Javier Treviño Cantú
El Norte
12 de mayo de 2005
La nostalgia puede ser una mala consejera. Cuando se idealiza el pasado, las fallas y las antiguas limitaciones son olvidadas. En su lugar, únicamente queda el recuerdo de los "grandes logros", de los "avances incuestionables" y del "prestigio ganado". Ante el olvido colectivo, pensar el futuro como un regreso al pasado se puede volver un espejismo tan real como inalcanzable.
En muchos sentidos, eso parece ser lo que está ocurriendo hoy en Rusia. El lunes pasado, las imágenes del desfile conmemorativo por el 60 aniversario de la victoria sobre la Alemania de Hitler fueron impactantes. Filas y filas de soldados rusos marchando con uniformes de la época. Millones de sus compatriotas viéndolos en la Plaza Roja, o por televisión, añorando la época en la que derrotaron al odiado enemigo histórico.
Por su parte, los mandatarios de los antiguos países aliados que fueron invitados al festejo no logran ponerse de acuerdo aún en la mejor forma de tratar a este país en transición. El Presidente de Estados Unidos felicitó a su amigo, el Presidente Vladimir Putin, y acto seguido viajó a la República de Georgia para mandarle el mensaje inequívoco de que Rusia debe respetar la soberanía de los países que pertenecieron a la hoy extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Los países de la "vieja Europa", como los llamó el Secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, quieren un mayor acercamiento con el gigante euro-asiático. Alemania depende en gran medida de los recursos energéticos rusos. Francia parece tener la intención de fortalecer su relación como un medio para equilibrar el peso primordial de Estados Unidos en el tablero global.
China también necesita el petróleo y gas rusos, así como una cooperación militar que le permita mantener operativos los equipos y sistemas que compraron a su vecino durante largas décadas. Pero la vieja rivalidad ideológica entre los dos ahora se está trasladando al terreno igualmente duro de la competencia económica.
Sin embargo, todos coinciden en algo: Rusia sigue siendo una nación clave en el juego de la geopolítica mundial. Su gran dimensión territorial y los extraordinarios recursos naturales con los que cuenta la hacen una fuente indispensable de materias primas para el resto del mundo. Su larga experiencia en la industria militar la convierte en una fuente alternativa muy valiosa para los países que requieran equipo bélico y que no lo pueden obtener de Estados Unidos, o de la Unión Europea.
Sobre todo, su amplio arsenal nuclear hace que el resto del mundo deba tomar a Rusia muy en serio. Nadie sabe la cantidad exacta de material nuclear que ha sido robado, contrabandeado, o simplemente extraviado desde la caída de la ex URSS. Pero de acuerdo con cifras del National Intelligence Council de Estados Unidos, las fuerzas armadas rusas pueden lanzar desde sus silos, submarinos y bombarderos unas cuatro mil cabezas nucleares en cualquier momento.
Este hecho le da un significativo peso específico a Rusia en el escenario internacional, y el Presidente Putin lo ha aprovechado para frenar e incluso revertir las reformas tendientes a transformar a su país en una democracia moderna, con una economía de mercado funcional, que se base en la aplicación eficaz de la ley.
Desde que llegó al poder en el 2000, Putin ha buscado mostrarse frente al mundo como un demócrata. Sin embargo, después de los caóticos años de gobierno bajo Boris Yeltsin, se ha ido imponiendo un nuevo orden político con medidas de corte autoritario. Ha suprimido las elecciones para gobernador en las 89 unidades administrativas que componen la Federación Rusa, y Putin los designa directamente. Ha ejercido una fuerte presión sobre la prensa crítica, y ha marginado a la oposición. Como antes, de nuevo todo el poder está prácticamente concentrado en el Kremlin.
La nostalgia por el pasado se hizo evidente el mes pasado. Durante su "informe" anual, Vladimir Putin señaló que la disolución de la Unión Soviética había sido "la mayor catástrofe geopolítica del Siglo 20", y que esto había provocado una "epidemia de desintegraciones". En pocas palabras, lo que el Presidente ruso manifestó en su discurso fue que Rusia está comprometida con la democracia, pero a su manera. Seguirá promoviéndola, pero no a costa de la estabilidad de su país.
En el mismo discurso, Putin buscó calmar las preocupaciones de los inversionistas. Desde la crisis financiera y la devaluación de 1998, Rusia ha logrado recuperarse y crecer a tasas relativamente elevadas. El año pasado, el PIB ruso se incrementó a una tasa de 7.1 por ciento y, según algunos cálculos, entre 1998 y 2004 se ha elevado 48 por ciento. El problema es que su economía está petrolizada y gasificada. Según estimaciones del Banco Mundial, el sector petrolero y de gas natural podría aportar más del 25 por ciento del PIB, y las materias primas representan más de dos terceras partes de las exportaciones rusas totales.
En este contexto, el agresivo proceso legal en contra de la compañía petrolera Yukos ha puesto en entredicho la efectividad de los derechos de propiedad en Rusia y ha generado la percepción de que la ley se aplica en forma discrecional y con criterios políticos. Hace poco, una nota del Wall Street Journal comentaba que, en una encuesta de la asociación nacional rusa de pequeños negocios "Opora", los empresarios rusos dijeron tenerle más temor a los funcionarios y policía que a los criminales. Menos de 1 por ciento expresó confianza en la capacidad de defender con éxito sus intereses en los tribunales, frente a las acciones injustificadas de las autoridades.
Rusia es un espejo al que debemos asomarnos, para ver lo que puede pasar cuando se asume un compromiso a medias con la democracia, la economía de mercado y el estado de derecho. Nosotros también enfrentamos un sistema de procuración de justicia politizado, una transición a la democracia incompleta, y un clima de profunda inseguridad pública y legal que inhiben la inversión productiva. Sin duda, hay que voltear hacia el pasado. Pero no para volver a una mítica era dorada, sino para no cometer los mismos errores, y sentar bases más firmes que nos permitan alcanzar un mejor futuro.
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