Javier Treviño Cantú
El Norte
23 de agosto de 1999
En el proceso electoral del 2000 se cifran las esperanzas de millones de mexicanos. Sin embargo, aún están por definirse propuestas concretas para superar los viejos y nuevos retos que enfrenta México, incluyendo uno determinante para nuestro país: la relación con los Estados Unidos.
Quien resulte electo Presidente de la República deberá promover una nueva relación con Estados Unidos, con base en el respeto irrestricto a la soberanía nacional, el diálogo y una cooperación equitativa. La coyuntura de la sucesión presidencial en ambos países ofrece la oportunidad de replantear el enfoque de la agenda y los términos de la cooperación para afrontar constructivamente los retos internos, bilaterales, regionales y globales.
Esto es indispensable, ya que, en el marco de un sistema internacional que cambia aceleradamente, Estados Unidos está redefiniendo su interés nacional y, con ello, su política exterior (Joseph Nye, "Redefining the National Interest", Foreign Affairs). En un mundo sin la amenaza militar de las dimensiones que le planteaba la Unión Soviética, Estados Unidos está considerando tres objetivos centrales para garantizar su seguridad y predominio: mantener cierto orden en el mundo; combatir amenazas de carácter transnacional; e influir en gobiernos, organismos y sociedades para que se apeguen a sus intereses y valores.
Ante la proliferación de conflictos internos en los Estados, que constituyen una de las principales amenazas a la seguridad internacional y que, gracias al "efecto CNN", tienen un alto impacto en la opinión pública, Estados Unidos está respondiendo con un "nuevo intervencionismo" (Michael Glennon, "The New Interventionism", Foreign Affairs). Tal política parece estar por definirse en la "Doctrina Clinton", e incluye tres condiciones: Estados Unidos intervendrá en donde considere que su interés nacional esté en juego, mientras cuente con el apoyo de sus aliados y si la acción militar es determinante para resolver la situación (Wall Street Journal, 6/ago/99).
En cuanto a las amenazas de carácter transnacional, además de la proliferación de armas de destrucción masiva y el terrorismo, entre las principales se considera al narcotráfico, el crimen organizado, las corrientes migratorias, la escasez de recursos energéticos y el deterioro del medio ambiente (Defense Intelligence Agency, "Global Threats and Challenges: The Decades Ahead", 28/may/99).
El objetivo manifiesto de utilizar todos los instrumentos a su disposición (militares, diplomáticos, económicos y su soft power cultural) para influir en las acciones de otros Estados y actores no gubernamentales se ha convertido en la base de su estrategia de seguridad nacional (National Security Council, "A National Security Strategy for A New Century"). Su voluntad y capacidad de lograr este objetivo son indiscutibles.
Estos lineamientos guían una política exterior aparentemente basada en la premisa de que el sistema internacional es unipolar, de que Estados Unidos es una superpotencia hegemónica, que es un país "indispensable", en palabras de su secretaria de Estado.
Esto, necesariamente, se refleja en la relación con México. Por ejemplo, respecto a su primer objetivo de seguridad mediante la aplicación de sus capacidades militares, han estado circulando análisis poco serios, como una propuesta planteada al Colegio Militar del Ejército de Estados Unidos sobre la integración formal entre las fuerzas armadas de Estados Unidos, México y Canadá para preservar la estabilidad de nuestro país y asegurar la viabilidad del TLC ("A New United States Strategy for Mexico", reporte del teniente-coronel Joseph Nunez al U.S. Army War College, jul/99).
Desafortunadamente, algunos de los académicos más respetados que se dedican al estudio de nuestro país también están contribuyendo al enrarecimiento de la discusión. Aunque parezca descabellado, se considera que Estados Unidos tendría que intervenir militarmente si se diera un caos tal que afectara sus intereses económicos, atentara contra las vidas de los miles de estadounidenses que viven aquí y provocara una migración masiva; en suma, si estallara una "guerra civil" (Steven David, "Saving America from the Coming Civil Wars", Foreign Affairs). Se tiene la percepción de que México "se tambalea" y que la elección del próximo año pondrá a prueba los avances político-electorales y económicos; que existe la posibilidad de una violencia generalizada (M. Delal Baer, "Mexico's Coming Backlash", Foreign Affairs).
En cuanto a las amenazas transnacionales, el narcotráfico ha dominado la agenda bilateral en los últimos años. La incapacidad de la DEA y demás agencias para reducir el consumo y la oferta de drogas ilícitas en Estados Unidos, a pesar de los 143 mil 500 millones de dólares gastados durante la década de los noventa, de su tecnología para monitorear todo tipo de comunicaciones en cualquier parte del mundo y de los miles de agentes y efectivos militares dedicados a combatirlo (General Accounting Office, "DEA's Strategies and Operations in the 1990s"), presagia un recrudecimiento de las presiones, ataques y filtraciones que caracterizan al establishment antinarcóticos estadounidense.
Los demás asuntos transnacionales que preocupan a Estados Unidos también están siendo aprovechados por diversos actores gubernamentales, políticos y del sector privado para promover sus agendas e intereses, como lo refleja un reporte de la Contraloría del Congreso estadounidense sobre los problemas en la frontera, o la fallida acusación de dumping contra Pemex por parte del "Comité para Salvar el Petróleo Doméstico".
En relación con el tercer objetivo, considerando que, en última instancia, gran parte de la agenda de Estados Unidos y los retos internos de México coinciden, es evidente el afán para que la transición sea acorde con las tendencias y consensos que prevalecen entre las democracias de mercado institucionalmente consolidadas.
Lo anterior muestra la urgencia de que los aspirantes a la Presidencia de la República definan ya propuestas concretas para orientar la agenda bilateral y establecer mecanismos de diálogo y cooperación eficaces. Hay que hacerlo ahora, cuando el carácter totalmente novedoso del proceso electoral en nuestro país está generando una mayor atención por parte de los medios y los especialistas de Estados Unidos.
En la era de la información y en un mundo caracterizado por la multiplicidad de actores transnacionales de todo tipo, la legitimidad es determinante para garantizar la credibilidad. Por ello, los partidos políticos y los candidatos deben tener como principio hacer del proceso electoral la base para que México fortalezca sus instituciones. Sólo en la medida en que la democracia se profundice, en que la economía crezca para darle empleo y oportunidades a la mayoría de los mexicanos y en que impere el Estado de Derecho, México se proyectará como un país soberano, capaz de darle respuesta a las necesidades de su gente y dispuesto a cooperar con el resto de la comunidad de naciones, incluyendo a Estados Unidos, para aprovechar el cambio.
El autor es oficial mayor de la Secretaría de Hacienda y se ha desempeñado como subsecretario de Relaciones Exteriores.
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