Javier Treviño Cantú
El Norte
29 de abril de 2004
A fines de marzo estuve en una cena con Thomas Friedman, uno de los mejores editorialistas del periódico The New York Times. Comentó que lamentaba lo que le ocurre a los mexicanos: "Están escuchando, en estéreo, un gigantesco sonido de succión de empleos y mercados, de China por un oído y de India por el otro. Lo peor es que México parece estar paralizado, sin capacidad de diseñar una respuesta estratégica coherente".
En su columna del jueves pasado, Friedman señalaba que Estados Unidos está librando una guerra no sólo contra el terrorismo internacional, sino también otra, en contra de India, China, Japón y sus vecinos, en términos de competitividad e innovación. Se refería a un tema que se ha convertido en la preocupación central de muchos estadounidenses: el "offshore outsourcing".
Esto se podría traducir como la subcontratación de procesos de negocio o servicios, por parte de compañías de todo tamaño, en países donde los costos de operación son menores y los gobiernos ofrecen diversos incentivos para que las empresas se instalen en su territorio.
Gracias al avance de la tecnología y a la caída en los precios de las telecomunicaciones, la lista de actividades que se están subcontratando crece todos los días. Entre otras funciones, por ejemplo, están los centros de llamadas, que permiten atender las quejas o comentarios de millones de consumidores, por una fracción del costo que tendría hacerlo en Estados Unidos. Lo mismo ocurre con procesos más complejos, como la preparación de declaraciones de impuestos, que requieren la capacidad para trabajar en ambientes virtuales mediante programas de software colaborativos.
De la misma forma, cada vez más empresas multinacionales están llevando sus labores de investigación y desarrollo a países en donde existen las condiciones para mantener estándares de la más alta calidad, a un costo mucho más bajo.
En el camino están surgiendo industrias completamente nuevas, como el "turismo médico". Por el mismo precio, en lugar de someterse a una cirugía del corazón que cuesta 30 mil dólares en Estados Unidos, un creciente número de personas está viajando a diversos países de Asia para que les hagan la misma operación por 4 mil dólares, y luego se recuperan en alguno de los centros turísticos que ofrecen estos países. Tan sólo el año pasado, más de 600 mil pacientes de naciones avanzadas -y costos médicos igualmente avanzados- fueron atendidos en Malasia, Singapur y Tailandia.
En el marco de la contienda electoral por la Presidencia de Estados Unidos, el tema -por supuesto- se ha politizado. Hace poco, Greg Mankiw, el presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Bush, declaró que esta tendencia era buena para la economía estadounidense. Las críticas no se hicieron esperar. El candidato demócrata John Kerry acusó a su oponente de no defender los empleos de sus compatriotas, y está proponiendo un nuevo impuesto para las empresas que subcontraten operaciones en otros países.
Esto muestra que nadie queda exento de los efectos de una globalización que sigue avanzando, y que genera ganadores y perdedores. Los empleos en el sector servicios que pierden los contadores, programadores, administradores y doctores estadounidenses los están ganando sus pares en los países a los que se refería Thomas Friedman.
De acuerdo con un nuevo índice de la prestigiada firma de consultoría A.T. Kearney, el país más atractivo para las empresas interesadas en subcontratar algún proceso de negocio o servicio es la India. Le siguen China, Malasia, la República Checa, Singapur, Filipinas, Brasil, Canadá y Chile.
¿Y México? Bueno, pues resulta que nuestro país cayó hasta el lugar 14 en el nuevo índice, después de estar empatado con Canadá en el segundo sitio en 2002.
Lo que hace atractivos a estos países son tres factores. El primero y más importante es una fuerza de trabajo bien preparada, con los conocimientos y las habilidades necesarias para participar en esta "nueva" economía global, incluyendo dominio del inglés y del uso de sistemas de computación. En segundo lugar, un ambiente de negocios propicio, en donde exista seguridad para las inversiones y la propiedad intelectual, así como la infraestructura adecuada. Y, por último, condiciones financieras competitivas por el nivel de los costos fiscales, de mano de obra, energía, transporte y demás.
Lamentablemente, salvo contadas excepciones, en ninguno de estos tres aspectos se están tomando decisiones en México que nos permitan aprovechar las oportunidades que ofrecen tendencias como el "outsourcing". De entrada, la enseñanza del inglés no parece ser considerada como una necesidad urgente. En cambio, como comentaba Andrés Oppenheimer el lunes pasado en EL NORTE, países como Malasia, Singapur y Tailandia sí le están dando prioridad a este tema, con clases intensivas desde primero de primaria, mientras que China y Corea del Sur lo hacen a partir de tercero de primaria.
El periodo ordinario de sesiones de la Cámara de Diputados acaba mañana, y no se concretó una sola iniciativa para que la economía mexicana avance. La inseguridad, la corrupción y los elevados costos de la energía, del transporte y del acceso a herramientas como internet -en Estados Unidos, la suscripción a algún proveedor de internet de alta velocidad cuesta 15 dólares al mes, mientras que aquí varía entre 35 y 50 dólares, o más-, siguen frenando nuestra capacidad de crecer al ritmo que exige la misma globalización en la que estamos inmersos.
En lugar de ir hasta un lejano país de Asia, ¿cuántos estadounidenses y canadienses podrían recibir atención médica de calidad en México, y luego recuperarse en alguno de los destinos turísticos de nuestro país? ¿No podemos atender las llamadas de los millones de consumidores hispanos en Estados Unidos y Canadá? ¿Y el desarrollo de software en español?
Thomas Friedman tenía razón: no estamos siendo capaces de diseñar una respuesta estratégica coherente a los retos de la globalización.
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