Javier Treviño Cantú
El Norte
8 de julio de 2004
Asumir una responsabilidad siempre tiene costos; pero también ofrece muchas recompensas. En el marco de la economía global, ante todo representa la oportunidad de generar ventajas frente a la competencia. Para cualquier compañía, ya sea pequeña, mediana o grande, asumir la responsabilidad que le corresponde con la sociedad y con todos los que tienen algún interés en ella ya no es una opción. Es parte de la estrategia del negocio. Y también es negocio.
Desde hace ya varios años, el concepto RSE -responsabilidad social de la empresa- ha venido evolucionando. No se trata de una tendencia pasajera: es la base más sólida para crear valor y crecer de manera sostenible.
El impacto de internet, por ejemplo, le dio un nuevo poder a los consumidores. Ahora, no sólo se pueden comparar los precios y disponibilidad de cualquier producto alrededor del mundo, sino las condiciones en las que se produce.
Gracias a las nuevas tecnologías, también ha crecido la influencia y capacidad de movilización de las organizaciones sociales, desde las dedicadas a proteger los derechos de los consumidores, hasta aquellas preocupadas por preservar el medio ambiente.
Un creciente número de empresas ha respondido de diversas maneras. Muchas establecieron códigos de conducta. Otras han buscado reducir el impacto ambiental de sus procesos. Algunas han reforzado su transparencia, adoptando nuevas reglas de gobierno corporativo. Otras más se han cobijado en la filantropía, con lo que los programas de apoyo social se han multiplicado. Todo esto implica costos financieros y en términos de recursos humanos y organizacionales. Para algunos analistas e inversionistas, tales actividades pueden representar una distracción del objetivo fundamental de toda empresa: generar valor.
En efecto, ésta es la razón de ser de cualquier compañía. Pero la forma en la que se genera valor sí hace una diferencia. Si lo que se busca es crecer en forma sostenida y competir con éxito a largo plazo, se necesita encontrar un equilibrio que permita producir buenos resultados financieros, asegurar condiciones para un crecimiento sostenible y contribuir a promover una mayor equidad social.
En la economía global integrada de hoy, la competencia es cada vez más intensa, y este equilibrio se perfila como la mejor forma para enfrentar sus retos. No sólo para las grandes empresas, sino para todas.
Sin duda, la responsabilidad social empresarial ha tendido a ser vista casi como un "lujo" que sólo se lo pueden dar las grandes compañías. Pero la competencia es pareja, tanto para éstas como para las pequeñas y medianas. Por ello, cualquier empresa, sin importar su tamaño o su ubicación, puede transformar este reto en una oportunidad.
La buena noticia es que no están solas. Diversas instituciones están impulsando nuevos programas para apoyar a las compañías que reconocen la importancia estratégica del tema y buscan mejorar su competitividad. La RSE es un tema prioritario en Naciones Unidas, el Banco Mundial y la Unión Europea.
Para las empresas de México y América Latina, un caso particularmente interesante es el del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Desde 2002, el BID ha realizado conferencias anuales para promover la RSE, promoviendo contactos entre el sector privado, gobiernos, organizaciones sociales y centros académicos. La primera fue en Miami. En 2003 se realizó en Panamá, y, a finales de septiembre próximo, la conferencia "Del dicho al hecho" se llevará a cabo en la Ciudad de México. Necesitamos aprovecharla al máximo, porque México sigue perdiendo terreno.
El Instituto IMD de Suiza presentó hace poco su más reciente Anuario Mundial de Competitividad, y de nuevo bajamos de lugar. En 2000 estábamos en el 33, a media tabla. Para 2001 nada más caímos tres lugares, al 36. La situación no parecía grave. Todavía existían posibilidades de que se concretara alguna reforma estructural. Pero las cosas no salieron como esperábamos, y el resultado se reflejó al año siguiente. En 2002 pasamos al lugar 43, y al año siguiente volvimos a descender hasta el 53. Ahora, en 2004 ocupamos el sitio 56. Nada más Polonia, Indonesia, Argentina y Venezuela son un poco menos competitivos que nosotros.
Es cierto que para recuperar posiciones se requieren reformas como la fiscal, eléctrica y laboral. Pero en lo que esto se resuelve o no, las compañías mexicanas tienen una gran oportunidad para mejorar su capacidad de competir asumiendo su responsabilidad social. Antes que nada, con la salud, la seguridad y el desarrollo profesional de los empleados. Con los clientes y con los proveedores, alentándolos a compartir un compromiso que genera beneficios concretos para todos. Con los inversionistas, para asegurar que la capacidad de generar valor sea duradera. Con las comunidades, para propiciar un círculo virtuoso al apoyar su propio avance. Y con el medio ambiente, para alcanzar un desarrollo verdaderamente sustentable. La RSE no es filantropía. Va más allá. Se trata de un enfoque integral y estratégico de negocio.
Ante la crisis de incompetencia gubernamental por la que atraviesa México, vale la pena recordar las palabras de Winston Churchill: "Hay quienes piensan que la empresa privada es como un feroz tigre al que se debe abatir; otros la conciben como una vaca que se puede ordeñar, y sólo unos pocos la ven como lo que realmente es: un potente caballo que tira con fuerza para mover todo el pesado carruaje".
Asumir la responsabilidad social de las empresas como base para el éxito y crecimiento sostenidos implica impulsar un cambio de mentalidad. Éste es nuestro mayor reto, y la clave para nuestro éxito en la economía del Siglo 21.
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