Javier Treviño Cantú
El Norte
31 de marzo de 2005
A una semana de que se firmó la nueva Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), en Waco, Texas, nada más quedan 82 de los 90 días que los Jefes de Gobierno fijaron como límite para presentar el primer reporte de avances. Estados Unidos ya estableció los grupos de trabajo que estudiarán las medidas concretas para poner en práctica esta Alianza. En México, sin embargo, todavía no se define qué grupos se integrarán, quién los dirigirá y, sobre todo, qué se piensa hacer para responder al delicado compromiso que asumió el Gobierno mexicano el pasado 23 de marzo.
Después de cuatro años de dificultades para alcanzar los consensos políticos que nos permitan mejorar la seguridad de nuestro país, elevar nuestra competitividad económica e impulsar una mejor calidad de vida para la mayoría de la población, resulta un poco difícil pensar que se lograrán definir acciones específicas y viables para cada uno de estos rubros, en poco menos de tres meses. Sobre todo cuando se trata de iniciativas que, en principio, deberán coordinarse entre tres países tan distintos como lo son México, Estados Unidos y Canadá.
Como señala la declaración de la ASPAN, este proyecto de largo alcance se basa en el reconocimiento de que la prosperidad de América del Norte depende de su seguridad, y de que los tres países comparten la misma convicción sobre la importancia de la libertad, de las oportunidades económicas y de contar con instituciones democráticas fuertes. Pero como lo declaró el propio Presidente George W. Bush, los tres también tienen profundas diferencias.
Por razones históricas, culturales, económicas, institucionales y militares, cada país tiene una visión muy particular del mundo. Conciliar las diferencias y dar el primer paso para formar lo que podría llegar a ser una comunidad norteamericana verdaderamente equitativa, en donde los intereses de las tres naciones se consideren al mismo nivel, es un ejercicio que requeriría una visión de largo plazo, un firme apoyo interno y una gran habilidad negociadora. De otra manera, lo único que se podría esperar son acciones mínimas por parte de los dos socios comerciales de la superpotencia para satisfacer sus preocupaciones inmediatas en materia de seguridad.
Esto significaría que las relaciones trilaterales seguirían como hasta ahora, sin grandes cambios. El problema para México y Canadá es que, después del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Estados Unidos no parece considerar el status quo como una opción. George W. Bush ha demostrado ser un político poco convencional, que dice con claridad lo que va a hacer, y luego lo hace. Y, desde el discurso que pronunció el día en que se inauguró su segunda administración, reiteró su intención de promover la democracia y la libertad en todo el mundo.
El mandatario estadounidense considera que ésa es la mejor forma de prevenir nuevos atentados terroristas en contra de su país y de promover su interés nacional. Para lograrlo, por una parte le ha dado un renovado impulso a la diplomacia. Nombró a dos de sus más cercanas colaboradoras en puestos claves: Condoleezza Rice como su nueva Secretaria de Estado, y Karen Hughes como la responsable de la "diplomacia pública" estadounidense, es decir, de las actividades para promover la imagen, la cultura y los valores de su país en el resto del mundo.
Por la otra, nominó a John Bolton como nuevo Embajador ante la ONU, y a Paul Wolfowitz para dirigir al Banco Mundial. Ambos son conservadores duros, y su misión será lograr que estas instituciones produzcan resultados concretos. La ONU está en proceso de llevar a cabo una profunda reforma, y Bolton seguramente buscará que los cambios respondan a la visión que tiene su jefe del organismo multilateral. Wolfowitz es reconocido como el arquitecto de la intervención en Iraq, y su tarea será lograr que el Banco concentre todos sus recursos en aspectos muy precisos, como la reducción de la pobreza en lugares potencialmente inestables y, por ende, peligrosos.
Además, el Departamento de Defensa está iniciando el proceso de revisión que realiza cada cuatro años para definir la orientación de sus actividades militares. De acuerdo con un documento filtrado a la prensa a principios de marzo, el Secretario Donald Rumsfeld supuestamente busca que las fuerzas armadas de su país se enfoquen en cuatro tareas totalmente novedosas: 1) establecer alianzas con países en riesgo para combatir amenazas terroristas internas; 2) defender el territorio estadounidense; 3) influir en las decisiones de países estratégicos, como China o Rusia; y 4) prevenir que países hostiles o grupos terroristas logren adquirir armas de destrucción masiva.
En una nota del periódico The Wall Street Journal, un alto funcionario involucrado en este proceso declaró que la pregunta que buscan responder es: ¿cómo prevenir que los problemas se conviertan en crisis, y éstas en conflictos generalizados? Este es precisamente el contexto en el que el Presidente Bush decide promover la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte. EU no quiere que los problemas en sus fronteras se conviertan en crisis, ni mucho menos en conflictos que hicieran necesario siquiera considerar una intervención directa. Esta es la razón de que el aspecto más importante, trascendente y delicado de la iniciativa, sea la seguridad.
EU y Canadá tienen una larga relación de cooperación militar. Canadá es miembro de la OTAN, y desde 1958 ambos países integran lo que se conoce como NORAD, el Comando para la Defensa Aeroespacial de Norteamérica. Sin embargo, el Acuerdo para su operación concluye el próximo año, y las negociaciones para extenderlo son complejas. En especial, después de que Canadá anunció su retiro hace poco del proyecto impulsado por EU para establecer un sistema de defensa antimisiles. Con todo, es posible considerar que las dos naciones pudieran establecer nuevos mecanismos para ampliar su relación en esta materia.
En nuestro caso la situación es diferente. El último bastión de nuestra soberanía nacional radica en la independencia de nuestras Fuerzas Armadas. El Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea han hecho grandes esfuerzos a lo largo del tiempo para mantener un grado lo más alto posible de distancia con sus contrapartes estadounidenses en dos materias fundamentales: su doctrina militar y su política de equipamiento material y tecnológico. Si el Gobierno mexicano en verdad está decidido a establecer un "perímetro de seguridad norteamericano", para hacer un frente común contra amenazas externas e internas, esto necesariamente tendrá que cambiar. En 82 días sabremos qué opinan los militares mexicanos de la Alianza suscrita por el Presidente Vicente Fox.
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