Javier Treviño Cantú
El Norte
19 de agosto de 2004
Las Olimpiadas son un espectáculo inigualable. El ideal de ir más rápido, de llegar más lejos y de ser más fuerte es lo que ha impulsado el desarrollo de la civilización humana desde antes de que los juegos tuvieran su origen en Grecia hace casi 3 mil años.
A finales del siglo antepasado, el Barón Pierre de Coubertin les dio un nuevo sentido. Con un enfoque humanista y pedagógico, la lucha por ser el primero ya no sería a muerte, sino simplemente para ganar una medalla. Sin embargo, como diría el escritor inglés George Orwell, "el deporte es una guerra sin armas", y las competencias siguen siendo muy importantes para todas las naciones que participan en ellas.
Me refiero a naciones y no países, porque el Comité Olímpico Internacional (COI) también reconoce organizaciones que representan a territorios independientes, agrupaciones de países -o "commonwealths"-, protectorados y áreas geográficas específicas. Por ejemplo, hace unos días vimos a Puerto Rico, un Estado Libre Asociado a los Estados Unidos de América, derrotar en basquetbol al poderoso "dream team" estadounidense.
En total, el número actual de Comités Olímpicos Nacionales representados en el COI suma 202, más que los países miembros de las Naciones Unidas. De éstos, la gran mayoría participa convencida de que lo importante es competir. Sólo para un puñado de representaciones lo único que vale es ganar. Son aquellas que, juegos tras juegos, quedan en los primeros lugares: Estados Unidos, la Federación Rusa -la antigua Unión Soviética y "Equipo Unificado" en los juegos de Barcelona 92-, la República Democrática (léase comunista) Alemana hasta Seúl 88 y luego sencillamente Alemania desde 1990.
Los países sede también han hecho grandes esfuerzos para elevar su nivel competitivo. En 1968, México tuvo su actuación más destacada en toda la historia, al ocupar el lugar número 15 de la tabla general. En Barcelona 92, España alcanzó el sexto lugar, mientras que Corea del Sur y Australia quedaron en el cuarto sitio en Seúl 88 y Sydney 2000, respectivamente. Con la mira puesta en los próximos juegos de Beijing 2008, China ocupó el tercer puesto en las competencias celebradas hace cuatro años en Australia, y en Atenas, hasta el día de ayer se mantenía en el primer lugar en medallas de oro ganadas.
Lo que está en juego es lo que el profesor de Harvard Joe Nye llama el "poder suave" de un país: el prestigio, la imagen y el respeto que genera una nación ganadora. Por ello, aquellos países que buscan alcanzar un lugar más destacado en el escenario internacional, como China, promueven políticas públicas en materia deportiva a largo plazo. Otro caso sería el de la propia Grecia, que ha gastado una auténtica fortuna para contar con un equipo olímpico competitivo y tener las instalaciones y la infraestructura urbana listas a tiempo.
Además, Grecia se está jugando mucho más que recursos financieros. Tuvo que blindar Atenas como caja fuerte, ya que ésta es la primera Olimpiada que se celebra después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, y del ataque en Madrid del pasado mes de marzo. Los encuentros deportivos internacionales se han vuelto blancos apetitosos para el terrorismo, aunque la relación entre seguridad, política internacional y las Olimpiadas tiene una larga historia.
En 1936, Hitler aprovechó los Juegos de Berlín para demostrar el poderío de la Alemania nazi y promover la propaganda de la supuesta superioridad de la raza aria. El único detalle fue que un hombre de piel negra, Jesse Owens, demostró ser el más rápido al ganar cuatro medallas de oro, en los 100 y 200 metros planos, el salto de longitud y los relevos 4 x 100.
En 1968, la Olimpiada en nuestro país se vio empañada por la represión contra los estudiantes del 2 de octubre y por la invasión soviética a Checoslovaquia dos meses antes. Entre otras imágenes memorables, los Juegos de la Ciudad de México se recordarían por el saludo con el puño enguantado y en alto de los corredores Tommie Smith y John Carlos, quienes de esa forma protestaron durante la ceremonia de premiación por las violaciones a los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.
Los Juegos de Munich 72 fueron trágicamente marcados por la matanza de 11 atletas israelíes a manos de terroristas palestinos. La invasión soviética a Afganistán provocó que Estados Unidos boicoteara los Juegos de Moscú 80, y en respuesta la ex URSS no asistió a la cita en Los Ángeles 84. Doce años después, la competencia en Atlanta 96 se cimbraría por la bomba que mató a un espectador e hirió a 100 más.
Ahora, en Atenas vemos los estadios semivacíos, quizás en parte por el temor a un nuevo atentado terrorista. Como su propio nombre lo indica, el terrorismo es un instrumento que busca infundir miedo en la gente y paralizarla. Pero la humanidad no puede rendirse. No está en nuestra naturaleza. En un mundo cada vez más globalizado, con fronteras porosas y economías abiertas al comercio y los flujos de ideas y manifestaciones culturales, debemos encontrar un equilibrio entre seguridad y libertad.
Por lo pronto, los mejores atletas del mundo están reunidos en Atenas, representando a sus naciones y haciendo su máximo esfuerzo por alcanzar el triunfo. Como hemos visto en estos días de competencia, para tener éxito en las Olimpiadas se tiene que trabajar mucho y con visión de largo plazo. La materia prima es el recurso clave de cualquier país: sus niños y jóvenes. La pregunta es si México tendrá que buscar de nuevo la sede para empezar a desarrollar atletas capaces de competir con los mejores del mundo.
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