Saturday, May 28, 2005

Maremoto global

Javier Treviño Cantú
El Norte
6 de enero de 2005

El tsunami provocado por el terremoto de 9 grados en la escala de Richter, en las costas de Indonesia, es uno de los peores desastres naturales en la historia de nuestro planeta. Y, aunque parezca algo muy lejano, debe ser una lección para México.

La ONU considera que el número de muertos puede superar los 200 mil, pero la cifra final quizá nunca se sabrá. Otros desastres han cobrado más víctimas mortales. El terremoto de 1976 en Tangshan, China, causó la muerte de más de 600 mil personas. Sin embargo, este tsunami sí puede considerarse como el de mayor alcance global. Afectó a 11 países en la cuenca del Océano Índico, alcanzando incluso la costa oriental de África. A diferencia de otras ocasiones, cuando el desastre ocurre en un lugar específico, ahora las tareas de apoyo internacional son el esfuerzo logísitico más complejo del que tengamos memoria.

El impacto del maremoto se sintió no sólo en esta zona, sino en todo el mundo. Fallecieron también cientos de turistas de casi 40 países, incluyendo a México. Lamentablemente, se confirmaron la muerte de un pequeño de nacionalidad mexicana en Sri Lanka y la de otro compatriota en Tailandia, mientras que hasta el día de ayer otros dos mexicanos aún no habían podido ser ubicados en ese mismo país.

La dimensión global del tsunami también se ha reflejado en los nuevos medios de comunicación. La noticia comenzó a difundirse rápidamente mediante servicios de texto enviados desde teléfonos celulares. En la red, testigos narraron antes que nadie la forma en la que el tsunami había ocurrido. Decenas de miles de personas en todo el mundo han hecho un número sin precedente de donativos a través de internet.

Muchas empresas multinacionales y fundaciones, como la que encabezan Bill Gates y su esposa Melinda, anunciaron casi inmediatamente que harían millonarias donaciones. Otras compañías globales, con operaciones en la región, habilitaron sus instalaciones como centros de acopio y ofrecieron apoyo para localizar a gente desaparecida. En cambio, la mayoría de los gobiernos reaccionó con su característica lentitud.

El Presidente de Estados Unidos, de vacaciones en su rancho de Texas, tardó tres días en dar un mensaje por televisión. Inicialmente ofreció una ayuda de apenas 15 millones de dólares. Ante las críticas, la cifra primero se elevó a 35, y luego a 350 millones. Buscando despejar dudas, Bush comisionó a su papá y a Bill Clinton para encabezar un esfuerzo de recaudación en todo el mundo. También envió a la zona del desastre al aún Secretario de Estado Colin Powell y a su hermano Jeb, el gobernador de Florida que el año pasado tuvo que enfrentar cuatro huracanes consecutivos.

El nuevo Presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, ha sido duramente cuestionado. Banda Aceh, el lugar más afectado por el tsunami, está en una zona donde el gobierno libra una lucha desde hace años contra un movimiento separatista. Esto dificultó inicialmente el acceso al lugar de las organizaciones no gubernamentales, pero se logró establecer una tregua que ha permitido que el apoyo llegue a donde más se necesita.

Aquí, en México, como ya es costumbre cada fin de año, todo el Gobierno federal parece haber estado de vacaciones. En la Cancillería no había nadie que atendiera con la rapidez necesaria a los familiares de los mexicanos que se encontraban en la región. Por su parte, la Secretaría de Gobernación tardó toda una semana en anunciar el inicio de una campaña nacional a favor de los afectados por el maremoto.

La crítica principal que se le hace a los gobiernos de la región es que no alertaron a tiempo a las poblaciones costeras. A diferencia del Pacífico, en donde existe un mecanismo de detección de tsunamis desde mediados del siglo pasado, la zona del Océano Índico no cuenta con un sistema similar. Sismólogos tailandeses admitieron haber identificado el terremoto, pero no dieron la alarma -dicen- porque temieron causar pánico.

Pero no todo son malas noticias. En cada crisis existe una oportunidad, y los países de la cuenca del Índico han anunciado el establecimiento de un sistema de alerta temprana. En Indonesia, y también en Sri Lanka, los gobiernos y los grupos armados separatistas han decretado un alto al fuego, que podría derivar en futuras negociaciones de paz. Parecen existir condiciones para impulsar una cooperación más estrecha entre todos los países de la región. Algo que, hasta ahora, ha sido prácticamente imposible de lograr.

La ayuda internacional ha sido generosa. El país que más recursos ha ofrecido hasta ahora es Australia, con un total de 810 millones de dólares. Le siguen Alemania, con 674 millones y Japón, con 500. En total, los donativos rebasan ya los 3 mil millones de dólares. Aun así, el esfuerzo de reconstrucción podría llevarse más de una década.

Hoy jueves, en Jakarta, la capital de Indonesia, se lleva a cabo una reunión de países donantes con el objetivo de asegurar que se cuente con los recursos necesarios para esta tarea de largo plazo. Además, se buscará limar asperezas entre los países que participan en las acciones para socorrer a los damnificados, como las que han vuelto a aflorar entre EU y Francia.

Dentro de dos semanas se llevará a cabo la Cumbre Mundial para la Reducción de Desastres. La sede es Kobe, Japón, donde el terremoto de 1995 causó la muerte de 40 mil personas. Es imposible evitar que ocurran este tipo de fenómenos naturales, pero lo que sí se puede hacer es impulsar una cultura de prevención para que no vuelvan a suceder tragedias humanas como la que ha marcado el inicio de este 2005.

El año pasado, en México tuvimos la suerte de que los huracanes en el Caribe y el Pacífico no impactaran directamente nuestras costas. Tampoco sufrimos terremotos de grandes proporciones, como el de 1985. Sin embargo, éstos y otros riesgos similares siguen latentes. La tragedia que vive Asia es una lección que no podemos pasar por alto.

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