Javier Treviño Cantú
El Norte
9 de diciembre de 2004
Hace casi 25 años, durante la entrevista para ingresar a la licenciatura en Relaciones Internacionales en El Colegio de México, una profesora me preguntó qué cambios propondría para hacer más eficiente a la Organización de las Naciones Unidas. El inicio de mi respuesta fue muy sencillo. Le dije que era una buena pregunta, y que habría que pensarlo muy bien.
Dos décadas después, la nueva realidad de un mundo militarmente unipolar -y globalizado en todo lo demás- finalmente le imprimió un sentido de urgencia a la necesidad de reformar el organismo multilateral. En particular, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos -basada en el uso "preventivo" de su poderío militar- y su aplicación en la guerra contra Iraq sin la autorización previa del Consejo de Seguridad detonaron la búsqueda del cambio.
Como señaló el semanario inglés The Economist, ante el riesgo de que la ONU acabara por volverse completamente irrelevante, el Secretario General, Kofi Annan, convocó en septiembre de 2003 a un Grupo de Alto Nivel para que evaluara las amenazas, los desafíos y los cambios necesarios para renovar la organización. El panel fue presidido por Anand Panyarachun, ex Primer Ministro de Tailandia.
Entre otras personalidades, contó con la participación de Gro Harlem Brundtland, la ex Primera Ministro de Noruega y ex Directora de la Organización Mundial de la Salud; Enrique Iglesias, el presidente del BID; el egipcio Amre Moussa, quien encabezara la Liga de Estados Árabes; Sadako Ogata, ex Comisionada de la propia ONU para la Atención de los Refugiados; Qian Qichen, ex Canciller chino; y Brent Scowcroft, quien fuera Asesor de Seguridad Nacional del primer Presidente George Bush.
El resultado de casi un año de trabajo es el reporte "Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos" -www.un.org/secureworld/-, que incluye 101 recomendaciones para promover una mayor seguridad colectiva en un mundo cada vez más complejo. Es un documento valioso. Hace una crítica constructiva de los obstáculos para que la ONU cumpla con su misión, identifica nuevas amenazas que están conectadas entre sí, y plantea propuestas concretas para hacerles frente en mejores condiciones.
Ofrece una definición del terrorismo, como base para impulsar una mayor cooperación en este terreno. No considera cambios al Artículo 51 de la Carta, sobre la legítima defensa y el uso de la fuerza, pero señala cinco condiciones en las que un Estado podría ser autorizado para usarla en forma "preventiva". El reporte también plantea diversos cambios a las estructuras de la ONU.
La atención y la tensión se han concentrado en este punto, ya que se consideran dos opciones serias para reformar el corazón del organismo, el Consejo de Seguridad. Actualmente, está formado por cinco miembros permanentes con derecho a vetar cualquier resolución -Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia- y diez miembros no permanentes, electos para periodos de dos años.
La primera alternativa propuesta sería incorporar otros seis miembros permanentes, pero sin derecho a veto, y tres más no permanentes, para un total de 24 países. Hasta ahora, los candidatos que han logrado colocarse como punteros para la primera categoría son Alemania, Brasil, India, Japón, Egipto y Nigeria o Sudáfrica. La segunda opción consistiría en crear un nuevo escalafón de ocho países semi-permanentes, para periodos de cuatro años con opción a reelegirse, y un miembro adicional para los no permanentes actuales.
Por supuesto, los jaloneos no se han hecho esperar. En Europa, Italia propone que la Unión Europea tenga un solo asiento, lo cual, lógicamente, es rechazado por Francia y Gran Bretaña. En Asia, China se opone a la candidatura de Japón, mientras que Paquistán y la India han trasladado su vieja rivalidad a este terreno. En África, Nigeria, el país más poblado del Continente, está en una cerrada lucha por el asiento con Sudáfrica, que tiene mejores credenciales democráticas. En América Latina, México ha insistido en que buscará ser parte del nuevo esquema, mientras que Argentina no se resigna a que su poderoso vecino -Brasil- se convierta en el representante de la región.
Esta discusión no debe frenar la aplicación de las demás iniciativas consideradas en el Reporte. A principios del año próximo, Kofi Annan resumirá los 10 puntos centrales en los que los países miembros deberán enfocarse. En septiembre, antes de que se celebre la reunión anual de la Asamblea General, se llevará a cabo una nueva Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, en donde se verá si existe la voluntad de adoptar medidas concretas para darle un impulso renovado a la organización.
El momento, sin embargo, no parece ser el más propicio para emprender una reforma profunda. Estados Unidos no parece interesado en fortalecer a la ONU. Apenas hace unos días, su Embajador ante el organismo renunció de manera sorpresiva. Sin la participación activa de la única superpotencia global, ningún cambio de fondo podrá tener éxito. Además, Kofi Annan está bajo una gran presión, por el escándalo en torno al programa de "petróleo por alimentos" que operaba en el Iraq de Saddam Hussein, y en el cual se ha visto involucrado su hijo Kojo. Incluso, un congresista estadounidense ha pedido su renuncia.
Para México, la reforma de la ONU debería ser una prioridad de política exterior. Nuestro país necesita una Organización de las Naciones Unidas sólida y eficaz, que contribuya a equilibrar las enormes disparidades de poder que caracterizan al entorno global actual.
Pero no debemos hacernos demasiadas ilusiones. El gobierno del Presidente Fox ha propuesto al Canciller Luis Ernesto Derbez para dirigir a la OEA. Todavía no es claro si esta candidatura se concretará, pero, en todo caso, Derbez anunció aquí, en EL NORTE, que lo que en verdad le interesa es la política interna de México. Esperemos que nuestro país, junto con el resto de la comunidad internacional, no desperdicie esta magnífica oportunidad de inyectarle nueva vida a la ONU.
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