Javier Treviño Cantú
El Norte
27 de mayo de 2004
Todo cambio requiere ideas claras, dirección, liderazgo. Quizá la diferencia más notoria entre la Unión Europea y América Latina es el sentido de propósito y la definición de objetivos precisos y alcanzables. Nuestro Embajador en Bruselas ha puesto el dedo en la llaga, al señalar hace unos días que México cumplió con su responsabilidad internacional al organizar la Cumbre que inicia mañana en Guadalajara, pero que llega "sin un proyecto nacional propio".
La reciente ampliación de la Unión Europea a 25 miembros empezó a desarrollarse hace diez años. En este tiempo, los países de Europa Central han tenido que llevar a cabo reformas a fondo, en prácticamente todos los ámbitos, para poder ingresar al club. De acuerdo con los "criterios de Copenhague", los países que quieran formar parte de la Unión Europea deben ser democracias estables; que garanticen la aplicación de la ley y el respeto de los derechos humanos; que funcionen como economías de mercado; que sean capaces de asumir las obligaciones de los Estados miembros; y, por supuesto, que sean europeos.
Salvo por el último requisito, los nuevos miembros han realizado avances impresionantes en todos los demás terrenos en un plazo muy corto. Si bien su gran esfuerzo ya fue recompensado con la membresía en la Unión, también es un hecho que la transformación ha generado graves tensiones económicas y políticas.
Paradójicamente, la severidad de los cambios que se han tenido que impulsar en estos países para formar parte de la UE está generando un sentimiento "antieuropeo" en muchos de ellos. Pero ello no se convierte en una barrera infranqueable, sino en un reto para aquel liderazgo que sabe lo que debe hacerse por la nación desde el Estado.
Uno de los casos más claros es Polonia, en donde el populismo se está afianzando como una opción de gobierno tan real como peligrosa. Según algunas encuestas, el partido Samoobrona, que podría traducirse como "Autogestión", se está consolidando como la segunda fuerza electoral del país. Hace poco, el diario El País publicó un artículo ("El populismo irrumpe en Polonia", 7-04-2004) en donde se describían algunas de las características de su líder, Andrzej Lepper.
De acuerdo con la nota del periódico español, Lepper "se ha convertido en la esperanza de los desesperados, el caudillo capaz de representar a los excluidos o perjudicados por el salto de Polonia a la modernidad que representa la entrada a la UE. Lepper se convirtió en líder de las protestas campesinas contra la política liberal encarnada en Leszek Balzerowickz, (quien) es la 'bestia negra' de Lepper y lo fustiga en todas sus intervenciones como si se tratase de la encarnación del mal. Lepper adquirió notoriedad con violentos bloqueos de carreteras... ahora el caudillo populista ha adquirido cierto refinamiento y ha aprendido a moverse con soltura ante los medios de comunicación". Cualquier parecido con uno de nuestros precandidatos a la Presidencia, cuyas iniciales son AMLO, no es una mera coincidencia, sino parte de un mismo perfil que busca explotar el descontento popular por los costos que implican los ajustes estructurales necesarios para competir en el marco de la economía global.
Pero no sólo en Polonia hace aire. Aunque la República Checa se está mostrando como un país competitivo y preparado para atraer inversión extranjera mediante la subcontratación de procesos de negocio y servicios, el Presidente Vaclav Klaus ha manifestado públicamente su preocupación por la pérdida de soberanía nacional que implica su entrada a la UE. En Eslovaquia, las protestas por los recortes en el sistema de seguridad social se han vuelto cada vez más agresivas, y en Hungría, el gobierno enfrenta presiones similares.
Sin embargo, Europa se mueve. A pesar de los obstáculos y de las diferencias sobre cuestiones fundamentales, el proyecto de integración sigue avanzando. La siguiente expansión está programada para 2007, cuando se espera que Bulgaria y Rumania estén listos para unirse. Además, está por definirse la situación de Turquía; y desde 2001 se firmaron los llamados Acuerdos de Estabilización y Asociación con Croacia y Macedonia.
Ahora, la UE está enfocada en definir la nueva Constitución y en hacer realidad su objetivo de convertirse en la economía, basada en el conocimiento, más competitiva del mundo para la próxima década. El pasado 26 de marzo, el Consejo Europeo formó un "grupo de alto nivel" para identificar las medidas que permitan llevar a la práctica los objetivos planteados en la Cumbre de Lisboa. De hecho, el problema no es la falta de un buen plan, sino que los Estados miembros no se han decidido a emprender las nuevas reformas estructurales que se requieren en terrenos políticamente espinosos, como la liberación de los mercados laborales.
Los objetivos definidos en Lisboa son otra muestra de la capacidad de la UE para formular ideas claras, fijarse metas ambiciosas y tener un sentido de dirección. La conformación del grupo de alto nivel es la prueba de que, cuando las cosas se complican, las grandes iniciativas no se abandonan a la primera. Ahí entra en juego el liderazgo. Recientemente, el diario Financial Times señaló que uno de los principales problemas es que, además de las metas centrales, se ha planteado una gran cantidad de asuntos colaterales, como las medidas para promover una mayor cohesión social. Por ello, el objetivo principal del nuevo grupo será establecer prioridades entre los distintos objetivos para alcanzar primero el más importante: crecer de manera sostenida y con base en el conocimiento.
La Cumbre que mañana inicia puede tener resultados más trascendentes que las anécdotas y declaraciones. América Latina y el Caribe tenemos mucho qué aprender y aprovechar de la experiencia europea. Lo más relevante, quizá, sea que necesitamos impulsar cambios constantes para responder a las nuevas condiciones de la economía globalizada. No se trata de que en Guadalajara nos den otra tanda de "recetas" para salir del pantano en el que se encuentra la mayoría de las economías latinoamericanas, pero sí de reconocer y de valorar la importancia que tiene saber hacia dónde se quiere ir, y cómo llegar.
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