Javier Treviño Cantú
El Norte
11 de noviembre de 2004
El revuelo causado por las declaraciones del Secretario de Energía vino a poner el punto sobre la "i" de la relación bilateral México-Estados Unidos. Apenas a un par de días de que se celebrara la Reunión Binacional, Fernando Elizondo confirmó, aquí en Monterrey, que la seguridad es el hilo conductor de toda la agenda entre los dos países.
Lo hizo no sólo por sus comentarios en relación con una supuesta coordinación entre las Fuerzas Armadas de ambos países para vigilar la zona petrolera mexicana en Campeche. La confirmación provino, más que nada, de la caótica respuesta del gobierno mexicano. Toda la atención se puso sobre el tema que más importancia tiene para nuestros vecinos, sin que se lograran aclarar los términos reales de la cooperación en este terreno clave.
La seguridad es la prioridad número uno del gobierno estadounidense. Es un tema "transversal", que toca todos los puntos de la agenda bilateral. Migración, lucha contra el narcotráfico, comercio, turismo, recursos fronterizos compartidos, cooperación energética y demás asuntos son vistos por nuestros vecinos a través de este complicado prisma.
El pasado 2 de noviembre, George W. Bush no sólo ganó de manera contundente la elección: obtuvo el respaldo inequívoco de la mayoría de los estadounidenses para seguir adelante con una agenda bien definida. A nivel interno, sus principales objetivos se concentran en tres áreas.
Primero, reducir aún más la participación del gobierno en la economía, privatizando parcialmente los servicios de seguridad social y salud pública. Segundo, impulsar el crecimiento, asegurando la permanencia de los recortes impositivos y buscando nuevas reformas fiscales. Tercero, reafirmar una cultura conservadora -basada en valores como la oposición al aborto y a los matrimonios entre personas del mismo sexo-, promoviendo la nominación de jueces que compartan su visión a la Corte Suprema de Justicia.
Es una agenda muy ambiciosa. Pero la verdadera prueba vendrá del exterior. Como señaló hace poco Henry Kissinger, durante los próximos cuatro años George W. Bush tendrá que enfrentar el escenario global más complejo de toda la historia. El lugar que finalmente ocupe en la historia y su legado político dependerán, sobre todo, de lo que ocurra en Iraq, del resultado final de la guerra contra el terrorismo, y de su capacidad para mantener la estabilidad de un mundo cada vez más peligroso.
Las elecciones en Iraq están programadas para llevarse a cabo a principios del año próximo. Si las cosas siguen como hasta ahora -y no hay razones para pensar que puedan cambiar radicalmente en un par de meses-, será prácticamente imposible que logren celebrarse de tal forma que produzcan un gobierno verdaderamente legítimo y competente. EU tendrá que decidir si mantiene en Iraq una presencia militar prolongada, o si buscará una "salida con honor" de las arenas movedizas en las que se metió.
Mientras más tarde en hacerlo, mayor será el costo por el impacto en el segundo asunto que ocupará la atención prioritaria del mandatario estadounidense: la lucha contra Al-Qaeda. Según Michael Scheuer -el analista de la CIA censurado por publicar en julio pasado el libro "Imperial Hubris"-, el gobierno estadounidense "no respeta la amenaza" planteada por Al-Qaeda. En su opinión, la mayoría de los funcionarios la considera una organización meramente "terrorista", que puede ser derrotada mediante el asesinato o el arresto de sus líderes y cuadros.
De acuerdo con Scheuer, el problema está en que Al-Qaeda es mucho más que eso. Es una organización "insurgente", de dimensiones aún desconocidas. Capaz de apoyar a otros movimientos y organizaciones que comparten los mismos objetivos, y de inspirar a los extremistas islámicos en todo el mundo para que sigan luchando contra Estados Unidos.
La lista de los demás asuntos que ya reclaman la atención del mandatario estadounidense es tan urgente como extensa. Afganistán y la contención de Corea del Norte e Irán. La proliferación de armas de destrucción masiva. La situación en Medio Oriente, incluyendo las implicaciones de la muerte de Yasser Arafat para el conflicto israelí-palestino. La recomposición de la relación trasatlántica con la "vieja" Europa. El fortalecimiento de alianzas coyunturales con países que van desde Polonia hasta Paquistán. La búsqueda de nuevos equilibrios en las relaciones con China y Rusia. Crisis humanitarias como la de Darfur en el Sudán. La propagación del sida en África y Asia. La situación en Cuba, Venezuela y Colombia. La rivalidad con Brasil en torno al Área de Libre Comercio de las Américas y, además, cualquier cantidad de asuntos imprevisibles.
En este contexto, las posibilidades de que EU le dedique una atención prioritaria a México son francamente reducidas. El Embajador Tony Garza y el aún Secretario de Estado, Colin Powell, insistieron esta semana en la importancia que tiene México para su país. Es cierto. Pero esa importancia deriva, ante todo, del impacto que tenemos en su seguridad.
Mientras México no logre entender la importancia fundamental y absolutamente prioritaria que tiene la seguridad en la agenda de EU -y parece que no hemos querido entenderlo-, será muy difícil que logremos avanzar en los temas que son prioritarios para nosotros. Empezando por una reforma a la legislación migratoria de los propios estadounidenses.
O diseñamos lo antes posible una nueva estrategia, que articule todos los asuntos de interés nacional en torno al tema central de la seguridad, o volveremos a perder la oportunidad de encontrar soluciones duraderas a los retos que compartimos ambos países.
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