Javier Treviño Cantú
El Norte
10 de junio de 2004
El problema de fondo, desde el inicio de este gobierno, parece ser la falta de una visión verdaderamente estratégica. Se requiere partir de diagnósticos confiables y formular objetivos bien definidos, de largo alcance. Hace falta una cultura de la administración pública novedosa
El domingo pasado vimos en la primera plana de EL NORTE al nuevo Secretario de Energía, el ex Gobernador del Estado Fernando Elizondo, festejando con una taquiza en la sede del PAN en Monterrey. Elizondo les dijo a los panistas: "debemos todos ser factor de unidad, y la receta es siempre pensar en lo que es mejor para nuestro Estado, lo que es mejor para nuestro País. Si actuamos así, ganamos aunque no ganemos".
Elizondo tiene razón. Sin embargo, ahora es miembro de un gabinete que, a pesar de sus buenas intenciones, no ha logrado producir los resultados que se esperaban. Al inicio de la administración se generaron muchas expectativas de que el nuevo equipo haría las cosas de manera diferente. Se suponía que los lazos y la experiencia de muchos de ellos en el sector privado les permitirían no sólo hacer un uso más eficiente de los recursos a su disposición, sino que podrían ir más allá y crear valor público.
Sin embargo, un informe de las Secretarías de Hacienda y de la Función Pública que se presentó al Congreso la semana pasada indica que la "cultura gerencial" del actual gobierno mexicano no ha logrado tener mucho éxito. Se trata del "Diagnóstico de la Administración Pública Federal Centralizada con el objeto de implementar una reingeniería de puestos, funciones y compensaciones dentro del marco del servicio profesional de carrera".
De acuerdo con las pocas notas de prensa que dieron cuenta del hecho, el diagnóstico señala que muchos de los funcionarios actuales siguen percibiendo a las estructuras de la administración pública federal como fines en sí mismas, y no como medios para alcanzar resultados. Las dependencias no definen de la manera más adecuada sus objetivos. La sinergia entre las distintas áreas de la administración federal es inexistente. La mayoría de los servidores públicos no sabe de qué se trata la "cultura gerencial" que se ha intentado poner en práctica.
Las consecuencias están a la vista. Por ejemplo, esta semana, el INEGI dio a conocer los resultados más recientes del Sistema de Cuentas Económicas y Ecológicas. Resulta que, en 2002, el costo del agotamiento y la degradación de nuestros recursos naturales fue superior a los 623 mil millones de pesos, un 10 por ciento del PIB de ese año. Varios estudios han calculado el costo anual de la corrupción en un nivel que supera el 9 por ciento del PIB. ¿Cuál será el de la inseguridad, o el de la falta de un Estado de Derecho que garantice la protección de los derechos de propiedad? ¿Cuánto nos cuesta que los contratos no puedan hacerse valer y que los litigios tarden años en resolverse?
Aunque un poco tarde -considerando que hay quienes dicen que el sexenio ya terminó-, este diagnóstico puede ser una buena noticia. Sobre todo porque la capacidad de crear valor público es cada vez menor. Ya sea en términos de leyes más justas y aplicables, de reformas a las estructuras institucionales, de reglamentos más sencillos y eficaces o de la prestación de cualquier servicio público, durante los últimos años, el valor generado por el Gobierno ha sido mínimo.
La pregunta es si el diagnóstico de Hacienda y la Secretaría de la Función Pública permitirá un replanteamiento a fondo de la estructura burocrática, o si se trata de otra iniciativa -como aquellas famosas "supercoordinaciones" que nacieron y murieron a principios del sexenio-, que al final resulta contraproducente.
El problema de fondo, desde el inicio de este gobierno, parece ser la falta de una visión verdaderamente estratégica. Se requiere partir de diagnósticos confiables y formular objetivos bien definidos, de largo alcance. Hace falta una cultura de la administración pública novedosa, enfocada no sólo en hacer lo mínimo necesario para mantener el barco a flote, sino en generar valor para la gran mayoría de los mexicanos.
Hace ya varios años, un grupo de profesores de Harvard, encabezados por Mark H. Moore, desarrolló un concepto simple, pero poderoso, que podría ayudar a que la administración pública se enfoque en crear valor. Lo llamaron el "triángulo estratégico". El primer vértice tiene qué ver con la definición explícita del valor público que cada área del Gobierno puede crear. Se trata no sólo de cumplir con las responsabilidades específicas de cada oficina, sino también de promover políticas públicas innovadoras con un valor agregado.
El segundo aspecto de este "triángulo" tiene qué ver con la legitimidad política y las fuentes que servirían para apoyar administrativa y presupuestalmente tales iniciativas. Y el tercer vértice se refiere a la capacidad interna, a la organización de los recursos necesarios para sacar adelante las propuestas. Esta visión implica superar el papel "tecnocrático" de los administradores públicos para transformarlos en verdaderos estrategas, dedicados a buscar oportunidades que les permitan utilizar las organizaciones a su cargo para crear valor público.
A principios del 2001, cuando ingresé al sector privado, después de 14 años en el sector público, un amigo que vive en Nueva York me dijo: "Por fin abandonaste el lugar en donde se destruye valor y vas a empezar a crearlo". Yo no estaba seguro de que mi amigo tuviera razón. Ahora tengo más elementos para juzgarlo. Con visión estratégica, sí se podría crear valor en el sector público... aunque por ahora no lo podamos ver.
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