Hacer valer plenamente el Estado de Derecho.
Me gustaría comentar algunos de los cambios que se están dando a nivel mundial. Y lo que estamos haciendo en México para aprovecharlos y prevenir sus riesgos.
Si algo distingue ya al inicio del Siglo 21, es el acelerado avance científico y tecnológico. Su desarrollo vertiginoso ha hecho que algunos especialistas hablen de verdaderas revoluciones en campos como la biología y la información.
La revolución en la biología apenas está comenzando. Pero ya está aquí. Los avances en la biotecnología, genética e ingeniería molecular son tan impresionantes que muy pocos escritores de ciencia ficción los pudieron haber imaginado.
¿Quién iba a pensar hace quince o diez años que podría modificarse la estructura genética de peces como el salmón y la trucha, para que crezcan el doble de su tamaño normal? ¿Que un chile jalapeño pudiera cruzarse con un pimiento morrón, para que no pique tanto?
Estudios recientes sugieren que la degeneración celular y el envejecimiento son procesos que pueden controlarse. Si esto es así, entonces la vida podrá prenderse o apagarse como si fuera una luz.
Hoy ya vivimos la "era de la información". Al derrumbar las barreras del espacio y del tiempo, la televisión vía satélite, las fibras ópticas, la tecnología digital, los teléfonos satelitales e Internet están revolucionando todos los ámbitos de la vida humana.
La economía es una de las áreas en donde hay mayores cambios por los adelantos en la informática y las tecnologías de comunicación digital. Y en donde se acentúa la importancia no sólo de la información, sino del conocimiento.
Hay cuatro aspectos que caracterizan a la economía global en la era de la información.
El primero es la velocidad a la que se modifica el escenario económico.
Hace apenas unos años, se pensaba que el Siglo 21 estaría marcado por la hegemonía de los tigres asiáticos, con Japón a la cabeza. Sin embargo, la crisis en Asia cambió este panorama. En muy pocos meses, los principales analistas, los inversionistas y las grandes compañías comenzaron a voltear hacia Estados Unidos y Europa.
Factores como el avance científico y tecnológico, el incremento de la productividad a casi el doble en comparación con el promedio registrado entre 1975 y 1995, y la creación del euro, hicieron pensar que el próximo siglo sería del Atlántico.
Sin embargo, en los últimos meses el escenario está volviendo a cambiar. Algunos analistas estadounidenses consideran que la caída del dólar y el déficit comercial están provocando dudas sobre el buen desempeño de la economía de su país. A pesar de que sigue creciendo con baja inflación y casi pleno empleo, ha comenzado la incertidumbre sobre su futuro. Y sobre las consecuencias que pudiera tener la desaceleración económica de Estados Unidos en Europa.
Así, en un mundo en que nada puede darse por sentado, en que los escenarios cambian casi a diario, todo puede pasar. Incluso, no puede descartarse un nuevo auge en Asia. Como tampoco puede desecharse la posibilidad de una nueva inestabilidad a nivel global, en caso de que un mercado emergente entrara en crisis.
La segunda característica es el aumento del comercio y de los flujos de capital internacionales.
Como resultado de los procesos de apertura e integración de las economías nacionales, y de los adelantos en las comunicaciones y los transportes, el comercio global se ha incrementado exponencialmente. En 1980, las transacciones comerciales internacionales equivalían a menos del 10 por ciento del PIB mundial. Ahora, el comercio global es tres veces mayor, ya que representa más del 24 por ciento del PIB, unos 6.5 millones de millones de dólares.
De seguir la misma tendencia, se calcula que en el 2005 el comercio ascenderá a 11.4 millones de millones de dólares, lo que equivaldrá al 28 por ciento del PIB mundial. En gran parte, esto se debe a la expansión del libre comercio.
Mientras que en 1990 existían menos de 25 acuerdos en la materia, en 1998 la cifra se multiplicó por cuatro y llegó a más de 90. Paralelamente, también se han incrementado los flujos y la movilidad de los capitales transnacionales. Diariamente, corredores e inversionistas de todo el mundo, conectados a través de cientos de miles de terminales electrónicas, mueven cerca de 150 mil millones de dólares.
La movilidad de los flujos de capital es tal, que puede desestabilizar economías nacionales, e incluso a todo el sistema financiero mundial, en muy poco tiempo y a muy altos costos. Esta es la tercera característica.
Como consecuencia de embates especulativos, naciones como Malasia y Singapur, que hace poco habían sorprendido al mundo por su desarrollo acelerado, ahora están luchando por estabilizar sus economías.
Aunque estos embates afectan a naciones cuyas economías muestran debilidades estructurales, la integración y la interdependencia económica tienen consecuencias negativas para otras regiones, países y personas. Como lo hicieron el efecto "dragón" de Asia, o el "samba" de Brasil.
La cuarta característica es la más grave y la que requiere mayor atención: la creciente disparidad en los niveles de riqueza a nivel mundial. Y en el acceso al conocimiento.
Es indudable que los niveles de riqueza han aumentado. A ello ha contribuido, por ejemplo, el desarrollo científico y tecnológico, que ha incrementado sustancialmente la productividad.
Durante la década de los noventa, los niveles de productividad global han crecido a tasas de 2.1 por ciento, mucho más que el promedio de 1.5 por ciento registrado de 1973 a 1990.
Esto ha contribuido a que la economía mundial haya crecido cerca del 2 por ciento, y a que algunos analistas estimen que en los próximos años se elevará a niveles de 3 por ciento anual o más. Pero este crecimiento no ha beneficiado a las mayorías.
Por el contrario, ha ampliado la brecha en los niveles de ingreso entre la comunidad internacional y al interior de cada país. Así, mientras las 200 personas más ricas del planeta tienen una riqueza superior al millón de millones de dólares, la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares diarios.
En este marco de cambio constante, de turbulencia económica y paradojas, México ha mantenido la estabilidad y ha crecido de manera sostenida los últimos tres años.
En 1998 crecimos 4.8 por ciento, más del doble en comparación con el 1.9 por ciento registrado en conjunto por la economía mundial. Este año, la economía mexicana crecerá más del 3 por ciento, 1 por ciento más que el promedio que registrará la mayoría de los países de la Unión Europea. Y 2 por ciento más que la economía de Japón, en donde el crecimiento será de 1 por ciento.
Esto ha permitido crear más empleos. En los primeros nueve meses de este año se generaron cerca de 650 mil nuevas fuentes de trabajo. Tan sólo en septiembre pasado se crearon casi 150 mil, la cifra más alta para un mes desde febrero de 1998.
Pero lo más importante, es que el crecimiento de la economía de nuestro país ha permitido elevar el gasto social, que este año representa 60 por ciento del gasto total del gobierno.
En particular, los recursos destinados a programas diseñados para combatir la pobreza extrema, como PROGRESA, han crecido 12 por ciento en términos reales.
Estos logros son importantes, en especial en un escenario internacional como el que hemos vivido. Sobre todo, muestran que tenemos bases sólidas para que el proceso electoral del próximo año no afecte a la economía.
El mundo no va a esperar a nadie. Ahora, tenemos que ser responsables y consistentes para consolidar una economía fuerte, sana y en crecimiento. No como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar lo verdaderamente importante: elevar la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos.
Para ello, la tarea más importante que tenemos al inicio del nuevo siglo es fortalecer nuestras instituciones. Debemos consolidar su funcionalidad y eficiencia, condiciones determinantes en el escenario y las condiciones globales que vivimos.
Con instituciones sólidas, tendremos las bases para que en México impere el Estado de Derecho, se acaben la corrupción, la impunidad y la violencia.
Con estas bases, podremos lograr un crecimiento económico sostenido, que beneficie a la gente de todo el país. Mediante la creación de empleos y el logro de mejores condiciones de salud, alimentación y, sobre todo, educación y capacitación. En la "era de la información", la educación y el aprendizaje permanente son la llave maestra para el desarrollo; son la clave para alcanzar la prosperidad y la justicia social.
El autor es Oficial Mayor de la Secretaría de Hacienda y se ha desempeñado como Subsecretario de Relaciones Exteriores.
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