Javier Treviño Cantú
El Norte
28 de octubre de 2004
Entrando a la recta final, nadie sabe quién será el vencedor. Los dos contendientes han hecho todo lo posible para adelantarse a su rival, pero ninguno logró sacar una ventaja definitiva. Como en las grandes carreras, el que gane lo hará por una nariz. O tal vez habrá otro final de fotografía, y el triunfador tendrá que volver a ser decidido por los jueces.
A cinco días de la elección presidencial en Estados Unidos, prácticamente existen las mismas posibilidades de que gane el Presidente George W. Bush, o de que el Senador John Kerry sea el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Después de la Convención Demócrata, Kerry logró ponerse a la cabeza en las encuestas. Pero en lugar de apretar el paso, se fue a practicar "wind surfing" a la costa atlántica.
Viniendo de atrás, el Presidente Bush aprovechó la Convención Republicana en Nueva York y retomó la delantera. Para muchos, su ventaja parecía definitiva. Nada más faltaban los debates por televisión. El resultado fue inesperado. Kerry logró emparejar la carrera con una resonante victoria en el primer encuentro. Ante una audiencia que superó las 62 millones de personas, Kerry logró transmitir una imagen "presidencial". En control de la situación, por primera vez sus planteamientos fueron breves y concisos.
En cambio, el Presidente Bush mandó todas las señales equivocadas. Se vio inseguro, repetitivo, enojado y a la defensiva. Incluso, sus operadores no lograron despejar del todo las dudas sobre el supuesto "apuntador" que parecía traer en su espalda, bajo el saco. El segundo y tercer debate fueron más equilibrados, pero el daño para el actual mandatario ya estaba hecho.
La televisión volvió a demostrar su gran poder. Las propuestas de los dos candidatos fueron igual de imprecisas. La diferencia estuvo en la imagen que proyectaron. Los sondeos de opinión volvieron a emparejarse. Desde el 13 de octubre -cuando se llevó a cabo el último debate-, la encuesta diaria del periódico Washington Post se ha mantenido prácticamente empatada. Tanto Bush como Kerry tienen, alternativamente, entre el 48 y 50 por ciento de las preferencias.
Aun así, existen varios factores que podrían inclinar la balanza en favor de uno de los dos contrincantes. Ralph Nader, el otro candidato, no supera el 1 por ciento de las preferencias electorales. Pero podría restarle votos a Kerry en nueve estados clave, incluyendo Florida.
Los electores indecisos podrían sumar entre 5 y 6 por ciento del total. En la mayoría de las encuestas, la diferencia entre Bush y Kerry es menor al margen de error, de entre 3 y 4 puntos porcentuales. Así, finalmente los indecisos podrían acabar decidiendo quién será el próximo Presidente de Estados Unidos.
Otro factor crucial será la capacidad de los partidos para lograr que la gente vaya a votar el próximo martes. Los dos han invertido mucho tiempo, dinero y esfuerzo para asegurar que sus bases acudan a las urnas. Se calcula que las organizaciones sociales que los apoyan, como Cámaras de Comercio y otras parecidas, han dedicado al menos unos 350 millones de dólares a realizar campañas de promoción del voto.
Por último, habrá que ver el impacto de la dura batalla cultural que se libró por el corazón y las mentes de los estadounidenses. El documental "Fahrenheit 9/11" recaudó más en las taquillas de los cines que muchas películas de Hollywood. Cantantes como Bruce Springsteen hicieron campaña a favor del Senador Kerry, mientras que Mel Gibson y otras estrellas del espectáculo apoyaron al Presidente Bush.
En esta lucha, la influencia de los medios puede ser decisiva. Algunos de los principales periódicos, como el Chicago Tribune y el Rocky Mountain News de Denver, se han pronunciado por el actual Presidente. El New York Times, el Washington Post, el Boston Globe y la revista The New Yorker lo han hecho a favor de Kerry.
Además, el camino todavía está lleno de obstáculos. A pesar de la limitada reforma electoral que se llevó a cabo en 2002 -la llamada "Help America Vote Act"-, existen las condiciones para que se repita una controversia como la de la elección presidencial del 2000. La carrera es tan cerrada que se puede volver a presentar una situación en donde un candidato gane el voto popular, pero no los votos suficientes para obtener el triunfo en el Colegio Electoral.
Las autoridades a nivel de los condados son las responsables de la organización electoral, y en ocasiones los funcionarios de casilla adoptan posturas claramente partidistas. Mucha gente puede verse impedida de votar por diversas causas. No existe un padrón electoral, ni una credencial de elector a nivel nacional. La mayoría de los estados no tienen reglas consistentes para llevar a cabo el recuento de los votos. Se usarán cinco distintos tipos de boletas y máquinas electorales, incluyendo las nuevas que parecen "cajeros automáticos", y que ya han generado muchas dudas y quejas. Un auténtico caos.
Los dos partidos esperan controversias legales de todo tipo. Han reclutado un ejército de abogados para cubrir todos los distritos en donde anticipan problemas, y están listos para desplazar equipos legales a donde haga falta. Nadie quiere que la Corte Suprema vuelva a determinar quién es el ganador. Pero una nueva caída del sistema podría hacer que por fin se decidieran a modernizar su arcaico aparato electoral.
A un paso de la meta, los estadounidenses tienen dos opciones. Pueden respaldar la nueva dirección en la que el Presidente Bush ha llevado a su país desde el 11 de septiembre de 2001. O pueden cambiar de líder "a mitad del río", apostando a que el Senador Kerry ponga en práctica nuevas estrategias para ganar la triple guerra que enfrentan: contra los insurgentes en Iraq, contra Al Qaeda en el resto del mundo, y contra la pérdida de empleos y competitividad en casa.
En el mejor de los casos, el próximo martes sabremos qué decidieron. En el peor, habrá que esperar hasta que los jueces declaren de nuevo quién fue el vencedor. Si en el siglo pasado las elecciones se ganaban por tres cuerpos, ahora se pierden por una nariz.
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